En la liturgia, el
saludo litúrgico del ministro ordenado (obispo, sacerdote o diácono) se
responde con una fórmula antigua, clásica, venerable, con origen en las
Escrituras y en las costumbres semíticas: “El Señor
esté con vosotros – Y con tu espíritu”.
Este saludo expresa una
especial asistencia de Dios, una elección amorosa, una protección para quien va
a ser enviado a una misión particular y nada debe temer porque no se ampara en
sus propias fuerzas, recursos, compromisos o capacidades. Inspira, por tanto,
seguridad en la continua asistencia divina.
Su origen es muy
antiguo, inmemorial. Es el modo en que Booz saluda a los segadores: “El Señor
con vosotros” (Rt 2,4), o sea, “Dominus vobiscum” en
latín., y es el modo en que Dios se comunica a sus elegidos. “No temas… estoy contigo”, como en el caso de
Abrahán (Gn 26,3.23), Moisés (Ex 3,12) o Jeremías (1,6-8). A Josué le dice el
Señor con cálidas palabras: “como estuve con
Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré” (Jos 1,5), y a
Gedeón de esta forma: “El Señor esté contigo,
valiente guerrero” (Jue 6,12).
Esta presencia divina
es garantía para el elegido, confianza en la acción de Dios. ¡No digamos nada
al iniciarse la plenitud de los tiempos! El ángel Gabriel se dirige a la Virgen
María: “El Señor es contigo… No temas, María,
porque has hallado gracia delante de Dios. Concebirás…” (Lc 1,28-30). No
estará sola, ni desempeñará su especialísima vocación sola y por su propio
esfuerzo y voluntarismo: el Señor estará con María Virgen dando siempre gracia
suficiente.
Jesucristo conforta a
sus apóstoles ante su ausencia visible, por la Ascensión, prometiéndoles su
presencia invisible aunque real: “Yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Garantizó
que la Iglesia reunida para orar y celebrar la liturgia santa en su nombre,
contaría siempre con su presencia: “donde dos o
tres se reúnen en mi nombre… allí estoy yo en medio de ellos” (Mt
18,20).
Las cartas paulinas
muestran el uso litúrgico del saludo, sin poder diferenciar muy bien si fueron
estos saludos paulinos los que pasaron a la liturgia o si san Pablo asumió un
uso ya extendido en la liturgia apostólica. El Apóstol se dirige a las
distintas Iglesias deseándoles esa Presencia viva de Jesucristo, su gracia, su paz
y su misericordia. Leámoslos todos:
“Gracia
y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rm 1,7).
“A
vosotros gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (1Co
1,3; 2Co 1,2; Ef 1,2; Flp 1,2).
“La
gracia del Señor Jesús con vosotros” (1Co 16,23).
“La
gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo
estén siempre con todos vosotros” (2Co 13,13).
“La
gracia esté con vosotros” (Col 4,18).
“La
gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vosotros” (1Ts 5,28).
“La
gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros” (2Ts 3,18).
“Gracia,
misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro” (2Tm
1,2).
Tres saludos del
Apóstol de las gentes incluyen la terminación “con
vuestro espíritu” y una, muy especialmente, a Timoteo, el joven obispo,
se le dirige “con tu espíritu”:
“La
gracia del Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu” (Flp 4,23).
“La
gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos” (Gal
6,18).
“El
Señor esté con tu espíritu” (2Tm 4,22).
“Sea con vuestro espíritu” (Gal 6,18) se puede
interpretar, sin duda, de muy distintas maneras. Expresa lo más profundo del
ser humano, allí donde el Espíritu Santo se une a nuestro propio espíritu dando
testimonio de que somos hijos de Dios (Rm 8,15); hace referencia al hombre
formado por cuerpo, alma y espíritu (1Ts 5,23) consagrado a Jesucristo. A esto
alude, por ejemplo y siguiendo el texto paulino, la oración de bendición de
óleo de los enfermos que reza el obispo en el original latino: “sientan en el cuerpo, en el alma y en el espíritu tu
divina protección” (aunque en la traducción castellana se ha omitido “espíritu”).
Pero también la
tradición eclesial ha interpretado “espíritu” restringido
al carisma ministerial, a la gracia única y específica del Espíritu Santo por
la imposición de manos: “el don que hay en ti, que
te fue dado por intervención profética con la imposición de manos del
presbiterio” (1Tm 4,14), “el don de Dios que
hay en ti por la imposición de mis manos” (2Tm 1,6), “el Señor esté con tu espíritu” (2Tm 4,22).
La respuesta en
la liturgia, “y con tu espíritu”, es más
expresa y llena de contenido que decir “y contigo”,
como lo haría una traducción más coloquial y más pobre a su vez. Alude
al espíritu sacerdotal, al Espíritu que obra mediante el sacerdote, a la gracia
propia del sacramento del Orden.
La Tradición,
desde luego, lo interpretó así. Veamos suficientes testimonios. Por ejemplo,
san Juan Crisóstomo, el patriarca de Constantinopla:
“El Señor Jesucristo con tu espíritu… No dice: contigo,
sino: con tu espíritu. Doble ayuda: de la gracia del Espíritu y del auxilio de
Dios. Y es que Dios no puede estar con nosotros de otra manera que con su
gracia espiritual” (Hom. sobre 2Tm, n. 10).
“Ya veis que esto también lo hace el Espíritu… Si el
Espíritu no estuviera en nuestro común padre y doctor [se refiere al
obispo Flaviano], cuando hace poco ha subido a su
sede y os ha saludado a todos, no hubiéramos respondido: y con tu Espíritu… Y
no sólo cuando os habla, o cuando ora por vosotros, le respondéis con estas
palabras, sino cuando asiste a esta santa mesa y ofrece el tremendo sacrificio…
Cuando le respondéis: y con tu Espíritu, con esta respuesta estáis recordando
que no es la persona ni los méritos humanos los que realizan esta obra, sino la
gracia del Espíritu la que realiza este sacrificio sacramental… Si no estuviera
presente el Espíritu no existiría la Iglesia” (Hom. Pentecostés, PG
50,458-459).
Al responder “y con tu espíritu” al saludo sacerdotal, el
pueblo santo se une a la acción litúrgica más plenamente, se une a la oración
común, dando su asentimiento al sacerdote para que obre y deseando que el
Espíritu Santo actúe sobre el espíritu sacerdotal:
“Advierte cuán era la fuerza de la asamblea… Ahora a todos se propone un mismo
cuerpo y una misma bebida. Y puede uno ver también cómo el pueblo toma mucha
parte activa en las súplicas. Y así hay oraciones comunes de los sacerdotes y
del pueblo… Ya en los tremendos misterios el sacerdote ora por el pueblo, y
éste por el sacerdote; pues estas palabras: “con tu espíritu”, no significan
otra cosa” (S. Juan
Crisóstomo, In 2Cor, hom. 18,3).
Igualmente, de la
Iglesia siríaca, nos llega esta explicación tan concreta y clara:
“…llama
“espíritu” no al alma que está en el sacerdote, sino al Espíritu que éste ha
recibido por la imposición de manos” (Narsay de Nísibe, Hom. XVII).
Por eso, ayer y
hoy, la respuesta “y con tu espíritu” sólo
se da al ministro ordenado, aludiendo al “espíritu”
que recibió en el sacramento del Orden: “ésta
es la razón también por la que la Iglesia permite sólo a los que tienen las
órdenes mayores usar el Dominus vobiscum, o sea al obispo, sacerdote y
diácono” [1].
Javier Sánchez
Martínez
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