viernes, 22 de marzo de 2019

¿LA IGLESIA CATÓLICA SE MUERE?


Vaya por delante que, como nos ha prometido el Señor, y su Palabra siempre se cumple pues es la misma Verdad: Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Por tanto, la Iglesia Católica no puede morir: el Señor ha empeñado su Palabra. Pero… la están matando. Sus propios hijos.
Hay gentes que se pueden reír con lo que escribo. No lo dudo en absoluto. Pero les recordaría a esas mismas gentes que tampoco Dios podía morir; con todo… lo mataron. Y tuvo que resucitar. O sea, que no hay que precipitarse, porque las prisas nunca son buenas, tampoco para sacar pensar y para sacar conclusiones.
Por tanto, y sabiendo que siempre habrá un pusillus grex y un resto de Israel que permanecerá fiel, y desde donde el Señor suscitará de nuevo su Iglesia -como suscitó una y otra vez a Israel-, no tengo más remedio que seguir insistiendo en la afirmación que da título al post: ¿la Iglesia se muere?
Porque se están poniendo todos los medios, todas las condiciones necesarias para matarla. De hecho, lo que está pasando en la Iglesia Católica a día de hoy, es la repetición de lo mismo que ha llevado a la muerte a las que calificamos de “otras realidades eclesiales"; y todas están muertas, y bien muertas, por cierto: claro que, a pesar de las apariencias, todas nacieron ya muertas. Y hay que decirlo.
Pero no sería el caso de la Iglesia Católica; porque, si eso pudiese llegar a suceder, estaría muy mal muerta, porque no solo nació viva, sino del mismo autor -y dador- de la Vida. Pero, con todo, no estaría menos muerta. 
¿Por qué lo digo?
Una aclaración previa: nunca me he considerado un “pesimista". Es más: me molesta bastante lo de “pesimista"/"optimista” siempre que eso sirva para “ocultar” la REALIDAD. Pero, desde luego, estoy en las antípodas de esos “optimistas con pedigrí” -¡ciegos que guían a otros ciegos, mercenarios, perros mudos, sepulcros blanqueados!- que, por ejemplo, cuando el último inquilino de una casa religiosa apaga la luz por última vez porque se van, bajan las persianas y cierran, comenta: “¡pues mejor: así no hay que estar apagando y encendiendo; y, además…, sale más barato!". Pues eso.
Pero lo digo -con mucho dolor, si se me permite tan personal confidencia- a tenor de lo que está pasando, de cómo se está gestionando (?) lo que pasa, y de lo que se está diciendo al respecto: todo en y desde la propia Iglesia Católica. ¡Es demencial! Y, además, penoso, de vergüenza ajena y… suicida: que termina siempre en muerte, por cierto.
1. De entrada, y es lo más grave con diferencia y a mi entender: la falta de vocaciones sacerdotales; y, de rebote, de vocaciones religiosas. Hablo en general; pero muy en concreto, en el ámbito del mundo occidental; mundo que, desde los tiempos de Roma, había marcado la impronta en todo el resto.
Sequía -¡un desierto, donde antes había un vergel! Y no hablo del siglo XIII, que podría, sino de lo que yo he visto con mis propios ojos-, que no hace sino poner de manifiesto, -sin ninguna posibilidad de paños calientes o placebos-, que TODA LA PASTORAL en la Iglesia -y no solo la estrictamente “juvenil” y “vocacional"-, desde mediados de los años sesenta hasta hoy (nada más acabar el CV II), ha sido la historia de UN FRACASO: sonoro y sonado, desgraciado y estrepitoso, buscado y justificado en tantos casos y lugares.
Y ya se sabe que una familia sin hijos, como muy bien enseña la experiencia más natural, se extingue, se muere  necesariamente, por mucho que haya durado la agonía. En el caso de la Iglesia Católica, ni sesenta años, en comparación con esas otras “realidades eclesiales” que han durado siglos: ¡y eso que nacieron muertas!
2. La falta total y absoluta de disciplina sacramental: desde la celebración de la Santa Misa, hasta la administración (¿?) de los Sacramentos -empezando por la propia Eucaristía-, cuya vigilancia y fiel cumplimiento en estricta obligación, recae en conciencia en los ministros sagrados y, a su cabeza, el Ordinario del lugar.
Se admite a los Sacramentos -a todos y a cada uno de ellos- a las personas que no están ni siquiera medianamente informadas de los que son y, por tanto, no saben a lo que se acercan ni lo que reciben. En esas condiciones, la responsabilidad moral de los sacrilegios que cometen los presuntos fieles -en muchos casos, meramente “materiales", dado lo que se les ha dicho, animado y permitido- recae, directamente y  formalmente, en los ministros sagrados; y, en último término, insisto, en el sr. Ordinario del lugar, por acción u omisión.
Volver a hablar aquí del fracaso de las catequesis a todos los niveles es quedarse en prácticamente nada, porque aquí lo que ha fracasado previa y estrepitosamente es la FORMACIÓN DEL CLERO y de sus ORDINARIOS, fruto del gravísimo error al escoger el “modelo” adoptado para unos y otros: se les ha hurtado, nada más y nada menos, que al mismo Cristo. Y, de este modo, toda la ¿formación? que se les ha dado estaba viciada -muerta- desde el inicio. Por sus frutos los conoceréis. Y, ¡vaya si se están conociendo!
3. La ruptura de la unidad doctrinal, de la comunión jerárquica y, en consecuencia necesaria, de la unidad entre los fieles y sus pastores, y entre los mismos fieles entre sí. En todos estos aspectos, la Iglesia está hecha unos zorros, desdibujada, desgarrada, rota, sin fuelle, sin Verdad, sin Cristo..
Se ha dejado y/o querido, conscientemente y desde arriba, que cada obispo hiciese de su capa un sayo, y los peores se han llevado el gato al agua; o de que, camuflados en las Conferencias Episcopales, los obispos al pretender ir “todos a una” y dar hacia fuera una “nota” de una unidad que no vivían porque no la tenían, han traicionado a la propia Iglesia Católica, a la que debían servir: y se han llevado el agua a su molino los peores; los obispos han dejado hacer a los sacerdotes y a los religiosos lo que les ha dado la gana y, en esa tesitura y como no podía ser de otra manera, han “ganado” los más beligerantes: o sea, los peores; desde ahí, se ha “enseñado” (?) a los fieles supercherías -o simplemente herejías- dándoselas como si fuese “lo auténticamente católico": se les ha desarraigado de la Fe al desarraigarles de la Doctrina.
Podría seguir, pero no puedo ni quiero. Toca clamar al Señor: “¡Ven, Señor, Jesús: no tardes!”
José Luis Aberasturi

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