martes, 18 de diciembre de 2018

EL EJÉRCITO DEL CIELO


Anunciando el Nacimiento, un ángel del Señor se les apareció a los pastores, y la gloria del Señor los envolvió de luz […]. De repente vino a unirse al ángel una multitud del ejército del cielo que se puso a alabar a Dios. Ls. II, 9-13.

Semejaban la Orden de los Viejos Ostiarios, llegaron avanzando en columnas marciales, custodios de los hombres, de los pórticos sacros, su emblema es la constancia: son Ángeles boreales.
En hileras fluían, manteniendo los flancos, flameaban la divisa de la perseverancia, las patrias eran suyas, las ballestas sus armas, Arcángeles guardianes: noche, fuego y fragancia.
Ingresan en escuadras, las saetas dispuestas al borde del carcaj enfilando al Maligno, son Virtudes curtidas en exorcismos férreos, un confalón de cruces es su honor y su signo.
Arriban las centurias y a la par monacillos llevando vinajeras y luminosos cirios, las Potestades nunca faltaron a la lucha y esta Noche es el triunfo de la rosa y los lirios.
Al rítmico sonido de tambores batientes, a grupas de alazanes, galope y diaconía, ingresan Principados, un Caliz para el Niño,  al Varón llevan panes, una estrella a María.
A intervalos que miden el filo de la espada -como una cinta de oro que enarbola el poniente- acampan señoriales Dominaciones regias el Evangelio entonces se vuelve combatiente.
Escuadras con pendones o lábaros llameando, igual que ondea el cóndor en los altos macizos le rinden homenaje a la humildad divina, son los Tronos que asientan renovados bautizos.
Rodelas y brazales bien ceñidos al puño  acantonan sus huestes los sabios Querubines, van en tercios, desfilan admirando a los Magos, suspenden, para verlos, los hombres sus trajines.
Al fin a la  vanguardia, dónde sólo los héroes encabezan  las gestas volviéndolas clamor, llegan los Serafines del Ejército etéreo, a su paso las sombras son incendios de amor.
Ahora ya todos juntos, acompañando al Ángel, quebrando soledades, destierros o espesuras, concordes los latidos, en unánime coro, entonaban el ¡Gloria!, a Dios en las Alturas.
Antonio Caponnetto

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