Confía que San José con su intercesión está muy despierto, quizás somos nosotros los que estamos dormidos.
Por: Celso Júlio da Silva, LC | Fuente:
Catholic.net
Una de las representaciones más curiosas de la
devoción cristiana es una pequeña estatuilla de San José, durmiendo
plácidamente sobre una almohada. Ese apacible dormilón, bajo el cual colocamos
nuestras intenciones, siempre aparece durmiendo en los Evangelios. En sueños
descubre los designios de Dios para él, para su esposa y su hijo (cfr. Mt 1,
20-25; 2, 13-15; 19-21).
Nos estremece de conmoción pensar que este
hombre, que duerme apacible, es el padre putativo del Verbo Encarnado. Como nos
recuerda San Juan Crisóstomo: San José entró en
el servicio de toda la economía de la salvación (San Juan Crisóstomo, In Matth. Hom V, 3:
PG 57,58). En sueños escucha la voz de Dios, delante de los problemas no se
asusta, actúa siguiendo los designios divinos. Su silencio da espacio a las
obras impregnadas de humildad. San José no hace ruido porque tiene una gran
profundidad interior como “los profundos ríos
que fluyen en el mínimo ruido” (Curcio,
Hist 7,4, 13).
Por eso el Papa Francisco ha promulgado un año
dedicado a San José en medio de esta emergencia sanitaria mundial que todavía
perdura. Dentro de la lógica del que cree y actúa confiando en la providencia-
como vivió San José-podemos decir que su figura entre sueños, sustos y
silencios es modelo para nosotros hoy. El sueño, el
susto y el silencio. Las tres “S” de San José puede ser también para nosotros una
inspiración del Espíritu Santo.
El sueño de San José
produce una gran confianza. Toma a
María por esposa y va a Egipto huyendo de Herodes porque en sueños, escuchando
en paz la voz de Dios, confía. Lleno de esperanza, capta el designio de Dios
para su vida. No se opone a la razón de lo que implica la misión de ser padre
putativo del Verbo, sino abraza con confianza una lógica que sobrepasa los
criterios y los proyectos humanos. Reconoce que una vida que no se ancla en la
profundidad de la voluntad de Dios es una vida repleta de confusión, de dudas,
de complejos, de problemas, de auto-referencialidad destructiva.
En la historia del arte barroco español es muy
conocida la expresión de Goya respaldada por su fantasmagoría y locura geniales
como pintor, expresión un tanto como crítica al sistema político y social de la
época: el sueño de la razón produce monstruos (cfr. Gombrich, E.H., La historia del arte,
PHAIDON, 1997, La ruptura de la tradición, pág. 488). En otras palabras, el
hombre que vive sin la razón se depara con un sinsentido, casi como en un
callejón sin salida. San José es la antítesis de una consideración humana del
sueño de la razón.
El sueño de la razón en la figura de San José
produce el abandono confiado en la gracia de Dios. San José cuando duerme y se
abandona a la providencia divina no está eliminando su capacidad de pensar y de
entender la voluntad de Dios, sino está elevando su inteligencia a la
Inteligencia Infinita de Dios. Esto requiere mucha humildad y de San José
podemos aprender siempre a pasar de nuestras razones a la única Razón que
perdura siempre.
El susto de San José centra
su corazón en lo esencial. Ciertamente
el susto más grande fue perder a Jesús en el Templo. Aquel día la faena
fue buscar por todas partes un crío de doce años con el corazón en un puño. Una
vez más la humildad de San José se desvela ante la respuesta directa de un
niño: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo
estar en la casa de mi Padre?”. Los nervios y el cansancio de San José,
aplicados a aquella búsqueda, se derritieron ante la respuesta de Cristo como
la nieve se derrite a la salida del sol. La docilidad de San José delante del
susto de perder a Cristo aprende a centrar su corazón en lo que es esencial en
la vida.
Por ello, es saludable que en nuestra vida de
vez en cuando surjan imprevistos, situaciones que nos asusten, nos espabilen y
nos descentren. Es natural tener seguridades humanas en nuestra vida. Sin
embargo, sucede que a veces la única seguridad que tenemos es la inseguridad.
La pandemia que estamos atravesando nos está mostrando esto a bocajarro. Tantos
desconciertos, problemas, enfermedades, carencias, crisis, sustos que suceden
en la vida para que aprendamos a descubrir dónde está nuestro corazón, cuál es
nuestro centro.
Los sustos y las dificultades son una escuela de
humildad para centrar la vida en lo que es esencial. Quien vive una vida
perfecta, geométrica, agendada, intacta, y nunca sabe adaptarse a los
contratiempos, aún no sabe lo que es ser cristiano. La vida plasmada en tres
figuras geométricas son nefastas: mentes cuadriculadas, círculos viciosos y triángulos
amorosos. Personas que no someten su inteligencia a la novedad del Espíritu,
giran su voluntad sólo en su propio ombligo y mendigan amores efímeros sin
centrar su corazón en un Amor que sea Único y dure para siempre. San José
encontró lo que es esencial porque asimiló los sustos, los contratiempos, las
dificultades, lejos de moldes rígidos de una actitud geométrica cerrada a la
acción de Dios.
El silencio de San José
robusteció su fe. No
dice palabra alguna en los Evangelios. Su silencio es evidente entre las
páginas sagradas donde buscamos respuestas, luces, orientaciones espirituales.
Si esperamos alguna palabra de San José allí, ya estamos defraudados
completamente. Muchos libros se han escrito sobre el pobre carpintero y todos
lamentan su silencio, aunque pocos alaban ese silencio como escuela de fe.
El silencio de San José es un aprendizaje para
nosotros que podemos pensar que la maduración en la fe se da sólo con
conocimientos librescos de teología, de tratados de espiritualidad, de charlas
y cursos sobre la fe católica, de retiros tras retiros plagados de palabras, de
ideas, de propósitos, de ilusiones plasmadas en un diario espiritual
empolvorado en algún cajón. No creo que San José escribiese un diario
espiritual, pero sí creo que su silencio favoreció su atenta observación a cada
palabra y gesto de Cristo. Su alma silenciosa registró la sabiduría y la fuerza
de Dios en la normalidad de un niño que se llamaba Jesús y era el Verbo Eterno
de Dios Padre.
Hace gracia escuchar a algunos que, ensalzando
la tecnología y el avance plausible de la ciencia moderna, ignoran que algunas
intuiciones del engranaje tecnológico ya existían en el pensamiento de sabios
monjes. El primero en intuir el concepto de fotografía con la aplicación
terminológica griega correcta fue Filoteo, el Sinaita, discípulo de San Juan
Clímaco. Para él el silencio del alma como atención y custodia de la Palabra de
Dios es el requisito para “imprimir y fotografiar
Jesucristo en el espejo de nuestra alma”. Dice: “custodiemos con toda atención el espejo del alma en el
que normalmente se imprime y se fotografía (φωτογραφειν: escribir o registrar algo con el efecto de la luz)
Jesucristo, Sabiduría y Fuerza de Dios” (Filoteo, el Sinaita,
Cuarenta capítulos, 23).
Siendo así, el silencio de San José favoreció
ese fotografiar en su alma la grandeza de Cristo. Aumentaron en él la fe y el
amor para asumir grandes responsabilidades entre las cuales, no cabe duda, la
de educar al Logos Eterno de Dios, enseñarle a trabajar, a estudiar, a rezar, a
vivir entre los amigos, entre los vecinos, dentro de casa, etc. Ese silencio
activo es más verdadero y eficaz que mil palabras lanzadas al aire.
Con San José aprendemos que el verdadero
silencio sólo puede ser de mucho provecho espiritual si somos capaces de
fotografiar con la atenta observación del alma la presencia de Cristo en
nuestra vida diaria. Porque la fe implica atención, observación, escucha.
Cuando San Benito empezó a escribir la Regla para sus monjes lo primero que les
ordenaba ya en el prólogo era: “Escucha, hijo
mío, las enseñanzas del maestro…” (San
Benito de Nursia, Regla, Prólogo 1) y seguramente tenía muy presente el
ejemplo de San José.
Recuerda así las tres “S”
de San José: sueño, susto y silencio.
Debajo de la estatuilla de San José durmiente podemos colocar ahora una
intención muy concreta: la gracia de soñar el
designio de Dios, de descubrir el Dios de las sorpresas en medio de los sustos
y contratiempos de la vida y de fotografiar en nuestra alma a Cristo en el
silencio orante y atento del corazón. Confía
que San José con su intercesión está muy despierto, quizás somos nosotros los
que estamos dormidos.
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