VATICANO, 09 Ago. 17 / 04:35 am (ACI).- El Papa Francisco dedicó la catequesis de la Audiencia
General del miércoles al perdón y recordó que “desde
el inicio de su ministerio en Galilea, Jesús se acerca a los leprosos, a los
endemoniados, a todos los enfermos y los marginados”.
También aseguró que “nos hace bien pensar que
Dios no ha elegido como primera amalgama para formar su Iglesia a las personas que
no se equivocan jamás. La Iglesia es un pueblo de pecadores que experimentan la
misericordia y el perdón de Dios”.
A continuación, el texto completo de la catequesis
del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado la reacción de los comensales de Simón el fariseo: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los
pecados?» (Lc 7,49). Jesús ha apenas realizado un gesto escandaloso. Una
mujer de la ciudad, conocida por todos como una pecadora, ha entrado en la casa
de Simón, se ha inclinado a los pies de Jesús y ha derramado sobre sus pies
óleo perfumado. Todos los que estaban ahí en la mesa murmuraban: si Jesús es un
profeta, no debería aceptar gestos de este género de una mujer como esta.
Desprecio. Aquellas mujeres, pobrecitas, que sólo servían para ser visitadas a
escondidas, incluso por los jefes, o para ser lapidadas. Según la mentalidad de
ese tiempo, entre el santo y el pecador, entre lo puro y lo impuro, la
separación tenía que ser neta.
Pero la actitud de Jesús es diversa. Desde el inicio de su ministerio en
Galilea, Él se acerca a los leprosos, a los endemoniados, a todos los enfermos
y los marginados. Un comportamiento de este tipo no era para nada habitual,
tanto es así que esta simpatía de Jesús por los excluidos, los “intocables”, será una de las cosas que más desconcertaran
a sus contemporáneos. Ahí donde hay una persona que sufre, Jesús se hace cargo,
y ese sufrimiento se hace suyo. Jesús no predica que la condición de pena debe
ser soportada con heroísmo, a la manera de los filósofos estoicos. Jesús
comparte el dolor humano, y cuando lo encuentra, de su interior emerge esa
actitud que caracteriza el cristianismo: la misericordia. Jesús, ante el dolor
humano siente misericordia; el corazón de Jesús es misericordioso. Jesús siente
compasión. Literalmente: Jesús siente estremecer sus vísceras. Cuantas veces en
los evangelios encontramos reacciones de este tipo. El corazón de Cristo
encarna y revela el corazón de Dios, y ahí donde existe un hombre o una mujer
que sufre, quiere su sanación, su liberación, su vida plena.
Es por esto que Jesús abre los brazos a los pecadores. Cuanta gente
perdura también hoy en una vida equivocada porque no encuentra a nadie
disponible a mirarlo o verlo de modo diverso, con los ojos, mejor dicho, con el
corazón de Dios, es decir, mirarlos con esperanza. Jesús en cambio, ve una
posibilidad de resurrección incluso en quien ha acumulado tantas elecciones
equivocadas. Jesús siempre está ahí, con el corazón abierto; donando esa
misericordia que tiene en el corazón; perdona, abraza, entiende, se acerca…
¡Eh, así es Jesús!
A veces olvidamos que para Jesús no se ha tratado de un amor fácil, de
poco precio. Los evangelios registran las primeras reacciones negativas en
relación a Jesús justamente cuando Él perdonó los pecados de un hombre (Cfr. Mc
2,1-12). Era un hombre que sufría doblemente: porque no podía caminar y porque
se sentía “equivocado”. Y Jesús entiende que
el segundo dolor es más grande que el primero, tanto que lo acoge enseguida con
un anuncio de liberación: «Hijo, tus pecados te son
perdonados» (v. 5). Libera de aquel sentimiento de opresión de sentirse
equivocado. Es entonces que algunos escribas – aquellos que se creen perfectos:
yo pienso en tantos católicos que se creen perfectos y desprecian a los demás…
es triste esto – algunos escribas allí presentes se escandalizan por las
palabras de Jesús, que suenan como una blasfemia, porque sólo Dios puede
perdonar los pecados.
Nosotros que estamos acostumbrados a experimentar el perdón de los pecados,
quizás demasiado a “buen precio”, deberíamos
algunas veces recordarnos cuanto le hemos costado al amor de Dios. Cada uno de
nosotros ha costado bastante: ¡la vida de Jesús! Él lo habría dado por cada uno
de nosotros. Jesús no va a la cruz porque cura a los
enfermos, porque predica la caridad, porque proclama las bienaventuranzas. El
Hijo de Dios va a la cruz sobre todo porque perdona: perdona los pecados,
porque quiere la liberación total, definitiva del corazón del hombre. Porque no
acepta que el ser humano consuma toda su existencia con este “tatuaje” imborrable, con el pensamiento de no
poder ser acogido por el corazón misericordioso de Dios. Y con estos
sentimientos Jesús va al encuentro: de los pecadores, de los cuales todos
nosotros somos los primeros.
Así los pecadores son perdonados. No solamente son consolados a nivel
psicológico: el perdón nos consuela mucho, porque son liberados del sentimiento
de culpa. Jesús hace mucho más: ofrece a las personas que se han equivocado la
esperanza de una vida nueva. “Pero, Señor, yo soy
un trapo” – “Pero, mira adelante y te hago un corazón nuevo”. Esta es la
esperanza que nos da Jesús. Una vida marcada por el amor. Mateo el publicano se
convierte en apóstol de Cristo: Mateo, que era un traidor de la patria, un
explotador de la gente. Zaqueo, rico corrupto: este seguramente tenía un título
en coimas, ¿eh?, Zaqueo, rico corrupto de Jericó, se transforma en un benefactor
de los pobres. La mujer de Samaria, que tenía cinco maridos y ahora convive con
otro, recibe la promesa del “agua viva” que
podrá brotar por siempre dentro de ella. (Cfr. Jn 4,14). Y así, cambia el
corazón, Jesús; hace así con todos.
Nos hace bien pensar que Dios no ha elegido como primera amalgama para
formar su Iglesia a las personas que no se equivocan jamás. La Iglesia es un
pueblo de pecadores que experimentan la misericordia y el perdón de Dios. Pedro
ha entendido más la verdad de sí mismo al canto del gallo, en vez que de sus
impulsos de generosidad, que le henchían el pecho, haciéndolo sentir superior a
los demás.
Hermanos y hermanas, somos todos pobres pecadores, necesitados de la
misericordia de Dios que tiene la fuerza de transformarnos y devolvernos la
esperanza, y esto cada día. ¡Y lo hace! Y a la gente que ha entendido esta
verdad fundamental, Dios regala la misión más bella del mundo, es decir, el
amor por los hermanos y las hermanas, y el anuncio de una misericordia que Él
no niega a ninguno. Y esta es nuestra esperanza. Vayamos adelante con esta
confianza en el perdón, en el amor misericordioso de Jesús. Gracias.
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