miércoles, 20 de enero de 2021

"QUIERO TU ALMA" de Alberto Bisso Sánchez (1985).

 En la espesura del Monte de los tallanes, donde afloraba el desierto estuvo oculto durante algunos años un negro esclavo escapado de sus patrones. Mientras dormía una tarde de un caluroso verano se oscureció el cielo, estallando en relámpagos y truenos, seguidos torrencial lluvia, fenómeno que lo despertó haciéndole huir despavorido en busca de refugio a lugar más seguro; igualmente le aconteció a la piara de chanchos que mantenía cautivos.

Normalizado el tiempo, a la luz de la luna emprendió la busca de los animales. Horas de horas estuvo recorriendo el intrincado monte, hurgando de un extremo a otro, peinándolo de arriba abajo, entre quebrollos por si estuvieran allí dormidos sin encontrarlos. Investigando debajo de los algarrobos y tamarindos por si hubieran comido sus vainas o frutos. Pero por ningún lado encontraba señales donde hubieran hoceado en busca de alimento u otras huellas.

¿Los chanchos habían desaparecido misteriosamente? ¿Se los habrá tragado el diluvio? se decía el esclavo mientras avanzaba en su busca hacia el desierto. La luna en plenilunio a las doce de la noche brillaba intensamente, haciendo refulgir las arenas blanquecinas del desierto, lavada por el diluvio, con reflejos de plata pulida. El paisaje sin huellas de ser viviente, y sin viento, era irreal.

El moreno avanzaba entre la arena, maravillado; su cuerpo y su sombra al proyectarse sobre la blanquísima arena parecían flotar no dejando huella alguna. El moreno al observar el paisaje comprendió que algo anormal sucedía esa noche en el desierto, empezando a regresar súbitamente, por lo alto del médano, vio las pisadas de los chanchos, iban frescas unas detrás de otras como lo hacen los zorros, en línea recta. Quedó perplejo, sorprendido, más luego sonrió complacido.

Sus chanchos estaban vivos y muy cerca; apresurando el paso fue trepando médanos poco a poco. Las huellas lo llevaron a lo alto de un adoratorio quedando hechizado al mirar al fondo de la hondonada: miles de luces fosforescentes alumbraban los chanchos, centellando como si fuera de oro. ¿Estaba soñando o lo que veía era obra de hechicería? se aprestaba a huir de ese encantamiento, pero las fosforescentes luces luces encandiláronle los ojos y como un imán comenzaron a atraerlo.

Deslumbrado por las luces, cada vez más hechizado, bajaba y bajaba, al llegar al fondo, quedó sobrecogido de temor, horrorizado, al ver que sus chanchos enormemente hinchados, muertos.

Cegado por los reflejos cogió temeroso una de las luces, quedando sorprendido al comprobar que las luces eran monedas de plata centellando a la luz de la luna. Las monedas eran fosforescentes por el rojizo barro que las cubría y a los chanchos, sus reflejos los hacían brillar como si fueran de oro...

El esclavo con codicia cogía las monedas limpiándolas del barro y dando saltos de alegría, pero al momento le cruzó una sombra paralizándole de terror, escuchando una voz fría venida de lo alto del adoratorio. ¡Eustaquio, el tesoro es tuyo a cambio de tu alma!... Después del gozo y la alegría del hallazgo del tesoro, vino el dilema. El temor y el aire seco del desierto no ayudaba al moreno a articular palabra, tartamudeando respondió: “¿Señó, señó, que való puede tenè el alma de un pobre negro esclavo?”

“Mucha para mí” -respondió la sombra-, tengo conmigo muy pocas almas ambiciosas de tu raza, amantes del dinero.

Mucho poder tenían los soles de plata centellando a las manos del esclavo, nunca proveyó una moneda propia y ahora se las ofrecían por miles, perdió su libertad, lo más sagrado en esta vida, ¿quién sabía si en la otra vida, la del cielo, los goces no estaban hechos para los morenos?

Entonces de nada valdría mantener su alma pura, siempre estaría en dependencia, encadenada a la ambición de otros.

Pero ahora en cambio obtendría su libertad, sería un hombre libre de verdad, enorgulleciéndose de su raza, gozando de todos los bienes terrenales. Así pensó el negro esclavo aceptando la propuesta de la sombra.

El moreno se alfabetizó y viajando aprendió a conducirse. Al regresar nadie lo reconoció. Luego compró la hacienda más rica del valle convirtiéndose en su propio patrón, hacendado de sombrero blanco. Todo lo que sembraba se convertía en oro, y esto lo llevó a pensar por algún tiempo que se debía a su buena suerte, a una noche afortunada. Después del diluvio los chanchos en busca de tierra seca enrrumbaron al adoratorio incaico, tabú de los indígenas, donde alguien enterró ese tesoro, pensando que nadie lo encontraría. Los chanchos hoceando el barro rojizo encontraron esas petacas de cuero hinchadas por la lluvia, la mordisquearon esparciendo las monedas, y los gases que contenían fulminaron hinchándolos horriblemente. Lo de la sombra fue una ilusión suya, muy propia de su raza.

Los años pasaron y no tenía donde acumular tanta riqueza. Comprendió que quien guarda, guarda pesares. Estaba prisionero de su propia riqueza, no había gozado de la vida, entonces empezó a distribuirlas en bienes sociales.

Un buen día se le apareció la sombra, y comprendió que no fue un sueño, era una realidad. Tenía perdida su alma, pero había vivido gozando de felicidad, porque la felicidad está en dar.

"Eustaquio" -le dijo- me has defraudado, no has acumulado riqueza como lo hace la mayoría poseedora de bienes ¿ni siquiera has guardado riqueza para tus hijos? el moreno contestó: de qué le serviría no trabajarían, no lo haría felices, llenándoles de vicios.

"Si lo bien venido se lo lleva el diablo, lo mal venido con amo y todo". La educación que les he dado es suficiente.

"Eustaquio, estás en contra de todos mis principios" "entrégame un alma ambiciosa y te dejo en paz"

- “Te entregaré varias", contestó el moreno.

- ¿Cómo?

- “Desapareceré dejando la hacienda para que se la distribuyan los peones ¿entonces qué pasará? Muchos ambiciosos empezarán a intrigar con el fin de quedarse con las mejores tierras, a esos te los llevarás”

Alejandro Smith Bisso

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