El controvertido filósofo desgrana las enseñanzas y
contradicciones de una crisis que “ha cambiado radicalmente nuestra forma de
ver la muerte”
Última actualización:16-06-2020 | 14:03 H/
Peter Singer (Melbourne, 1946) lleva décadas filosofando sobre
cuestiones espinosas, algunas consideradas tabúes como el aborto, la eutanasia
y hasta el infanticidio, desde una perspectiva utilitarista que le ha colocado
en más de una picota académica. Profesor en la Universidad de Princeton, en los
90 puso en entredicho la sacralidad de la vida en “Repensar
la vida humana” (Ediciones Paidós), un libro que le posicionó como uno
de los filósofos más influyentes del mundo y también uno de los más
controvertidos. Los derechos de los animales, el altruismo, el desarrollo del
Tercer Mundo y la lucha contra el cambio climático han ocupado su pensamiento
en los últimos años y han “convertido” al
veganismo a varias generaciones de estadounidenses. Desde Australia, donde está
pasando el confinamiento, concede por Skype esta entrevista en la que repasa
los grandes temas, empezando por la vida y acabando por la muerte, que el
Covid-19 nos ha vuelto a poner delante.
-Usted siempre ha cuestionado la sacralización de
la vida humana en sociedades como la nuestra. ¿De qué forma cree que esta
pandemia nos hará replantearnos ese concepto?
-Esta crisis nos ha enfrentado al dilema de decidir a quién le salvamos
la vida cuando no hay suficientes respiradores. Esto desafía la idea,
mayoritariamente asumida, de que todas las vidas valen lo mismo y que son igual
de importantes. Mucha gente ha llegado a la conclusión de que es mejor salvar a
los más jóvenes, a los que tienen más años por delante. Darle un respirador a
alguien de 40 antes que a uno de 80. Estamos cambiando radicalmente la forma en
que vemos la vida y la muerte.
-¿Qué otros dilemas nos está despertando la crisis
sanitaria?
-El difícil equilibrio entre salvar vidas humanas y proteger la economía.
Es un tema complejo, sin duda. ¿Hay que defender la
vida por encima de todo o hay que proteger la economía y evitar futuros males a
aquellos que, aunque no van a morir, van a ver perder sus trabajos y se van a
quedar atrás? Hace falta un equilibrio.
-¿Cree que sus tesis se están viendo reforzadas?
-Al menos queda demostrado que cuando llega el momento de la verdad y
hay que tomar decisiones, la mayor parte de la gente tratará de salvar las
vidas de los que pueden sobrevivir más tiempo y en mejores condiciones. En el
fondo, si nos sentimos presionados la mayoría echará mano del utilitarismo y no
de conceptos relacionados con la santidad de la vida humana. Todo eso está bien
cuando no te ves en la tesitura de hacer un juicio definitivo, pero no es verdad
que todas las vidas valgan lo mismo. Y no tiene sentido tirar una moneda al
aire para decidir si quien vive es el de 40 o el de 80 años.
-Da la impresión de que esta pandemia nos ha hecho
darnos cuenta de cosas que antes, cuando todo iba bien, no queríamos reconocer.
-Exactamente. Hemos descubierto aspectos de nosotros mismos que siempre
han estado ahí pero que habíamos enterrado porque no nos hacían falta. O no
hablábamos de ello o lo hacíamos de una manera retórica y con unos argumentos
que no expresaban lo que de verdad sentíamos.
-Vamos, que hemos llegado a la conclusión de que no
todas las vidas son iguales.
-Eso es, el pensamiento dominante decía una cosa y la realidad ha dicho
otra. Sé que hay gente a la que esto no le parece bien, pero desde luego no he
visto grandes corrientes que se hayan opuesto. La postura mayoritaria ha sido
que había que tomar esas decisiones.
-En España parece que hemos perdido las dos
batallas, no hemos salvado muchas vidas ni la economía. Desde el punto de vista
ético, ¿cuál es el debate entre salvar la economía o salvar vidas?
-El asunto principal es que no tenemos un denominador común para hacer
esa comparación. Habría que encontrar una medida para valorar las ganancias en
ambos lados, que evidentemente las hay. Además, aunque tuviéramos ese indicador
tampoco contamos con la información necesaria sobre el coste real de la
pandemia. Y no me refiero solo a dólares o euros, sino al coste en términos de
sufrimiento humano o de pérdida de calidad de vida. Tendríamos que saber
también de qué forma va a repercutir negativamente en las personas la crisis y
cómo de fuertes habrían sido nuestras economías si no nos hubiéramos confinado.
Igualmente, es imposible saber cuánta gente habría muerto si no hubiéramos
parado el mundo. Seguramente muchas más. Nunca nos hemos encontrado en una
situación como esta.
-Se antoja muy difícil comparar el coste de la
pérdida de vidas con el coste en la calidad de vida de futuras generaciones a
las que lo ocurrido les ha estropeado el futuro. Quizá se hayan salvado vidas a
costa de empeorar muchas otras a medio y largo plazo.
-Hace ya varios años que economistas expertos en Salud están tratando de
comparar el valor de las intervenciones sanitarias, preguntando a la gente
cuestiones que implican una elección entre una vida más larga y otra con más
calidad. En la disyuntiva entre un buen año sin operarte o dos años enfermo
tras una intervención, la mayoría rechaza la segunda opción. En cambio, si
varías el número de años y subes a tres los que vives, aunque sea en cama, ya
habrá más personas que lo elijan. O sea, que un año en la cama es solo un
tercio de bueno que uno haciendo vida normal. Esto te da un poco una idea de
cómo nos enfrentamos a dilemas de este tipo.
-¿Cómo se traslada eso a la pandemia?
-Podríamos hacerlo para entender mejor el sentir general, pero llevaría
demasiado tiempo que no tenemos. Sin embargo, la pandemia demuestra que tenemos
que hacer más investigaciones de este tipo para saber qué es importante en la
vida de la gente y cómo piensa y siente la población. Hasta qué punto estarían
dispuestas a cambiar número de años por calidad de vida. Por ejemplo, puedes
preguntar a alguien mayor, que esté enfermo de coronavirus, si preferiría vivir
otros tres años a sabiendas de que eso implicaría que sus hijos o sus nietos
tuvieran una vida mucho peor. Estoy seguro, y ahora le hablo como abuelo, de
que muchos dirían que no, que no querrían imponer una vida peor a sus
descendientes a cambio de dos o tres años más de vida.
-Si esto fuera mayoritario, significaría que los
Gobiernos van por un lado y el resto de la sociedad, por otro.
-Eso es así la mayor parte de las veces. Ellos intentan por normal
general evitar muertes, y no preguntan a la gente qué quiere. Quizá se trate
simplemente de que no estén dispuestos a asumir las consecuencias políticas de
un mayor número de fallecimientos. En cualquier caso, según vayamos dejando
atrás la pandemia, los ciudadanos empezarán a cuestionar si el Gobierno ha
tomado las decisiones adecuadas o no. Eso nos colocará en una mejor posición
cuando venga otra peste, que lo hará.
Está claro que no usar
voluntarios para probar la vacuna está retrasando enormemente el proceso.
Admiro mucho a los que quieren hacerlo, para mí son héroes.
-Ahora que todo el mundo anda detrás de la vacuna,
¿cuál es el mayor riesgo para usted desde una perspectiva ética?
-El mayor peligro es retrasar la consecución de la vacuna porque nos
empeñamos en emplear los métodos tradicionales para testarla. Ahora no tenemos
ese tiempo. Cada día que pasa se traduce en miles de muertos. Podríamos
saltarnos los test previos en animales, que tampoco suelen ser muy reveladores
y causan mucho sufrimiento. El otro tema es si resulta ético exponer
deliberadamente a voluntarios al virus después de aplicarles la vacuna en
estudio. Hay mucha gente que se ha apuntado en la web “1
Day Sooner”, que ya lleva cerca de 30.000 solicitudes de más de cien
países. Asimismo, hay quien no lo considera ético y opina que debería probarse
en la población general, sobre todo en los sanitarios. Está claro que no usar
voluntarios está retrasando enormemente el proceso. Admiro mucho a los que
quieren hacerlo, para mí son héroes. Se ponen a sí mismos en riesgo para salvar
a otros.
-Entiendo que usted claramente apoya el empleo de
cobayas humanas.
-Sí, sé que existen riesgos, pero los voluntarios los conocen. Lo
contrario pone en peligro a mucha más gente que puede morir sin vacuna. Hay
riesgos de una u otra forma, eso no lo podemos evitar. Mientras usted y yo
hablamos, hay millones de personas en peligro que pueden perder la vida. No se
les pide a los voluntarios que hagan algo diferente a lo que la población
mundial está sometida en estos momentos: exponerse al virus.
-¿Le ha sorprendido algo del comportamiento humano
en estos tres meses?
-Sobre todo el nivel de obediencia, incluso en países como EE UU, en los
que hay un alto grado de sospecha hacia el Gobierno. Aunque veneran la libertad
y los derechos individuales, cuando ha llegado el momento y el Estado les ha
prohibido hacer esto y lo otro, la enorme mayoría lo ha acatado.
-Quizá tenemos más miedo del que estamos dispuestos
a aceptar en alto.
-Sí, es posible. Al final, las personas son mucho más utilitaristas de
lo que yo mismo habría dicho. Esos derechos de libertad se pueden dejar a un
lado cuando de lo que se trata es de salvar vidas.
-Desde el punto de vista medioambiental, ¿qué
conclusiones saca? ¿Está tratando la Tierra de decirnos algo?
-Es una metáfora bonita, pero poco más. Lo que quizá sí saquemos de esto
es una mayor colaboración internacional para prevenir pandemias futuras, como
cerrar los mercados húmedos, por ejemplo. A lo mejor también se plantea acabar
con las granjas industriales, que también han causado otras epidemias en el
pasado. Esos centros de producción animal para alimentación son la mejor manera
posible de fabricar plagas futuras: juntar a muchos
animales en un sitio cerrado y pequeño y someter su sistema inmune a un gran
estrés. Todo esto puede tener un efecto positivo en el cambio climático,
la otra gran amenaza catastrófica que nos acecha.
-¿Es usted de los que ha visto un crecimiento de la
solidaridad, o al final solo se trata de sobrevivir?
-Bueno, es algo que varía de un ser humano a otro. No es que haya una
regla que diga que cuando tu vida peligra tengas que abandonar a otros. Ahí
tenemos el ejemplo del altruismo en los campos de concentración nazis. Creo que
ha habido un buen nivel de solidaridad comunitaria, aunque no se puede
generalizar. También tenemos las imágenes del saqueo de papel higiénico en los
supermercados. Me gustaría pensar que todo este ambiente se va a mantener en el
tiempo, pero es probable que vaya desapareciendo... Veremos.
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