El fracaso forma parte del camino hacia el éxito en la
vida, es un aprendizaje importante y del que no podemos huir.
“La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su
constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás,
muestra cuánto se aburren”. Arthur
Schopenhauer.
La
envidia es, ante todo, un sentimiento que experimentamos las personas en
diversos momentos de nuestra vida, por lo que podemos decir que es una
experiencia humana casi universal. A todos nos ocurre, pero hemos de reconocer
que generalmente resulta una experiencia desagradable, que, nos suele conectar
con otros sentimientos y emociones negativas, como la tristeza, la ansiedad,
etc. A través de la envidia podemos crear auténticas obsesiones hacia el “objeto” codiciado, bien sea material, intelectual
o incluso espiritual. Llevado al límite, la envidia puede empujar a las
personas a hacer daño a otros que poseen lo que entiendo como mi deseo no
cubierto.
El
sentimiento de envidia contribuye notablemente a generar una gran infelicidad
en la persona que padece las consecuencias de instalarse en este sentimiento
con demasiada frecuencia e intensidad.
Según
la Real Academia Española de la Lengua, entendemos por envidia:
• Tristeza o pesar del bien ajeno.
• Emulación, deseo de algo que no se posee.
• Emulación, deseo de algo que no se posee.
Lo cierto
es que lo que solemos destacar de la envidia es siempre muy negativo, y solemos
juzgar la envidia de los demás de forma muy dura, hasta el punto de que muchas
personas que sienten envidia sufren muchísimo, se sienten culpables por
envidiar lo que otros poseen. Esto hace aún más difícil convivir con el
sentimiento de envidia, porque no solamente piensas en que no tienes lo que
otro, sino que además te dices que “no deberías
pensar y sentir eso”. Al final, todo gira en torno a la envidia y salir
de ese círculo se convierte en una nueva obsesión a través de la cual te
sientes aún peor…
Entre
las consecuencias adversas de la envidia existen algunas que fomentan o
refuerzan su aparición.
• Emociones
negativas: la
tristeza porque otro consigue lo que yo no soy capaz (o no me he planteado), la
ira hacia las personas que son exitosas, la culpa por sentir envidia (como
señalé anteriormente).
• Las
quejas: cuando
las personas envidian lo que otros tienen o lo que otros son, algunas veces se
instalan en una actitud de queja continua, en un rol de víctima, en el que esa
persona adquiere la actitud de “pobre de mí“. Suele
ocurrir que los seres queridos, con la mejor de las intenciones, al ver esa
actitud intentan consolarle. Cuando alguien está frecuentemente envidiando a
los demás y repitiendo su conducta de queja, lo que acaba ocurriendo es que ese
consuelo, en lugar de ayudar, se convierte en algo cómodo, en una forma poco
saludable de conseguir cariño.
• Obsesiones:
una de las consecuencias más
terribles de la envidia son los pensamientos repetitivos acerca del objeto
deseado o bien acerca de la persona a la que envidiamos. Entonces dejamos de
centrarnos en nuestra vida, en lo que nos interesa, en lo que nos nutre, y nos
instalamos en el afuera, haciendo un “seguimiento” de
la vida del otro, e incluso, llevado al exceso, intentando hacer daño a quien
envidiamos: hacer correr rumores, humillarlos, intentar que no consigan lo que
se proponen. Como ejemplo, podemos hablar de todos los casos de acoso laboral
que con frecuencia se producen; no siempre es así, pero la envidia suele estar
presente en el proceso.
Napoleón
Bonaparte afirmó que “la envidia es una declaración
de inferioridad”, y este pensamiento ha formado parte de la tradicional
forma de concebir la envidia, dejando de lado las posibles implicaciones
positivas de experimentar envidia: tomar conciencia
de un objetivo o meta que deseamos y que no tenemos.
Este
puede suponer un punto de partida diferente desde el que construir un plan de
acción hacia mi nuevo objetivo. Todos hemos sentido cierta envidia cuando un
buen amigo nos ha dicho: “me voy de vacaciones al
Caribe”. De repente conecto con que yo siempre he querido ir allí y aún
no lo he hecho; podemos experimentar eso que llamamos “envidia
sana”, al alegrarnos por nuestro amigo y desear lo mismo que él. Esta
situación puede ser un punto de partido para preparar un plan de ahorro que me
permita llegar a realizar ese viaje dentro de un año.
Si
dejamos de focalizar el pensamiento en el hecho de que sea otro el que posee lo
que deseamos, y empezamos a utilizar nuestros recursos personales para elaborar
planes de acción en la dirección de lo que deseamos, posiblemente el
sentimiento de envidia se transformará en ilusión o esperanza.
Claro que
cómo formulemos esos objetivos también es importante: si lo que buscamos es que
el otro no tenga lo que yo deseo, por ejemplo: “mi
objetivo es que tú no tengas lo que yo quiero“, entonces seguimos
instalados en la envidia, y la planificación hacia mi meta no tendrá mucho
sentido. Por tanto, es imprescindible que nos planteemos nuestro plan de acción
desde la construcción, no desde la destrucción.
Esto es
habitual cuando desarrollo la idea de que solo uno de los dos puede conseguir
eso que deseo, y si yo no puedo conseguirlo, entonces tú tampoco. Esa forma de
experimentar envidia es la que más daño puede hacer, no solo en quien la
siente, sino también pueden salir dañadas las personas que participan
involuntariamente en el proceso. ¿Qué culpa tengo
yo de que tú envidies lo que tengo? Las personas brillantes,
inteligentes y/o atractivas pueden ser envidiadas por el hecho de ser
simplemente como son, no hace falta que “hagan
nada” o “tengan algo” para desatar
ese sentimiento en otro…
Me
recuerda al cuento de la luciérnaga y la serpiente:
Se dice
que una serpiente que pasaba por el bosque empezó a perseguir a una luciérnaga;
lo hizo durante 3 días y 3 noches seguidos. Exhausta, la luciérnaga se detuvo y
dando media vuelta se dirigió a la serpiente:
• ¿Puedo hacerte 3 preguntas?
• Como te voy a devorar igualmente, adelante, pregunta:
• ¿Pertenezco a tu cadena de alimentación?
• No.
• ¿Te hice algún daño?
• No.
• Entonces, ¿por qué quiere comerme?
• Porque no soporto verte brillar.
• Como te voy a devorar igualmente, adelante, pregunta:
• ¿Pertenezco a tu cadena de alimentación?
• No.
• ¿Te hice algún daño?
• No.
• Entonces, ¿por qué quiere comerme?
• Porque no soporto verte brillar.
La
envidia es un sentimiento que se aprende a gestionar a lo largo de la vida, y
depende del contexto y experiencias vividas, siendo la familia una de las
importantes. Crecer en el seno de una familia que utiliza la comparación como
modo de referenciar el éxito, y donde recibir amor depende de lo que se consiga
(como un buen rendimiento académico, éxitos deportivos, el sueldo que uno gana,
etc.), fomentan la aparición de la envidia destructiva. Desarrollan así una
identidad frágil que no valora quién es, sino lo que tiene, y que mide su
felicidad a partir de lo que posee, de manera que aquellos con quien ha de
compartir su vida se convierten en competidores, en rivales, en enemigos…
Vivir en
una cultura como la nuestra, fundamentalmente competitiva e individualista, no
ayuda mucho a generar ambientes donde la envidia no sea necesaria. A nuestro
alrededor hay demasiada presión por ser exitoso, y todo lo que no sea alcanzar
un determinado estándar, se considera un fracaso. Así que con tanta presión por
ganar, por alcanzar el éxito, por tener el mejor coche, el mejor sueldo, el
trabajo más reconocido, no es de extrañar que envidiemos “cosas”. Y como hemos dicho, la envidia puede
convertirse en un obstáculo para nuestro bienestar y felicidad.
Por más
presiones que percibamos en nuestro entorno, podemos adaptarnos a estas
exigencias (recordemos que el entorno en ocasiones no puede alterarse o
modificarse) analizando nuestras prioridades y valorando nuestros objetivos
desde lo que nos motiva en ellos, no sólo desde lo que se espera que hagamos.
Es en
este punto donde la Psicología Positiva, con sus técnicas, estrategias y
modelos de trabajo, puede ayudar a proponer experiencias diferentes que
permitan a las personas salir de su sentimiento de envidia destructiva y
cultivar sus fortalezas personales, a través de las cuales posicionarse y
actuar de manera diferente. Las fortalezas personales son “capacidades preexistentes para un modo particular de
comportamiento, pensamiento o sentimiento, que es auténtico y estimula a la
persona, y permite el funcionamiento óptimo, el desarrollo y la ejecución” (Linley,
2008). Las fortalezas son 24, todos las poseemos y las únicas diferencias que
encontramos son el orden en el que destacan cada una de ellas en nosotros, y
las acciones a través de las cuales las experimentamos.
Si la
envidia nos hace experimentar pensamientos y emociones desagradables, y nos
involucra en acciones de las cuales no nos sentimos orgullosos, ¿por qué no crear una serie de alternativas que,
partiendo de este malestar, nos permitan desarrollar sensaciones más
constructivas, nos lleve a actuar de un modo más acorde a como nos gustaría?
Una de las fortalezas que se muestra como un patrón contrario a la envidia es
la Fortaleza de la Modestia y Humildad, cuya experiencia nos puede permitir
convivir con la realidad de no tener ahora mismo aquello que deseamos, además
de permitirnos el reconocimiento de que hay otros merecedores de los logros que
anhelamos.
Cuando
focalizamos nuestra atención en nuestras fortalezas personales, podemos alejarnos
del ensimismamiento de perseguir la obsesión del éxito que hemos situado fuera
de nosotros. Ese primer paso es muy importante, y podemos intentar también
concebir el éxito y el fracaso de un modo diferente: el fracaso forma parte del
camino hacia el éxito en la vida, es un aprendizaje importante y del que no
podemos huir porque a todos nos pasa, sin excepción.
Por: Alejandro Márquez Rubio | Fuente: www.asociacionsafa.org
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