Los terribles datos que publicó el INE
pasan desapercibidos para la clase política.
El INE publicó la pasada semana las estadísticas de
natalidad en España,mostrando las peores cifras de su registro histórico, que
data de 1941
La pasada
semana, el Instituto Nacional de Estadística publicaba un dato demoledor. En el primer semestre de 2018 nacieron en
España 179.794 niños, un 5,8% menos que en el mismo periodo de 2017, ya
un “annus horribilis” para
la natalidad.
Estas
nuevas cifras suponen que en el país nacen menos niños que en 1941, en plena
posguerra, hambre, pobreza y con 20 millones de habitantes menos. Este es el ejemplo más gráfico de lo que
Alejandro Macarrón define como “suicidio
demográfico”.
Pese a
que estos datos suponen un estoque a España como nación y todo el Estado de
Bienestar en el que sustenta, los políticos no le han dado ni la más mínima
importancia. Macarrón, uno de los
mayores expertos en demografía en España, sin embargo, sí le concede la
gravedad debida. En un detallado análisis en El Debate enumera
los factores que han llevado a esta situación:
¿POR
QUÉ NO SE AFRONTA EN SERIO EL PROBLEMA DE BAJA NATALIDAD?
El
político norteamericano Al Gore
sacudió el mundo hace años con su documental Una
verdad incómoda, sobre el peligro de calentamiento global. Y la expresión “verdad
incómoda”, ciertamente, tuvo mucho éxito.
¿Por qué no se produce una alerta masiva similar en relación a la muy
insuficiente natalidad de España, Occidente en general, extremo Oriente, y un
número creciente de países de otras partes del mundo, y tras ella, como
coloquialmente se dice, “nos ponemos las pilas” para lograr que mejore
apreciablemente en este indicador clave sobre nuestra auténtica salud social? Como el calentamiento global, la
baja natalidad es un fenómeno que produciría efectos catastróficos a medio y
largo plazo. Pero a
diferencia de lo que ocurre con el calentamiento global, no hace falta ser un
experto en una disciplina científica tan compleja como la climatología, algo
solo al alcance de un puñado de seres humanos, para entender que, si nacen cada
año menos niños, la sociedad tiende a menguar en población y envejecer más y
más por falta de savia joven. Y a término, a extinguirse. Tampoco hace falta
dominar los complejos conocimientos económicos y de impacto ambiental que
conducirían a la conclusión de que la subida de un par de grados en un siglo de
la temperatura media sería muy dañina para la humanidad, y que es mejor tratar
de evitarla que adaptarse a ella, aprovechando lo que también de bueno
conllevaría (por ejemplo, al haber más CO2 en la atmósfera, ceteris paribus, habría más
vegetación en la Tierra. Y a los países de clima frío les vendría de cine algún
que otro grado extra de temperatura), para comprender que una sociedad sin
apenas niños y jóvenes, menguante y decrépita, está abocada al empobrecimiento
económico y afectivo, a una gerontocracia electoral, y a la irrelevancia en la
esfera internacional por su decreciente peso demográfico. No, comprender que la falta de niños es un
grave problema, y que necesitamos más, es facilísimo. Y sin embargo, en
Occidente en general, y en España en concreto, a la baja natalidad se le da una
importancia ínfima para la colosal magnitud del problema social que está
generando y generará, pese a que es obvio que, efectivamente,
conduce a un gran desastre social -que en parte ya se está viviendo en las
zonas de España que se está quedando despobladas y con poblaciones remanentes
enormemente envejecidas, y eso que en ellas aún se pueden recibir pensiones,
servicios médicos y otras transferencias de riqueza producida en el resto de
España, que alivian lo peor de este problema en lo material-, y lo fácil que,
para cualquier prójimo, es comprender que una sociedad sin niños no tiene
futuro.
Alejandro Macarrón ha escrito varios libros sobre este tema, entre los
que destacan El suicidio demográfico en España y Suicidio demográfico en
Occidente y medio mundo.
¿Por qué no se hace apenas caso al problema de baja natalidad y al
llamado invierno / suicidio demográfico que genera? Ciertamente,
no solo porque sea un problema de largo plazo, sin efectos visibles de un día
para otro por su lenta evolución, porque eso mismo cabe decir del calentamiento
global (dos grados de subida media de temperaturas en un siglo no se notan de
un día para otro, o incluso de un año para otro, ni siquiera de una década a la
siguiente. Y dentro de un siglo, como decía Keynes, “todos
calvos”), y todos sabemos el mucho caso que se hace en la agenda
público-mediática al cambio climático.
UN
ASUNTO "INCÓMODO"
La
explicación principal, por mi experiencia como divulgador del tema, es que el problema de la baja natalidad es un
asunto incómodo para una gran parte de la gente que no tiene o no quiere tener
(apenas) hijos, cuando oyen o leen que si, en media, nacen menos de dos
hijos por mujer, nuestra sociedad acabaría hundiéndose. Aproximadamente la
mitad de los españoles acaba teniendo uno o ningún hijo. Y claro, a los
políticos, que saben que, para que les voten, hay que agradar al votante potencial,
y en ningún caso incomodarle, les da miedo hablar de que España se está
labrando la ruina por falta de niños, y que necesitamos en media al menos dos
hijos por mujer (y por hombre). Temen que muchos de los numerosísimos votantes
sin hijos o ganas de tenerlos se sientan “reñidos” por
quien diga que es necesario que los españoles tengamos más niños, so pena de
labrarnos un gran desastre colectivo.
PERO
HAY MÁS ELEMENTOS IMPORTANTES DE “INCOMODACIÓN”.
La baja
natalidad es (o debería ser) un tema muy incómodo para una gran parte del influyente movimiento
feminista actual, a diferencia del primigenio, que centró su actividad, con
gran valentía y justicia, en lograr la plena igualdad en materia legal, en
respeto y dignidad, entre hombres y mujeres, ideal al que me adhiero al 100%.
Para gran parte del movimiento feminista actual, con tanto predicamento en los
políticos, los medios de comunicación y la sociedad en general, que las mujeres
sean madres de varios hijos es algo entre prescindible y contraproducente, en
vez de ser, como siempre fue y prescribe su biología, un elemento esencial para
“realización
vital integral” del 90% o
más de las mujeres (y de los varones, también de los varones).
Irónicamente, si no tenemos suficientes hijos para lograr la continuidad de
nuestra sociedad, a la larga se acabarían suprimiendo todas las diferencias
entre mujeres y varones, discriminaciones negativas y positivas incluidas, al
desaparecer tanto las chicas como los chicos.
Es un
asunto desasosegante, asimismo, para quienes -como el autor de estas líneas-
disfrutan al contemplar cómo la humanidad en general, y Occidente en
particular, ha dado un salto gigantesco en los últimos 200 años en progreso material
y científico, en esperanza de vida y salubridad, en reducción de la pobreza
extrema, en igualdad de derechos y posibilidades de prosperar de todos los
ciudadanos, independientemente de su clase social de origen y su sexo, en
libertad política, en tasas de alfabetización, en reducción de la violencia,
etc.… Y sin embargo, pese a estar ahora
objetivamente mejor que nunca en lo material, tenemos menos niños que en
cualquier otro tiempo. Una de las características fundamentales del
actual modelo de sociedad es justamente la insuficiencia de niños, la cual, de
no corregirse, haría inviable a medio y largo plazo la continuidad de ese
bienestar inédito en la ya millonaria historia de la humanidad, desde el australopitecus afarensis hasta ahora, por la vía de la despoblación y
el envejecimiento acelerado. ¿Seremos capaces de
sobrevivir como sociedad a la prosperidad, la libertad política y otros
valiosos avances en tantos campos, sin parangón en la historia humana, cuando
al mismo tiempo que disfrutamos de todos esos logros nuestra fecundidad se ha
desplomado hasta niveles de inviabilidad social a largo plazo? Si no
logramos reajustar el modelo de sociedad de modo y manera que la natalidad de
repunte sustancialmente, la respuesta sería negativa.
QUÉ
FACTORES EXPLICAN LA SITUACIÓN ACTUAL
Y
para empeorar las cosas, hay relevantes
factores que dificultan que se dé al problema de baja natalidad de España
y Occidente la importancia que merece, entre los que cabe citar los siguientes:
- Unos ambientes académico-intelectuales españolas y europeos que siguen creyendo, muy mayoritariamente, que el
problema demográfico del mundo es la superpoblación, pese a que la tasa
de natalidad mundial ya solo está en el nivel de reemplazo, y sigue cayendo, y
a que la riqueza y los recursos generados han crecido mucho más que la
población en los últimos 40 – 50 años (conjurando los temores malthusianos de
que ocurriese lo contrario). Y que no les preocupa que, vaya como vaya la
demografía mundial, ellos vivan en países con una tendencia clara al declive
demográfico autóctono, por la escasez de nacimientos.
- Un ecologismo actual del que cabe algo parecido a lo del feminismo. El
ecologismo primitivo es inapelable: no hay que dañar el medio ambiente de forma
significativa en aras de nuestro bienestar material. Claro que no. Pero el ecologismo actual, en muchos casos,
ha dado un paso más, abiertamente antihumanista y no soportado en evidencias
científicas irrefutables: la tesis de que la huella ecológica que
produce el ser humano es muy mala para el planeta, y por tanto, es mejor no
tener hijos, o bien uno a lo sumo. Este ecologismo radicalizado prioriza la
supuesta salud de la Tierra sobre el bienestar humano, en vez de procurar que
ambas cosas sean compatibles, como sería lo deseable.
- El efecto anestesiante de la inmigración extranjera sobre la
percepción social de que tenemos un problema demográfico grave. Los inmigrantes
nos aportan mano de obra y niños, lo que permite cubrir una parte de las
necesidades del mercado laboral en países con un número cada vez menor de
jóvenes nativos, y además hace que mejoren nuestras tasas globales de
fecundidad, el saldo entre nacimientos y muertes, y los indicadores de
envejecimiento social. “No pasa nada si no tenemos apenas hijos, que ya
resolveremos nuestro problema demográfico con inmigración extranjera”, dice
mucha gente, en especial en ambientes políticos e intelectuales. La realidad es
menos idílica. La experiencia nacional
e internacional indica que la inmigración extranjera bien gestionada puede
servir para cubrir una parte del hueco demográfico que genera una natalidad
insuficiente, pero muy difícilmente puede ser toda la solución a este grave
problema social, por varias razones:
1) No es fácil atraer inmigración cualificada. En el mundo actual hay una oferta virtualmente ilimitada de mano de obra no cualificada, pero no de la cualificada.
2)
En países con un
Estado de bienestar muy generoso, se
tiende a atraer y retener más inmigración de la que necesita su mercado
laboral. Esto ha pasado en España, donde las tasas de paro de los
extranjeros han sido muy abultadas desde 2008.
3) La buena integración social de la inmigración no es cosa trivial, y más cuanto mayor sea la
diferencia sociocultural con la gente del país de acogida.
4) En el
futuro, salvo personas muy poco cualificadas, la propensión a emigrar desde los países emergentes va a caer
drásticamente, porque esas naciones finalmente se están desarrollando, y
porque va dejando de haber en ellos la presión demográfica que generaba su alta
natalidad tradicional, al tener ahora una fecundidad mucho menor que la de
siempre, y con tendencia a la baja.
- Unas élites político-económicas a las que,
con pocas excepciones, parece preocuparles solo su poder, dinero y prestigio,
pero van escasitas de patriotismo, en vista de la poca importancia que dan al
desastre demográfico en ciernes por falta de nacimientos. Todas las sociedades
tienen élites, y si una sociedad va bien, es muy razonable que esas élites
disfruten de dinero, poder y prestigio social. Se podría decir que, cuando una
sociedad funciona bien, se lo merecen, se lo han ganado. Pero cuando una
sociedad como la nuestra va fatal en algo tan vital, tan de ser o no ser como
la natalidad, y sus élites no hacen
nada para tratar de corregirlo, están fallando estrepitosamente en su deber
moral de trabajar por el bien común, no solo por el propio, un deber que
en las sociedades exitosas es la contrapartida de la primogenitura social de
que disfrutan.
Por todo lo anterior,
que dificulta sobremanera que en España
-y Europa- se haga del repunte de la natalidad una de nuestras primerísimas
prioridades en la agenda pública, creemos que solo si la sociedad en su
conjunto toma conciencia de esta incomodísima verdad (la magnitud colosal del
problema que generará a medio y largo plazo una tasa de fecundidad muy inferior
a la necesaria para asegurar el relevo generacional), y se asusta de la que se
nos viene encima, reaccionará de manera suficiente. Sin esa reacción social y
política ante la carencia de bebés, nuestros fundamentos demográficos se
seguirán deteriorando. No hay otra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario