(ECOS
de la CAVERNA) “¿Por qué nadie me advirtió de que existía el
infierno?”, preguntó el alma al ver que su juicio particular no iba a terminar bien.
“¡Creí que era un cuento de viejas! ¡Nadie me dijo
que era de verdad!”.
Los ángeles
investigadores descubrieron, con
horror, que tenía razón. Después de haber asistido a 3.847 misas, 48 funerales,
0,6 cursillos prematrimoniales, 53 horas de catequesis de Primera Comunión, 27
sesiones de dinámicas de grupo/catequesis de jóvenes y lo que pareció una
eternidad (pero solo fueron cinco sesiones de media hora) de charlas para
adultos de su párroco, el alma no había oído hablar en
ninguna ocasión del infierno.
De hecho, su única relación
con el concepto de condenación eterna se había producido al escuchar una
canción en la que el infierno se presentaba como un lugar donde iban
al morir los rockeros, que al
llegar organizaban inmediatamente una fiesta. “A mí
me gustan las fiestas. ¡La misa es una fiesta!”, gimió el alma,
intentando desesperadamente recordar algo de lo aprendido en la catequesis
durante su niñez.
Tras considerar la nueva
información, de forma provisional y mientras se revisaba su caso, se concedió
al alma el atenuante de “necedad, locura o ignorancia de
proporciones cósmicas”. Los
registros celestes, de hecho, parecen indicar que este atenuante se ha ido
haciendo cada vez más frecuente en los fallecidos de un tiempo a esta parte. “Es como una epidemia de estupidez”, declaró un
serafín que no quiso dar su nombre.
Sin embargo, y en ejercicio de
la Justicia divina (de la que tampoco había oído hablar el alma), esta
circunstancia se aplicará en el futuro como
agravante a los obispos, sacerdotes y catequistas que no puedan demostrar que advirtieron a los
fieles sobre la existencia del infierno. En los atrios celestiales se rumorea
que este agravante podría añadir un par de ceros a la duración de la estancia
media en el purgatorio y que Pedro Botero ha hecho un pedido de calderos XXL a
China para afrontar el previsible aumento de la demanda.
De hecho, se han descubierto
ya siete casos de almas de sacerdotes que pretendían hacerse pasar ante
el tribunal celeste por milicianos de las Brigadas Internacionales para “tenerlo más
fácil en el Juicio”. En una ocasión, los ángeles tuvieron que intervenir
para evitar que el alma de un obispo recién fallecido le arrebatara por la
fuerza los documentos de identidad a un político abortista para cambiarlos por
los suyos. “Yo no tengo la culpa”, declaró
Mons. [censurado], “si hubiera predicado sobre el
infierno y el pecado me habrían llamado rígido y tradicionalista! ¡No podía
hacer otra cosa!”.
Cavernicola
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