ROMA, 09 Ago. 17 / 01:53 am (ACI).- Este 9 de agosto se cumplen
72 años de la segunda bomba atómica arrojada por Estados Unidos, esta vez sobre
Nagasaki; ciudad japonesa que ya para entonces contaba con una rica historia de
mártires cristianos del siglo XVI y XVII. El día del lanzamiento de “Fat Man” –nombre del proyectil–, la pequeña
comunidad católica japonesa perdió en
Nagasaki dos tercios de sus miembros.
Tras la destrucción de Hiroshima el 6 de agosto de 1945, el alto mando militar
estadounidense liderado por el presidente Harry Truman –a quien se le suele
vincular con la masonería–, puso la mira sobre Kokura para forzar la rendición
de Japón; sin embargo el mal tiempo hizo que se cambiara por Nagasaki.
En ese entonces Nagasaki tenía unos 240 mil habitantes. Un error de
cálculo de los aviadores estadounidenses hizo que la bomba no cayera en el
centro de la ciudad; pero el efecto igual fue devastador y asesinó de manera
inmediata a unas 75 mil personas. En los días siguientes murió un número
similar a causa de heridas y enfermedades ocasionadas por la radiación.
HISTORIA DE LA
COMUNIDAD CATÓLICA
Nagasaki fue desde el siglo XVI centro importante del catolicismo en
Japón, impulsado por los misioneros jesuitas y franciscanos. Sin embargo, la
persecución que vino casi de manera inmediata fue recordada en 2007 en el libro
de las memorias del Cardenal
Giacomo Biffi –fallecido este año–, y donde expresa el fuerte
impacto que tuvo en él en 1945 la noticia de las bombas atómicas lanzadas sobre
Japón.
"Ya había escuchado hablar de Nagasaki. La
había encontrado repetidamente en el ‘Manual de historia de las misiones
católicas’ de Giuseppe Schmidlin, tres volúmenes publicados en Milán en 1929.
En Nagasaki desde el siglo XVI surgió la primera consistente comunidad católica
del Japón”.
“En Nagasaki –señaló– el 5 de febrero 1597 habían
dado la vida por Cristo
treintaiséis mártires (seis misioneros franciscanos, tres jesuitas japoneses,
veintiséis laicos), canonizados por Pío IX en 1862”.
Sin embargo, “cuando se retoma la
persecución en el 1637 fueron asesinados hasta treinta y cinco mil cristianos.
Después la joven comunidad vive, por decir así, en las catacumbas, separada del
resto de la catolicidad y sin sacerdotes; pero no se extingue”.
Así, en 1865 “el Padre Petitjean descubre
esta ‘Iglesia
clandestina’, que se le dio a conocer después de haberse asegurado que él era
célibe, que era devoto de María y que obedece al Papa de Roma; y así la vida
sacramental puede retomarse regularmente”.
Casi veinte años después, en 1889 “se
proclama en Japón la plena libertad religiosa, y todo reflorece. El 15 de junio
de 1891 es erigida canónicamente la diócesis de Nagasaki, que en el 1927 acoge
como pastor a monseñor Hayasaka, que es el primer obispo japonés y es
consagrado personalmente por Pío IX. Del Schmidlin venimos a saber que en el
1929 de 94.096 católicos nipones unos 63.698 son de Nagasaki”.
Es decir que 16 años antes de la hecatombe atómica, vivían en Nagasaki
un poco más de 63.000 fieles. Así, con luego de este breve resumen del
catolicismo en esta ciudad, el Purpurado escribe:
“Podemos bien suponer que las bombas atómicas no
hayan sido tiradas al azar. La pregunta es por lo tanto inevitable: ¿Cómo así
se escogió para la segunda hecatombe, entre todas, precisamente la ciudad de
Japón donde el catolicismo, aparte de tener la historia más gloriosa, estaba
más difundido y afirmado?”.
Por Eduardo Berdejo
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