sábado, 1 de diciembre de 2018

UNA GUÍA PARA CONOCER EN QUE CONSISTE LA VERDADERA MISERICORDIA DE DIOS


Hay confusión sobre su real significado. Porque muchos católicos trasladan lo que el mundo llama misericordia a la misericordia cristiana.
Según el cristianismo la misericordia se basa en el amor a los pecadores y en la justicia.
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Pero no implica la tolerancia al pecado, sino facilitar la reconducción del pecador para salir del pecado.
El pecado sigue siendo algo que:
A) generará al pecador problemas en la Tierra en un breve lapso,
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B) le privará de la vida eterna en el Cielo,
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C) su ejemplo corromperá a otras personas haciéndoles caer en el error y perjudicandolos en el futuro.
Pero hemos leído ponencias que asimilan la misericordia a la tolerancia del pecado.
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Si el pecado se tolera quiere decir que ya no es más pecado.
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Entonces ya no es necesaria la misericordia.
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Y por lo tanto habría que sincerar qué se entiende por pecado.

¿AMOR O MISERICORDIA?
El papa Francisco está apareciendo a los ojos del mundo como el gran impulsor de la misericordia, pero su lenguaje poco preciso – que contrasta con el su antecesor Benedicto XVI – ha generado entre los católicos que no se han detenido en el tema. A fin de aclarar el alcance del término se hace indispensable un poco de teología. No está bien decir que el principal atributo de Dios es la misericordia, pues su atributo principal es el amor. Ya que el amor surge entre las tres divinas personas (de la Trinidad) desde la eternidad misma.
La misericordia es el rostro del amor cuando éste se dirige al pecador.
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Por tanto, decir que la misericordia pertenece a la naturaleza propia de Dios es una equivocación.
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Porque supondría que el pecado existe al interior de Dios.

LA MISERICORDIA NO HACE PASAR EL PECADO
Esto tiene importancia porque muchos reciben el mensaje de que la Divina Misericordia equivale a negar la realidad del pecado.
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Como si éste ya no importara más, pero lo que sucede es el caso contrario.
Hablar de misericordia es estar intensamente atento al pecado y su peculiar modo destructivo. O para destacar una de las metáforas favoritas del Papa, se trata de estar muy consciente de que uno está tan gravemente herido, que no requiere un tratamiento ligero sino la atención de emergencia y completa que proporciona un hospital cercano al campo de batalla. Recuerda que hace un par de años, al ser interrogado por un famoso presentador sobre cómo se describiría, el Papa dijo: “un pecador que recibió la atención del rostro de la misericordia”. Recuerda también que el adolescente Mario Bergoglio entró a una relación profunda con Cristo, que cambió su vida, a partir de una intensa experiencia en el confesionario.

PECADORES QUE RECIBEN MISERICORDIA
Como lo han señalado muchos, el papa Francisco habla del diablo con más frecuencia que sus predecesores de reciente recordación. Él no reduce el poder de la oscuridad a una simple y vaga abstracción o a un símbolo inofensivo. Él entiende que satanás es un personaje real y muy peligroso. Pero su intervención no reduce la culpa del pecado. También cuando el papa Francisco habla de los marginales, él se refiere sin duda a la gente que está en desventaja económica y política. Pero también se refiere a la gente que está excluida de la vida divina, de la gracia y que, por tanto, es pobre en lo espiritual. Y del mismo modo en que él se acerca a los marginados materialmente para llevarlos al centro, también se acerca a aquellos ubicados en la periferia existencial para llevarlos a una mejor ubicación.
Refiriéndonos a la misericordia y a la inclusión, el Papa no declara “yo estoy bien y tú estás bien”.
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Él está llamando a la gente a convertirse.
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Como decía el cardenal Francis George, “Todos son bienvenidos en la Iglesia, pero con los términos de Cristo”.

¿QUIÉN SOY YO PARA JUZGAR?
En ningún otro lado ha habido mayor confusión que en relación a la célebre acotación del Papa referida a un sacerdote con orientación homosexual: “¿Quién soy yo para juzgar?”.
Apostaría que el 95 % de los que captaron esas palabras entendieron que, en lo que concierne al Papa, la actividad homosexual no es realmente pecaminosa.
Siendo arzobispo de Buenos Aires no se destacó por ser un defensor de la apertura a la homosexualidad. De cualquier forma, esa imprecisión que maneja Francisco en sus palabras, generaron confusiones.
La Iglesia no apuesta a un liberalismo “vale todo”.
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Y al respecto nos lo recordaba san Agustín hace mucho tiempo: la misericordia y la miseria son dos caras de la misma moneda.
Pero hay otro tema más: la relación entre misericordia y justicia, que está siendo mal entendida. Y para aclararlo vayamos a lo que ha dicho el célebre obispo norteamericano Fulton Sheen, un mediático también como el Papa Francisco.

DEL VENERABLE FULTON SHEEN SOBRE LA MISERICORDIA Y LA JUSTICIA
Sheen dice que a medida que la humanidad se va ablandando, utiliza cada vez más la palabra misericordia.
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Ello parecería una característica elogiosa si la misericordia fuera correctamente entendida.
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Pero demasiado frecuentemente con esta palabra se va a permitir a cualquiera quebrar la ley natural o la divina, o traicionar a su país.
Semejante misericordia es una emoción -y no una virtud- cuando justifica el que un hijo mate a su padre porque éste es “demasiado viejo”. A fin de evitar cualquier imputación de culpa se le llama “eutanasia” a lo que de hecho es un asesinato. En tales argumentaciones de misericordia se ha olvidado el principio de que la misericordia es la justicia perfeccionada. La misericordia no se da primero y luego la justicia, sino que es a la inversa: la justicia viene primero y luego la misericordia.
El divorcio de la misericordia y la justicia es sólo sentimentalismo.
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Así como es sólo severidad el que la justicia se separe de la misericordia.
La misericordia no es amor si se separa de la justicia. Quien ama alguna cosa debe evitar lo que destruiría el objeto de sus afectos. Existen ciertos crímenes en los que el tolerarlos equivale a aceptar su implícito error. Aquellos que reclaman la liberación de los asesinos, traidores y similares criminales, apoyándose en que debemos ser “misericordiosos como Jesús lo era”, se olvidan de que el mismo Salvador Misericordioso también dijo que no venía para traer la paz sino la espada. Así como una madre demuestra amar a su hijo odiando la enfermedad que devastaría el cuerpo del chico, así Nuestro Señor demuestra que ama la bondad odiando el mal que devastaría las almas de sus creaturas. Para un médico ser compasivo con los gérmenes de la polio presentes en su paciente, o para un juez tolerar la violación, sería descender a la categoría más baja, tal y como lo sería para Nuestro Señor mostrarse indiferente al pecado. Una mente que nunca es estricta ni se indigna por nada… o carece de amor o es nula para distinguir entre el bien y el mal.

EL AMOR, LA MISERICORDIA Y LA JUSTICIA DE JESÚS
Sheen también acota que el amor puede ser estricto, imponente e, incluso, feroz, como lo fue el amor del Salvador. Ese amor expulsa a los mercaderes de los templos, les niega la cortesía del diálogo a los reducidores de la moral como Herodes para así no acrecentar su culpa. Se vuelve al Procurador Romano que se ufana de la ley totalitaria y le recuerda que él no tendría poder si no fuera porque Dios se lo concedió. Cuando no funciona una amable sugerencia con una mujer junto al pozo, Jesús va directamente al grano y le recuerda sus cinco divorcios. Cuando los así llamados hombres justos o fariseos iban a sacar a Cristo del camino, Él desenmascaró su hipocresía y los llamó “raza de víboras”. Cuando Él supo del derramamiento de sangre de los galileos, con enorme rudeza dijo:
“Todos ustedes perecerán igual que ellos si no se arrepienten”. 
Igualmente estricto se mostró el Salvador con aquellos que ofendían a los pequeños dándoles una educación conducente al mal: Si cualquiera escandaliza a uno de estos pequeños que cree en mí, más le valiera ser ahogado en el fondo del mar con una piedra de molino atada al cuello”.

LA MISERICORDIA EXIGE JUSTICIA
Si la misericordia significara perdonar todas las faltas sin una retribución y sin justicia, terminaría convertida en la multiplicación de errores, dice Sheen.  La misericordia es para quienes no abusarán de ella y no lo hará ningún hombre que empiece a corregir el error, que es lo que demanda la justicia.
Lo que algunos llaman ahora “misericordia” no es verdadera misericordia, sino un lecho de rosas preparado para quienes le fallan a la justicia.
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Al proporcionarles ese beneficio no hacen más que multiplicar la culpa y la maldad.
Volverse depositario de la misericordia no es lo mismo que quedar libre de exigencias, pues como lo dice la Palabra de Dios: “A quienes Él amaba, Él corregía”. El hombre moral no es el hombre melindroso, o aquel que extrae sus emociones de la parte más estricta de la justicia.
En cambio, el hombre moral es aquel cuya amabilidad y misericordia son parte de un ente mayor.
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Cuya mirada puede encenderse por la indignación que es justa.
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Y cuyos músculos pueden ponerse tan duros como el acero al defender – como el arcángel Miguel – la Justicia y los Derechos de Dios.

¡Y CUIDADO CON LA MANIPULACIÓN DE LAS PALABRAS!
George Orwell nos hizo notar en su novela ‘1984’ que una de las armas más poderosas de los regímenes totalitarios es el “doble-pensamiento”, que se expresa a través de usar palabras habituales pero con un sentido diferente.
Es así que las palabras pierden su significado original tradicional y se las invoca con otra connotación.
Misericordia, originalmente significaba dolor por el mal sufrido por el otro, así como los actos destinados a aliviar el sufrimiento. (El término latino misericordiae significa literalmente “miseria del corazón”.) De hecho, Santo Tomás de Aquino llama a la misericordia la mayor de las virtudes que se refieren a nuestro vecino, y dice que la omnipotencia de Dios es más manifiesta en su misericordia. Francisco ha hecho de la misericordia un sello distintivo de su pontificado, que lo destaca como un aspecto central del mensaje cristiano. Pero con el creciente interés en el concepto, también se incrementan los desacuerdos y el doble lenguaje. La Misericordia sólo puede ejercerse cuando hemos identificado correctamente a la fuente del sufrimiento y abordado adecuadamente.
Por lo tanto, cuando una persona peca y se causa daño espiritual a sí mismo, es un acto de misericordia advertir al pecador, para que no sufra el mal de nuevo.
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Es un acto de misericordia ofrecer absolución al penitente.
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Pero NO es un acto de misericordia intentar aliviar la culpabilidad sugerir al pecador, que no ha pecado tanto.
Esto únicamente daña, no ayuda, al pecador; es como verter un bálsamo sobre una herida que alivia por un momento, pero hace que la infección empeore. Pero con el cambio de connotación, nos encontramos con que el verdadero objeto de la acción supuestamente compasiva, es la misma persona que ejerce la misericordia. Cuando actuamos de esta manera, estamos menos interesados en ayudar al sufrimiento del otro que en apaciguar nuestra propia pena al verlo así. Por lo tanto, todo lo que hago que me ayude a sentirme mejor cuando lo veo sufrir es misericordioso.
En otras palabras, si lo que hago me hace sentir bien, debo estar siendo misericordioso.

Fuentes:

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