Uno
de los signos más preocupantes de estos tiempos es el malestar social. Que
lleva a conflictos, delitos, disturbios. Un descontento y un mal espíritu que
está recorriendo nuestros grandes grupos humanos. Y que lo sentimos cada uno de
nosotros.
La disconformidad con la situación ya es un dato más de la realidad
cotidiana, no un emergente extraordinario.
La sensación
de inadecuación, que las cosas no están bien, que ‘algo
hay que hacer’, que esto ‘no puede quedar
así’ se expresa hacia el
exterior. En lugar de buscar resortes internos que permitan el re equilibrio de
los individuos. La cultura materialista actual fomenta que se deposite
en el afuera las angustias sobre el
porvenir. Los humanos hemos perdido nuestras referencias estabilizadoras, que
luego se trasmiten a los grupos. Y los gobiernos lo único que intentan
es afrontar las crisis que irremediablemente vienen. Todo esto sucede porque hoy reina la incertidumbre y el miedo en el
corazón de las personas. Ante un mundo que se desintegra rápidamente y
que nos muestra diariamente su cara peligrosa que debemos afrontar.
El miedo sobre el futuro y sobre las decisiones que
tenemos que tomar sobre nuestras vidas a cada pasado está cada vez más presente
en nosotros.
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Porque parece como que hemos perdido nuestra capacidad para re equilibrarnos.
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Y desconfiamos del plan de Dios para nosotros.
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Porque parece como que hemos perdido nuestra capacidad para re equilibrarnos.
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Y desconfiamos del plan de Dios para nosotros.
Pero el miedo no es un buen consejero. Te
hace cuestionar todo. Es una respuesta
reaccionaria, no una elección deliberada. Muy pocas decisiones
inteligentes se hacen por miedo al futuro. Si hemos de ser seguidores de Jesús
que cambiemos el mundo, necesitamos un
consejero mejor en nuestras vidas que el miedo. En medio del dolor de
los sueños perdidos y de las exigencias de tomar decisiones complicadas en la
vida, nos hemos olvidado de cómo
escuchar la voz de Dios. Y el miedo ha hallado su lugar en nuestras vidas,
porque se ha deteriorado nuestra capacidad de reaccionar con serenidad
levantando la vita al cielo.
Tenemos que aprender a escuchar su voz para moldear
nuestro futuro.
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Dios está hablando, pero el miedo a deshabilitado nuestra capacidad para oírlo.
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Dios está hablando, pero el miedo a deshabilitado nuestra capacidad para oírlo.
Permanentemente
estamos enfrentados a tomar decisiones, algunas difíciles y algunas sin demasiado tiempo para
reflexionar, calmarnos y ver la situación en perspectiva. Entonces la
premura y el miedo se instalan al volante de nuestra toma de decisiones. Y nos olvidamos que una decisión correcta debe
tener en cuenta a Dios que es nuestro sostén. Es así como tomamos decisiones considerando sólo algunos
aspectos del problema, con temores y sin poner a Dios en la ecuación. Tenemos
tanto ruido en nuestra cabeza y nuestro
corazón que nos olvidamos de lo más importante, lograr paz en nuestro
corazón y elevar la mirada al cielo. Lo que ahora proponemos es una secuencia de 6 pasos para usar ante
situaciones en que debemos tomar decisiones. Situaciones estresantes que
nos provocan miedo y nublan nuestro entendimiento. Hay dos pasos centrales. Primero acallar el ruido
en nuestra mente y nuestro corazón, serenarnos, no dejar que el miedo nos
domine. Segundo, levantar los ojos a Dios para pedir
que nos deje ver lo que en realidad está pasando y cuáles son los caminos
reales mejores. Y finalmente mirar el presente y confiar en el plan
de Dios para nosotros. Es un método para aplicar en cualquier situación que nos permite discernir lo que estaba
pasando para escuchar al consejero que llevamos dentro.
PRE REQUISITO FUNDAMENTAL: mirar las escrituras y buscar en el magisterio de
la Iglesia si hay alguna indicación para casos como el que nos sucede.
1 – Lo primero es detener el ruido
No se puede
oír nada ni poner en orden nuestra mente y corazón hasta que silenciemos el ruido en nuestra vida y
escuchemos. Vivimos vidas sobre estimuladas y marcadas por el ruido, y
oír la voz del consejero dentro nuestro es vital. Entonces respirar hondo, rodearse de silencio, cambiar
el espacio físico que tenemos. Y pensar que debemos crear el clima para tomar
una buena decisión.
2 – Pregúntate: ¿Qué está sucediendo realmente?
Esto
requiere que seas honesto acerca de la situación. Dar un paso atrás y obtener la realidad de uno mismo y de la situación. ¿Qué es lo que en realidad está teniendo lugar ahora
mismo? ¿Cuáles son los factores clave
que tengo que reconocer en este momento? A veces tener claridad
acerca de la realidad de la situación puede darnos miedo, pero tenemos que precavernos de que estemos frente
a un problema de fantasía. ¿Cuántas veces nos preocupamos ante
problemas que unas semanas después nos damos cuenta que no eran tales? ¿No nos pasa a veces cuando vemos que
tenemos ciertos signos que podrían ser una enfermedad grave y al poco tiempo no
nos damos cuenta que era una mera fantasía? Entonces ¿hay realmente un problema sobre
el que tengo que tomar una decisión? A veces la mejor decisión es no tomar ninguna, o por lo menos no
en ese momento. ¿Cuál es ese problema que realmente
existe? Lo que implica definir
lo más claro posible el desafío que tenemos por delante.
3 – ¿Qué siento?
Mis emociones me cuentan una historia sobre lo que está pasando en mi interior. No puedo ignorarlas, pero no puedo dejar que ellas gobiernan mis
decisiones. ¿Qué me dicen mis emociones? Nuestras
emociones normalmente nos dan una idea de cuáles son los valores centrales que están siendo afectadas
en nuestras vidas. Cuanto más fuerte es la emoción, más es el valor
central que se ha visto afectado. Pero hay
que mirarlas tomando distancia, o sea disecando objetivamente las
propias emociones. Las emociones pueden
tener un asiento en el autobús, pero no puedes permitirles conducir el autobús.
4 – ¿Cuál es la verdad?
Esto va más
allá de los “hechos” sobre la situación. Esto
trata de descifrar la verdad. ¿Qué es lo cierto sobre mí en este momento? ¿Cuál es la verdad a los ojos
de Dios? Este es el momento en que debes pedir al Espíritu Santo que ilumine tu mente y permitirle que la
verdad penetre en tu espíritu.
¿Dónde
estoy creyendo mentiras? ¿Cuál es el
engaño en esta situación? ¿Cuál es la verdad que me va a poner en
libertad?
5 – ¿Qué hago ahora?
Una vez que
tengo una mejor idea de lo que está ocurriendo, ahora puedo empezar a preguntar al Señor qué hacer al respecto. Este
es el punto en el que se puede oír la voz de Dios que nos habla. Esta es la zona de recurrir al consejo divino.
Este es el lugar de claridad. Una pregunta que nos podemos hacer en estos casos
es ¿Jesús cómo hubieras
actuado en este caso? O ¿Madre Mía, que le hubieras recomendado hacer a tu hijo
Jesús?
6 – Vuelve a participar en el presente
Ahora que te
has serenado, has mirado más objetivamente la situación, te has mirado más
objetivamente por dentro. Has visto que exageraciones y mentiras hay flotando
alrededor del tema y has oído al consejero de dentro tuyo, ahora puedes volver a participar en el
proceso. Mucha gente nunca llega a este punto porque paradójicamente les da miedo reconocer
algunas cosas. Pero les puede dar la claridad y la comprensión de la
situación para aplicarlo a la situación. O a veces hacen el proceso pero no se dan cuenta de cómo aplicar las
decisiones, como operacionalizarlas. En estos caso, nuevamente hay que ir al paso 5 y que Dios nos devele que
hacer en concreto. O en su defecto, comenzar el proceso de nuevo desde
el paso 1, porque quizás en todo este camino que has caminado se hayan agregado
nuevos elementos que hay que contemplar.
Esto que propusimos es un método que ayuda a “contemplar
lo que Él revela”.
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Ayuda a silenciarte del ruido, escuchar Su voz.
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Y conseguir la perspectiva y claridad que necesitas para hacer frente a cualquier obstáculo que te enfrentes.
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Ayuda a silenciarte del ruido, escuchar Su voz.
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Y conseguir la perspectiva y claridad que necesitas para hacer frente a cualquier obstáculo que te enfrentes.
No es una
solución, sino es una herramienta
muy útil para que puedas ver y oír con claridad. ¡Trata de probarla la próxima vez que
te enfrentes con un problema que no sabes cómo resolver! Pero siempre recuerda que hay que vivir en el
presente. Esa es la meta para evitar angustias.
EL
REGALO QUE DIOS NOS HACE DEL PRESENTE
Tenemos la
tendencia a idealizar el pasado y
sentimos ansiosos para el futuro para llegar. Desestimamos el presente
como un preludio o paso temporal antes de que llegue algo mejor. En su novela, Cartas del
Diablo a su Sobrino, CS Lewis ilustra la locura de esta forma de
pensar. “Casi todos
los vicios tienen su origen en el futuro”,
instruye Escrutopo, mentor de un demonio menor (Orugario), cuyo trabajo
es la condenación de las almas. “La gratitud mira al pasado y el amor al presente; el miedo, la
avaricia, la lujuria y la ambición miran hacia adelante”.
Su punto es que una de las cosas más comunes y perjudiciales es
abandonar el presente que Dios nos ha regalado, por la distracción de un futuro
de fantasía que puede o no puede hacerse realidad.
Perseguimos
lo que no es real, e ignoramos lo que tenemos. En cambio, Dios desea que seamos criaturas del
presente, sin preocuparnos por el futuro. Una de las
principales razones por las que es prudente no mirar demasiado hacia el futuro
es que el futuro no está garantizado. No
sólo eso, el tiempo que tenemos aquí en
la tierra no nos pertenece a nosotros ni somos dueños de él. Sino es un regalo de Dios. El momento presente es el único momento de que
tú tienes. En nuestra prisa para averiguar el futuro, la belleza del momento presente se pierde. ¿Es posible que podamos encontrar significado en una tranquila taza de té o una conversación con
un amigo o una hermosa puesta de sol? ¡Qué bendición es no sólo encontrar un sentido a los pequeños momentos del
presente, sino también reconocer activamente a Dios por otro día en este
planeta, con la oportunidad de servirle aquí y ahora! Cuando
estamos en tensión hacia el futuro, a la espera, lo hacemos en un supuesto de que el futuro será mejor que el presente.
¿Pero qué
sucede cuando no lo es? En
lugar de gratitud apilamos desilusiones y resentimientos acerca de
nuestro destino en la vida. La mejor manera de combatir la ansiedad por el
futuro es orar por la fuerza para
manejarlo y sentir la seguridad de la presencia de Dios.
En
las palabras de San Francisco de Sales:
“No mires hacia adelante, a lo que puede pasar
mañana; el mismo Padre eterno que te cuida hoy se
encargará de mañana y todos los días. Estad en paz, entonces, dejad a un lado
los pensamientos y la imaginación ansiosos, y decid siempre: El Señor es mi fuerza y escudo; mi corazón ha confiado en él y fui ayudado”.
Una preocupación constante para lo que depara el futuro implica que no
confiamos en el plan de Dios para nosotros.
Por lo
tanto, la preocupación sobre el futuro elimina el ejercicio para aprender a
confiar plenamente en Dios. Como nos dijo Mateo 6:26: “Mira las aves del cielo; que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y
vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No
es el hombre mucho más que ellas?”
A veces
puede ser una cosa difícil de admitir
que tenemos dudas acerca de los planes de Dios, y que todo está bien.
La
Oración de la Confianza de Thomas
Merton captura esto muy bien:
“Querido Dios, no tengo ni idea de adónde voy. No veo el camino
que me espera. No puedo saber con certeza a donde me llevará. Tampoco me conozco realmente a mí mismo…y
el hecho de que yo crea que estoy siguiendo tu voluntad no significa que lo
esté haciendo realmente. Pero creo esto: Creo que el deseo de complacerte
realmente te complace. Espero tener ese deseo en todo cuanto haga. Espero no
persistir en nada que no sea ese deseo. Y
sé que si actúo de este modo, me guiarás por el buen camino, aunque es
posible que yo no lo sepa en ese momento. Por eso siempre confiaré en Ti, porque, aunque pueda estar perdido
y en la antesala de la muerte, no tendré miedo, porque sé que nunca permitirás que afronte mis problemas
completamente solo”.
Tú estás destinado para la Eternidad. Las angustias cotidianas y tensiones sobre un futuro desconocido son una pequeña pieza de un plan eterno mucho más
grande diseñado por Dios. Cuando nos detenemos en ellas, la preocupación
nos separa de este gran plan cósmico. El
día de hoy puede ser breve, pero es real.
Atesora el día de hoy por exactamente lo que es: un
regalo de Dios.
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