Me refiero a qué hacer con Biden desde la Iglesia Católica, que es mi horizonte más cercano e íntimo: el único que en verdad nos debe importar, muy en primer lugar. Hablo en católico.
Porque Biden se declara “católico practicante". Incluso en algún
medio ha salido que ha ido a Misa. ¡Toma ya,
Jacinta, que hay boniatos asados!
Eso sí: en cuanto se ha sentado a la mesa oval -con la alfombra
azúl-demócrata de rigor: ¡la democracia ha vuelto a EEUU! ¡Muera Trump!-, se ha
puesto a firmar “órdenes ejecutivas": nuestros “decretos” de “aquí mando
yo, y punto", tan queridos por la infame progrez.
Y como no podía ser de otra
manera, porque esto también está en el ADN de la misma progrez, ha empezado a
soltar millones a espuertas para pagar “abortos-barra
libre". Y, ya puestos, a financiarlos también por el resto del
planeta: algo que se había cargado el “malo-malísimo”
de Trump. Como bastante más cosas.
Ante esta toma de postura por
parte del “católico practicante” Biden -al
que “desde siempre, su fe inspira sus decisiones",
según rajada propia suya de él-, y atendiendo a sus altísimos aplaudidores, ¿qué debe hacer la Iglesia?
Primero, vamos a ver cómo
están las posiciones que ya se han tomado, y por quiénes las han tomado. Y,
luego, ya analizaremos y veremos.
De entrada, el mismo papa
Francisco -por irnos a lo más alto en la Jerarquía-, ya se ha posicionado: antes y después de su eleccion de presi.
Antes, recibiéndolo en el
Vaticano cálidamente. Y con buenas fotos. Después, solicitándole: “una sociedad caracterizada por la justicia y libertad
auténticas, junto con el respeto infalible de los derechos y la dignidad de
toda persona, especialmente de los pobres, los vulnerables y los que no tienen
voz”. Que debe ser que igual le
preocupan los sordo-mudos…, digo yo.
La contestación se la ha dado
inmediatamente el “católico” Biden, con sus “órdenes ejecutivas” cargadas de “justicia y libertad auténticas”, “el respeto infalible de los derechos y la dignidad
de toda persona". De “los que no
tienen voz” no ha dicho esta boca
es mía: quizá no le ha parecido relevante.
Cierto que ha habido quienes,
llevados de su buenismo más acendrado, que pasa por encima incluso de la
realidad -en esto se parecen como dos gotas de agua a los rojelios; para los
que si la realidad no coincide con sus postulados, peor para la realidad-, han
pretendido “leer” en estas palabras del Papa
una referencia contra el aborto; pero las he leído tres o cuatro veces, y no
llego a descubrirlo. Debo tener un problema en los ojos.
Más allá -faltaría más, y como
no podía ser de otra manera-, han ido los arzobispos de Chicago, Blase J.
Cupich, y de Newark, Joseph W, Tobin; que, desmarcándose descarada y
públicamente de su propia Conferencia Episcopal, han aplaudido la venida de
Biden, y la perra que tiene con el aborto. Vamos, que en cuanto tengan ocasión
le dan de comulgar tocando la campanilla de fiesta.
(Me da que todos estos, laicos
o clérigos, han tenido algún trauma al nacer, o al poco tiempo, y les sale el
tema ya de mayores y muy retorcido; vamos, que aún sangran, y tienen que
reponerla con la sangre fresca de los muertos que generan. ¡Con lo fácil que es
y lo bien visto que está, además, ir a terapia de grupo en EEUU!).
En la banda contraria, está el
Sr. arzobispo de Los Ángeles, José Gómez, que después de un largo y torero
adorno -más falso que Judas, sinceramente, pero había que hacer el paripé: lo que llama “la sincera fe católica del nuevo
presidente” Biden-, aireando lo “católico” de este chico, el Presi agüelo, le
ha largado lo siguiente, y por extenso:
“Debo
señalar que nuestro nuevo presidente se ha comprometido a seguir ciertas
políticas que promoverían los males morales y amenazarían la vida y la dignidad
humanas, más seriamente en las áreas del aborto, la anticoncepción, la familia
y el género. Es motivo de profunda preocupación la libertad de la Iglesia y la
libertad de los creyentes para vivir de acuerdo con sus conciencias”.
Pero no se queda aquí, mons.
Gómez. Sino que le recuerda un dato al más que flamante: “No podemos quedarnos en silencio cuando casi un millón
de vidas por nacer son terminadas anualmente en nuestro país a través del
aborto”.
Y luego, lógicamente, le
tiende la mano en otro adorno de buena torería, esperando que: “el nuevo presidente y su administración trabajarán con
la Iglesia y otras personas de buena voluntad para tratar los complicados
factores culturales y económicos que motivan el aborto y desaniman a las
familias”, y “para poner en práctica una política familiar coherente
con el pleno respeto por la libertad religiosa de la Iglesia”. Que no se lo cree ni el bueno de Gómez, que es
un buenazo.
Tenemos pues tres posturas al
respecto: “callar", “aplaudir con las dos
manos” y “hablar” como es obligado a
un miembro de la Jerarquía, aunque se molesten los señalados, laicos o
clérigos, incluso jerarcas en ejercicio.
¿Qué pensar al
respecto? ¿Caben más cosas? ¿Es suficiente lo visto, por publicado? Vamos por partes.
Lo primero que hemos de
resaltar es que los tres -Papa, arzobispos que aplauden, y arzobispo que se
moja-, no pueden tener razón a la vez: solo una de las tres posturas es la
acertada. ¿Cuál?
Para que nadie piense que doy
una opinión personal, recojo lo que hemos rezado hoy, en el Oficio de las
Horas, memoria de los santos pastores Timoteo y Tito, a la hora de vísperas:
“Este
día nos trae, como cada año, el gozo santo en el que ensalzamos a los que
fueron Pastores de su rebaño. / No admitieron la holganza en la custodia
de su grey y para ella procuraron el alimento más saludable. / Ahuyentaron
de los confines tanto a lobos como a ladrones y proporcionaron pasto abundante
a las ovejas, sin abandonarlas jamás”.
Juzgad vosotros mismos a quién
le cuadran mejor estas palabras, Oraciòn Oficial de la Iglesia, hoy mismo.
Otra cosa que rechina más que
ruidosamente es que, a día de hoy, en la Iglesia Católica, en la que nunca se
ha hablado tanto de “colegialidad", y/o
de “comunión", y demás vacuidades -se
han qeudado en eso-, cada uno “hace de su capa un
sayo", y larga lo que le apetece. Y se queda tan fresco.
Para rematar la faena: nadie, absolutamente nadie, con la autoridad que detenta
por su Cargo, que siempre es “carga de servicio en la Fe y en la
Doctrina", ni se inmuta: “¡que cada palo aguante su vela!", en el
mejor de los casos.
Y esto, cuando la Iglesia
nunca ha tenido más que una sola palabra: precisamente la Palabra de Dios; es
decir Jesucristo. Y tampoco puede tener otra, porque ya no sería ni con Cristo
ni de Cristo.
Para más inri, esto sucede en
unos tiempos en los que, en el mundo -me refiero al primer mundo-, hay toda una
conjura para hablar la misma palabra, sacar a relucir los mismos parámetros,
soltar las mismas mentiras, colocar idénticas leyes -inhumanas por cruentas-, y
atacar a la Iglesia Católica, a tiempo y a destiempo, despojando a sus hijos
hasta de las naturales coordenadas antropológicas, e impidiendola -a quien se
deja, claro- que ejerza su misión universal de Salvación.
Porque hay UNA sola Direccion:
el NOM, con los masones en la cumbre. De la
manita con la progrez -más tarde también con el rojerío-, como han ido desde el
s. XVIII. Y están ganando, la verdad, porque se están comiendo a la misma
Iglesia. Algo que nunca habían conseguido: intentado,
muchísimas veces; conseguido, solo ahora.
Porque en la Iglesia todo se
ha convertido en una “jaula de grillos". Lo
digo de intento, pues en Ella hay gentes que no dan más de sí que los propios
grillos. Con perdón.
Lo dejo aquí, pues ya me he
alargado demasiado. Ya si eso, seguiré otro día… Que tema hay.
¡Se me olvidaba!
¿Qué hacer con Biden? Como se dice “católico” pertenecerá a
una diócesis, estará inscrito en alguna parroquia, tendrá algún amigo
católico-católico, etc.
Si su obispo es como debe ser,
debería quedar con el sr. Biden y, en un descansillo de firmar cosas contra la
Iglesia y contra el personal, explicarle de modo que hasta él lo pueda
entender, que “ser” católico es algo muy
distinto a “decirse” católico. Incluso
estando bauizado y yendo a Misa.
Lo mismo vale para su párroco,
amigos, etc.: deberían tener la CARIDAD CATÓLICA
de explicarle las cosas, ayudarle a entenderlas y facilitarle asumirlas de
corazón; sabiendo que el
que crea se salvará, el que no crea se condenará.
Lo que no es de recibo, para
él ni para nadie -incluidos arzobispos-, es pretender decirse católico, decirlo
públicamente, y luego ir por ahí como si no lo fuese. Y si pretende seguir con
su ritmo…, debería colocarlo, públicamente y de una tacada, “de patitas en la calle". Ya volverá…, si
quiere.
Y, si no quiere… es su problema.
Y de nadie más. Lo explica muy bien san Pablo, y al por menor.
Por cierto: si desde la SCDF o desde la de Obispos, les dicen a
Cupich y a Tobin que acompañen a Biden en su gran paseo por las afueras hasta
más allá de las periferias, no harían nada de más.
Esto, lo de ponerles a todos
estos de patitas en la calle, sería una colosal medicina. Y no solo para los
interesados directamente, que lo sería: también, y
no es desdeñable el efecto colateral, para todos los demás.
Pero la Iglesia Católica no puede
aguantar mucho más tiempo este estirar y estirar…, porque se puede romper.
Jirones y desgarrones ya los hay; y no pequeños.
José Luis
Aberasturi
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