El Papa Francisco explicó qué es la comunión de los santos en su catequesis pronunciada en la Audiencia General de este 2 de febrero que se llevó a cabo en el Aula Pablo VI del Vaticano.
“Los santos no
realizan los milagros, solamente Dios, la gracia de Dios que actúa a través
de una persona santa y una persona justa. Esto es claro, hay gente que dice:
‘no creo, no creo en Dios, creo en este santo…’ Está equivocado, el santo es un
intercesor, es uno que reza por nosotros, y nosotros le rezamos, y es el Señor quien
realiza la gracia, a través del santo”, señaló el Papa.
A continuación, la catequesis pronunciada por el
Papa Francisco:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estas semanas hemos podido
profundizar en la figura de San José dejándonos guiar por las pocas, pero
importantes, noticias que dan los Evangelios, y también de los aspectos de su
personalidad que la Iglesia a lo largo de los siglos ha podido evidenciar a
través de la oración y la devoción.
A partir precisamente de este “sentir común” que en la historia de la Iglesia
ha acompañado la figura de San José, hoy quisiera detenerme sobre un
importante artículo de fe que puede enriquecer nuestra vida cristiana y puede
también enmarcar de la mejor forma nuestra relación con los santos y con
nuestros seres queridos difuntos: hablo de la comunión de los santos.
Muchas veces nosotros decimos
creo, creo en la comunión de los santos. Pero si alguien pregunta ¿qué es la comunión de los santos? Yo recuerdo que
de niño respondía inmediatamente: los santos hacen
la comunión, es algo que no entendemos qué decimos, qué significa la comunión
de los santos. No es que los santos reciban la comunión, es otra cosa.
A veces también el
cristianismo puede caer en formas de devoción que parecen reflejar una
mentalidad más pagana que cristiana. La diferencia fundamental está en el
hecho de que nuestra oración y nuestra devoción del pueblo fiel no se basa en
la confianza en un ser humano, o en una imagen o en un objeto, incluso cuando
sabemos que son sagrados. Nos recuerda el profeta Jeremías: «Maldito sea aquel que fía en hombre [...]. Bendito sea
aquel que fía en Yahveh» (17,5-7). Incluso cuando nos encomendamos
plenamente a la intercesión de una santo, o más aún en la Virgen María,
nuestra confianza tiene valor solamente en relación con Cristo. Como si el
camino hacia este santo o hacia la Virgen no terminara allí. No, sino que está en relación con Cristo. Y el vínculo que nos une a
Él y entre nosotros tiene un nombre específico: “comunión
de los santos”. No son los santos los que realizan los milagros, ‘este santo es muy milagroso…’ Detente, los santos
no realizan los milagros, solamente Dios, la gracia de Dios que actúa a
través de una persona santa y una persona justa. Esto es claro, hay gente que
dice: ‘no creo, no creo en Dios, creo en este
santo…’ Está equivocado, el santo es un intercesor, es uno que reza por
nosotros, y nosotros le rezamos y es el Señor que realiza la gracia, a través
del santo.
Entonces ¿Qué es la “comunión de los
santos”? El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: «La comunión de los santos es precisamente la Iglesia»
(n. 946). Mira qué bonita definición. «La comunión
de los santos es precisamente la Iglesia». ¿Qué significa esto? ¿Qué la
Iglesia está reservada a los perfectos? No. Significa que es la
comunidad de los pecadores salvados. La Iglesia es la comunidad de los
pecadores salvados. Linda esta definición. ¿Ninguno
puede ser excluido de la Iglesia? Todos somos pecadores salvados.
Nuestra santidad es el fruto del amor de Dios que se ha manifestado en
Cristo, el cual nos santifica amándonos en nuestra miseria y salvándonos de
ella. Siempre gracias a Él nosotros formamos un solo cuerpo, dice San Pablo,
en el que Jesús es la cabeza y nosotros los miembros (cfr 1 Cor 12,12).
Esta imagen del cuerpo, Cristo la imagen del Cuerpo, nos hace entender
enseguida qué significa estar unidos los unos a los otros en comunión.
Escuchemos a San Pablo qué dice: «Si sufre un miembro, todos los demás sufren
con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte de su gozo.
Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su
parte» (1 Cor 12,26- 27). Esto dice Pablo, somos todos un cuerpo, todos
unidos por la fe en el Bautismo, todos en comunión, unidos en comunión con
Jesucristo y esta es la comunión de los santos.
Queridos hermanos y queridas hermanas, la alegría y el dolor que tocan
mi vida concierne a todos, así como la alegría y el dolor que tocan la vida
del hermano y de la hermana junto a nosotros me concierne a mí. Yo no puedo
ser indiferente a los otros porque todos somos un cuerpo, en comunión.
En este sentido, también el pecado de una única persona concierne
siempre a todos, y el amor de cada persona concierne a todos. En virtud de la
comunión de los santos, de esta unión, cada miembro de la Iglesia está unido
a mí de forma profunda, no al Papa, sino a cada uno de nosotros, está unido,
está unido de forma profunda y esta unión es tan fuerte que no puede romperse
ni siquiera por la muerte, ni siquiera por la muerte.
De hecho, la comunión de los santos no concierne solo a los hermanos y
las hermanas que están junto a mí en este momento histórico, o que viven
este momento histórico, sino que concierne también a los que han concluido la
peregrinación terrena y han cruzado el umbral de la muerte. También ellos
están en comunión con nosotros.
Pensemos, queridos hermanos y hermanas: en Cristo nadie puede nunca
separarnos verdaderamente de aquellos que amamos; porque el vínculo es un
vínculo existencial, un vínculo fuerte, en nuestra naturaleza, cambia solo la
forma de estar junto a ellos, pero nada ni nadie puede romper esta unión.
Padre, pensemos en quienes han negado la fe, son apóstatas, que son los
perseguidores de la Iglesia, que han negado su Bautismo. ¿También ellos están en casa? Sí, también ellos. Todos.
¿Los que blasfeman? Sí. Todos. Somos hermanos, esta es la comunión de
los santos. La comunión de los santos mantiene unida la comunidad de los
creyentes en la tierra y en el Cielo. Sobre la tierra los santos y los
pecadores, todos.
En este sentido, la relación de amistad que puedo construir con un
hermano o una hermana junto a mí, puedo establecerla también con un hermano o
una hermana que están en el Cielo. Los santos son amigos con los que muy a
menudo tejemos relaciones de amistad. Lo que nosotros llamamos devoción a un
santo, soy muy devoto a este santo, a esta santa, esto que nosotros llamamos
devoción es en realidad una forma de expresar el amor a partir precisamente de
este vínculo que nos une.
También en la vida de todos los días se puede decir ‘esta persona tiene mucha devoción por sus padres’.
Es un modo de amor, es una expresión de amor.
Y todos nosotros sabemos que a un amigo podemos dirigirnos siempre,
sobre todo cuando estamos en dificultad y necesitamos ayuda. Y nosotros tenemos
amigos en el Cielo. Todos necesitamos amigos; todos necesitamos relaciones
significativas que nos ayuden a afrontar la vida. También Jesús tenía a sus
amigos, y a ellos se ha dirigido en los momentos más decisivos de su
experiencia humana.
En la historia de la Iglesia hay constantes que acompañan a la
comunidad creyente: sobre todo el gran afecto y el vínculo fortísimo que la
Iglesia siempre ha sentido en relación con María, Madre de Dios y Madre
nuestra. Pero también el especial honor y afecto que ha rendido a San José.
En el fondo, Dios le confía a él lo más valioso que tiene: su Hijo Jesús y
la Virgen María. Es siempre gracias a la comunión de los santos que sentimos
cerca de nosotros, sentimos cerca a los santos y a las santas que son nuestros
patronos, por el nombre que tenemos, por ejemplo, por la Iglesia a la que
pertenecemos, por el lugar donde vivimos, etc. Y también por una devoción
personal. Y esta es la confianza que debe animarnos siempre al dirigirnos a
ellos en los momentos decisivos de nuestra vida.
No es una cosa mágica, no es una superstición la devoción a los santos,
es simplemente hablar con un hermano, con una hermana que está delante de Dios,
que ha recorrido un camino justo, una vida santa, una vida ejemplar, que está
delante a Dios y le pido su intercesión por las necesidades que tengo.
Precisamente por esto me gusta concluir esta catequesis con una oración
a San José al cual estoy particularmente unido y que recito cada día desde
hace muchos años, desde hace más de 40 años, una oración que encontré en un
libro de oraciones de las hermanas de Jesús María, de finales de 1700, es muy
bonita, más que una oración, es un desafío, a este amigo, a este padre, a este
protector que es San José. Sería lindo que ustedes puedan aprender esta oración
y puedan repetirla. La leeré:
Glorioso patriarca San José, cuyo poder sabe hacer
posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de angustia y
dificultad. Toma bajo tu protección las situaciones tan graves y difíciles
que te confío, para que tengan una feliz solución. Mi amado Padre, toda mi
confianza está puesta en ti, toda mi confianza está puesta en ti. Que no se
diga que te haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús y
María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder, -y termina con un
desafío, esto es desafiar a San José- como puedes hacer todo con Jesús y María,
muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder.
Esta es una oración con
la cual me confió todos los días a San José con esta oración. Desde hace más de
cuarenta años.
Hemos escuchado hace unos minutos a una persona que gritaba, gritaba,
que tenía algún problema. No sé si físico, psíquico, espiritual. Un hermano
nuestro en dificultad. Yo quisiera terminar rezando por él, por nuestro hermano
que sufre, pobrecito, si gritaba es porque sufre, tiene alguna necesidad, no
sean sordos a la necesidad de este hermano. Recemos juntos a la Virgen por él.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; el
Señor está contigo. Bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el
fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén
Adelante y fuerza en esta comunión de todos los santos que tenemos en el
cielo y en la tierra, el Señor no nos abandona. Gracias.
Redacción ACI Prensa
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