El Papa Francisco presidió los ritos del Corpus
Domini, Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo en la parroquia de
Santa Mónica en la localidad de Ostia, a las afueras de roma.
Primero presidió una Misa y después encabezó la procesión con el
Santísimo Sacramento a través de algunas calles de la zona, situada junto al
mar.
Durante la homilía que ofreció, el Pontífice aseguró que “la Eucaristía es la ‘reserva’ del paraíso; es Jesús,
viático de nuestro camino hacia la vida bienaventurada que no acabará nunca”.
A continuación, el texto completo de la homilía:
En el Evangelio que hemos escuchado se narra la Última Cena, pero
sorprendentemente la atención está más puesta en los preparativos que en la
cena. Se repite varias veces el verbo "preparar".
Los discípulos preguntan, por ejemplo: «¿Dónde
quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?» (Mc 14,12). Jesús
los envía a prepararla dándoles indicaciones precisas y ellos encuentran «una habitación grande, acondicionada y dispuesta» (v.
15). Los discípulos van a preparar, pero el Señor ya había preparado.
Algo similar ocurre después de la resurrección, cuando Jesús se aparece
por tercera vez a los discípulos: mientras pescan, él los espera en la orilla,
donde les prepara pan y pescado. Pero, al mismo tiempo, pide a los suyos que
lleven un poco del pescado que acababan de pescar y que él mismo les había
indicado cómo pescarlo (cf. Jn 21,6.9-10). También aquí, Jesús prepara con
antelación y pide a los suyos que cooperen. Incluso, poco antes de la Pascua,
Jesús había dicho a los discípulos: «Voy a
prepararos un lugar […] para que donde estoy yo estéis también vosotros» (Jn
14,2.3). Es Jesús quien prepara, el mismo Jesús que, sin embargo, con fuertes
llamamientos y parábolas, antes de su Pascua, nos pide que nos preparemos, que
estemos listos (cf. Mt 24,44; Lc 12,40).
Jesús, en definitiva, prepara para nosotros y nos pide que también
nosotros preparemos. ¿Qué prepara para nosotros? Un lugar y un alimento. Un
lugar mucho más digno que la «habitación grande
acondicionada» del Evangelio. Es nuestra casa aquí abajo, amplia y
espaciosa, la Iglesia, donde hay y debe haber un lugar para todos. Pero nos ha
reservado también un lugar arriba, en el paraíso, para estar con él y entre
nosotros para siempre. Además del lugar nos prepara un alimento, un pan que es
él mismo: «Tomad, esto es mi cuerpo» (Mc
14,22). Estos dos dones, el lugar y el alimento, son lo que nos sirve para
vivir. Son la comida y el alojamiento definitivos. Ambos se nos dan en la
Eucaristía.
Jesús nos prepara un puesto aquí abajo, porque la Eucaristía es el
corazón palpitante de la Iglesia, la genera y regenera, la reúne y le da
fuerza. Pero la Eucaristía nos prepara también un puesto arriba, en la
eternidad, porque es el Pan del cielo. Viene de allí, es la única materia en
esta tierra que sabe realmente a eternidad. Es el pan del futuro, que ya nos
hace pregustar un futuro infinitamente más grande que cualquier otra
expectativa mejor. Es el pan que sacia nuestros deseos más grandes y alimenta
nuestros sueños más hermosos. Es, en una palabra, la prenda de la vida eterna:
no solo una promesa, sino una prenda, es decir, un anticipo concreto de lo que
nos será dado. La Eucaristía es la "reserva"
del paraíso; es Jesús, viático de nuestro camino hacia la vida
bienaventurada que no acabará nunca.
En la Hostia consagrada, además del lugar, Jesús nos prepara el
alimento, la comida. En la vida necesitamos alimentarnos continuamente, y no
solo de comida, sino también de proyectos y afectos, deseos y esperanzas.
Tenemos hambre de ser amados. Pero los elogios más agradables, los regalos más
bonitos y las tecnologías más avanzadas no bastan, jamás nos sacian del todo.
La Eucaristía es un alimento sencillo, como el pan, pero es el único que sacia,
porque no hay amor más grande. Allí encontramos a Jesús realmente, compartimos
su vida, sentimos su amor; allí puedes experimentar que su muerte y
resurrección son para ti. Y cuando adoras a Jesús en la Eucaristía recibes de
él el Espíritu Santo y encuentras paz y alegría. Queridos hermanos y hermanas,
escojamos este alimento de vida: pongamos en primer lugar la Misa, descubramos
la adoración en nuestras comunidades. Pidamos la gracia de estar hambrientos de
Dios, nunca saciados de recibir lo que él prepara para nosotros.
Pero, como a los discípulos entonces, también hoy a nosotros Jesús nos
pide preparar. Como los discípulos le preguntamos: «Señor,
¿dónde quieres que vayamos a preparar?». Dónde: Jesús no prefiere
lugares exclusivos y excluyentes. Busca espacios que no han sido alcanzados por
el amor, ni tocados por la esperanza. A esos lugares incómodos desea ir y nos
pide a nosotros realizar para él los preparativos. Cuántas personas carecen de
un lugar digno para vivir y del alimento para comer. Todos conocemos a personas
solas, que sufren y que están necesitadas: son sagrarios abandonados. Nosotros,
que recibimos de Jesús comida y alojamiento, estamos aquí para preparar un
lugar y un alimento a estos hermanos más débiles. Él se ha hecho pan partido
para nosotros; nos pide que nos demos a los demás, que no vivamos más para
nosotros mismos, sino el uno para el otro. Así se vive eucarísticamente:
derramando en el mundo el amor que brota de la carne del Señor. La Eucaristía
en la vida se traduce pasando del yo al tú.
Los discípulos, dice el Evangelio, prepararon después de haber «llegado a la ciudad» (v. 16). El Señor nos llama
también hoy a preparar su llegada no quedándonos fuera, distantes, sino
entrando en nuestras ciudades. También en esta ciudad, cuyo nombre —“Ostia”— recuerda precisamente la entrada, la
puerta. Señor, ¿qué puertas quieres que te abramos aquí? ¿Qué portones nos
pides que abramos, qué barreras debemos superar? Jesús desea que sean
derribados los muros de la indiferencia y del silencio cómplice, arrancadas las
rejas de los abusos y las intimidaciones, abiertas las vías de la justicia, del
decoro y la legalidad. El amplio paseo marítimo de esta ciudad llama a la
belleza de abrirse y remar mar adentro en la vida. Pero para hacer esto hay que
soltar esos nudos que nos unen a los muelles del miedo y de la opresión. La
Eucaristía invita a dejarse llevar por la ola de Jesús, a no permanecer varados
en la playa en espera de que algo llegue, sino a zarpar libres, valientes,
unidos.
Los discípulos, concluye el Evangelio, «después
de cantar el himno, salieron» (v. 26). Al finalizar la Misa, también
nosotros saldremos. Caminaremos con Jesús, que recorrerá las calles de esta
ciudad. Él desea habitar en medio de vosotros. Quiere visitar las situaciones,
entrar en las casas, ofrecer su misericordia liberadora, bendecir, consolar.
Habéis experimentado situaciones dolorosas; el Señor quiere estar cerca.
Abrámosle las puertas y digámosle:
Ven, Señor, a visitarnos. Te acogemos en nuestros corazones, en nuestras
familias, en nuestra ciudad. Gracias porque nos preparas el alimento de vida y
un lugar en tu Reino. Haz que seamos activos en la preparación, portadores
gozosos de ti que eres el camino, para llevar fraternidad, justicia y paz a
nuestras calles. Amén.
Redacción ACI
Prensa
No hay comentarios:
Publicar un comentario