La ausencia de toda
creencia en la vida futura es el camino cerrado a toda virtud, a todo heroísmo,
a toda abnegación.
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org
Pregunta:
Querido padre: respecto del ‘alma’, que fue insuflada por Dios al hombre, se
escucha casi siempre, decir que el alma es inmortal. Cuando estudié en la
escuela de formación cristiana, hace algo más de 10 años, la profesora de
religión que tuve, nos preguntó al respecto: ¿el alma, es inmortal? Nos
quedamos unos instantes pensativos, y yo le respondí que no, que el alma nunca
muere, porque el único inmortal, es Dios, ya que nos dijo que algo que nunca
muere, no quiere decir que sea inmortal. Lo es, sólo por la voluntad del
Creador. Quisiera que me disipara la cuasi-duda, si estoy en lo correcto, o no.
(Decir que no es inmortal, sino que nunca muere, ya que la creó el
Todopoderoso.)
Respuesta:
Estimado:
Sobre la inmortalidad del alma le envío las
páginas realmente claras de Hillaire, en ‘La
Religión demostrada’
La Inmortalidad del alma
1.
El alma del hombre, ¿es inmortal?
Sí, el alma del hombre no dejará jamás de
existir. Todo lo prueba de una manera evidente:
1º La
naturaleza del alma.
2º Las
aspiraciones y los deseos del hombre.
3º Las
perfecciones de Dios.
4º La
creencia de todos los pueblos.
5º Las
consecuencias funestas que resultarían de la negación
de esta verdad fundamental.
2. ¿Cómo se prueba por la naturaleza del alma que es inmortal?
de esta verdad fundamental.
2. ¿Cómo se prueba por la naturaleza del alma que es inmortal?
Un ser es naturalmente inmortal cuando es
incorruptible y puede vivir y obrar independientemente de otro. Ahora bien, el
alma es incorruptible, porque es simple, indivisible; puede vivir y obrar
independientemente del cuerpo, porque es un espíritu; luego, es inmortal por
naturaleza. Un espíritu no puede morir.
Si nuestra alma debiera
perecer, sería:
1º o por
encerrar en sí misma principios de corrupción;
2º o por
no tener otra razón de existir que dar la vida al cuerpo;
3º o,
finalmente, por aniquilarla Dios. Pues bien, ninguna de estas tres hipótesis
puede ser admitida.
1º
Nuestra alma es
incorruptible, es decir, que no encierra en sí ningún
principio de disolución y de muerte. ¿Qué es la muerte? La muerte es la
descomposición, la separación de las partes de un ser. Es así que el alma no
tiene partes, pues es simple e indivisible; luego no puede descomponerse,
disolverse o morir.
2º La vida del alma no depende de la vida del
cuerpo, de donde se sigue que, en virtud de su
propia naturaleza, nuestra alma sobrevive al cuerpo. La vida de los sentidos,
única que poseen los animales, no puede ejercerse sino mediante el cuerpo: por
eso el alma de los animales, muerto el cuerpo, es incapaz de ejercer función
alguna; porque esta clase de alma, que es substancia imperfecta, en cuanto
substancia, muere con el cuerpo.
Mas no acontece lo mismo con el alma del hombre.
Hemos demostrado ya que es espiritual, es decir, que
posee una vida, la vida de la inteligencia, que es completamente independiente
de nuestros órganos corporales,
en sus operaciones, y en su principio. Esta vida no cesa, pues en el momento de
la muerte, en virtud de su naturaleza espiritual, nuestra alma sobrevive al
cuerpo.
Por lo demás, las aspiraciones de nuestra alma hacia la plena posesión de la verdad, hacia la felicidad de la vida sin fin, cuya sombra solamente tenemos aquí, no podrían existir en ella, si no fuera por la naturaleza inmortal. Es lo que prueba la pregunta siguiente.
Por lo demás, las aspiraciones de nuestra alma hacia la plena posesión de la verdad, hacia la felicidad de la vida sin fin, cuya sombra solamente tenemos aquí, no podrían existir en ella, si no fuera por la naturaleza inmortal. Es lo que prueba la pregunta siguiente.
3º Ningún ser puede aniquilar el alma, excepto
Dios; pero no lo hará, como lo probaremos Inmediatamente. Luego, el alma es
inmortal, no por favor o privilegio, sino porque tiene en su naturaleza
espiritual los principios de una vida inmutable.
3.
Los deseos y las aspiraciones del alma, ¿prueban que es inmortal?
Sí, el deseo natural e irresistible que tenemos
de una felicidad perfecta y de una vida sin fin prueba la inmortalidad del alma; porque este deseo no
puede ser satisfecho en la vida presente y, por lo mismo, debe ser satisfecho
en la vida futura; si no, Dios, autor de nuestra naturaleza, se habría burlado
de nosotros, dándonos aspiraciones y deseos siempre defraudados, nunca
satisfechos; lo que no puede ser.
Si el deseo de la felicidad
no debiera ser satisfecho, Dios no lo hubiera puesto en nosotros.
1º Todo hombre que penetre en su corazón encontrará en él un inmenso deseo de felicidad. Este deseo no es un efecto de su imaginación, pues no es él quien se lo ha dado, y no está en su poder desecharlo. Este deseo no es una cosa individual, pues todos los hombres, en todos los climas y en todas las condiciones, lo han experimentado y lo experimentan diariamente. Esta aspiración brota, pues, del fondo de nuestro ser y se identifica con él. La felicidad es la meta señalada por Dios a la naturaleza humana.
Ahora bien, ¿es posible que Dios haya puesto en
nosotros un deseo tan ardiente, que no podamos satisfacer? ¿Nos ha creado para
la felicidad, y nos ha puesto en la imposibilidad de conseguirla?
Evidentemente, no; que en ese caso Dios no sería el Dios de verdad. Dios no
engaña el instinto de un insecto, ¿y engañaría el deseo que ha infundido en
nuestra alma? Luego es necesario que, tarde o temprano, el hombre logre
una felicidad perfecta, si él por propia culpa, no se opone a ello.
2º Pero
esta felicidad perfecta no se halla en la tierra: nada en esta vida puede
satisfacer nuestros deseos; todos los bienes finitos no pueden llenar el vacío
de nuestro corazón: ciencia, fortuna, honor, satisfacciones de todas clases,
caen en él, como en un abismo sin fondo, que se ensancha sin cesar. ¡Extraña
cosa!, los animales, que no tienen idea de una felicidad superior a los bienes
sensibles, se contentan con su suerte. Y los hombres, sólo el hombre, busca en vano la dicha, cuya imperiosa
necesidad lleva en el alma. Nunca está contento, porque aspira a una
bienaventuranza completa y sin fin. Puesto que no es feliz en este mundo, es
necesario que halle la felicidad en la vida futura.
Este raciocinio aplícase también a nuestras
aspiraciones intelectuales; el hombre tiene sed de verdad y de ciencia; quiere
conocerlo todo; nunca puede llenar su deseo de saber. Ha sido creado, pues,
para hallar en Dios toda verdad y toda ciencia. A la manera que el cuerpo
tiende hacia la tierra, así el alma tiende hacia Dios y hacia la inmortalidad.
4.
¿No podría Dios aniquilar el alma?
Sí, absolutamente hablando, Dios podría
aniquilarla en virtud de su omnipotencia; pero no lo hará, porque no la ha
creado inmortal por naturaleza para destruirla después. Además de esto, sus
atributos divinos, su sabiduría y su justicia a ello se oponen.
El alma no existe necesariamente; Dios la ha
creado libremente, y, por lo tanto, podría destruirla con sólo suspender su
acción conservadora que no es más que una creación prolongada. Sin embargo,
este aniquilamiento requiere nada menos que la intervención de toda la
omnipotencia divina. Aniquilar y crear son dos actos que piden igual poder y sólo
Dios puede producirlos.
Ahora bien, la ciencia demuestra que nada se
destruye en la naturaleza; nada se pierde, todo se transforma. El cuerpo es,
evidentemente, menos perfecto que el alma; y el cuerpo no se aniquila, sino que
sigue existiendo en sus átomos. ¿Por qué, pues, el alma, la porción más noble
de nosotros mismos, sería aniquilada?… Tenemos pleno derecho para suponer que
el alma del hombre no es de peor condición que un átomo de materia.
Dios es libre para no crear un ser, esto es
indudable; pero una vez que lo ha creado, se
debe a sí mismo el tratarlo
de acuerdo con la naturaleza que le ha dado. Dios ha dado al alma una
naturaleza espiritual y una constitución inmortal; luego El no abrogará esta
disposición providencial: Dios se debe a sí
mismo el no contradecirse. Además,
conforme veremos inmediatamente, los atributos de Dios requieren que el alma
sea inmortal.
5.
La sabiduría de Dios, ¿demanda que nuestra alma sea inmortal?
Sí; la sabiduría de Dios pide que nuestra alma
sea inmortal, porque un legislador sabio debe imponer una sanción a su ley, es
decir, debe establecer premios para los que la observan y castigos para los que
la violan. Esta sanción de la ley divina debe necesariamente hallarse en esta
vida o en la futura.
Pero nosotros no vemos en la vida presente una
sanción eficaz de la ley de Dios; por lo tanto es necesario que exista en la
vida futura, so pena de decir que Dios es un legislador sin sabiduría.
Dios ha creado al hombre libre, pero no
independiente. Todos los seres creados están regidos por leyes conformes a su
naturaleza. Los seres inteligentes y libres han recibido de Dios la ley moral para que los dirija hacia su
último fin. Esta ley, conocida y promulgada por la conciencia, se resume en dos
palabras: hacer el bien y evitar el mal.
Un legislador
sabio, cuando impone leyes, debe tomar los medios necesarios para
que sean observadas. El único medio eficaz son los premios y los castigos: es
lo que se llama sanción de
una ley. En la vida presente no vemos una sanción
eficaz para la ley de Dios.
¿Dónde estaría? ¿En los remordimientos o
¡en la alegría de la conciencia? Pero los malvados ahogan
los remordimientos y la alegría de la conciencia bien poca cosa es comparada
con los sufrimientos y las luchas que requiere la virtud.
¿Estaría en el desprecio
público, en la estimación de los hombres? ¡Ah!, con demasiada frecuencia
vemos que son precisamente los grandes culpables los que gozan de la estima de
los hombres, mientras que los justos son el blanco de todas las burlas.
¿Estaría en la justicia
humana? No; porque ella no alcanza hasta, los pensamientos y deseos,
fuentes del mal; no tiene recompensas para la virtud; no puede descubrir todos
los crímenes: ella puede ser burlada por la habilidad, comprada por el dinero,
intimidada por el miedo; y si, a veces, vindica los derechos de los hombres, no
vindica los derechos de Dios.
Fuera de eso, ¿cuál sería en este mundo la recompensa de
aquel que muere en el acto mismo del sacrificio, como el soldado sobre el campo
de batalla; o el castigo para el suicida?
Por consiguiente, la sanción eficaz de la ley de
Dios no puede hallarse más que en los castigos o premios que nos esperan
después de la muerte.
6.
¿También la justicia de Dios demanda que el alma sea mortal?
Sí, la justicia pide que Dios de a cada uno
según sus méritos; que recompense a los buenos y castigue a los malos. Pero, es
en esta vida que los buenos son premiado y los malos son castigados? No; en
esta vida, los buenos, frecuentemente, se ven afligidos, perseguidos y
oprimidos, mientras que los malos prosperan y triunfan. Luego la justicia de
Dios pide que haya otra vida donde los buenos sean recompensados y los malos
castigados; y si no, no habría justicia. Entonces se podría decir que no hay
Dios, porque Dios no existe, sino es justo.
Es necesario que haya una justicia por lo mismo
que hay Dios. Si Dios no es justo, no es infinitamente perfecto, no es Dios. Un
Dios justo debe retribuir a cada uno según sus obras. Sería imposible que
mirara de la misma manera al bueno y al malo, al parricida y al hijo obediente,
al obrero honrado y al pérfido usurero.
Y, ¿qué sucede frecuentemente? Sucede que el
malo triunfa, y el bueno sufre, que la virtud es ignorada o despreciada y el
vicio honrado. Hay tribunales para los malhechores vulgares (¡y no todos ellos
llegan!); pero no los hay para los canallas de primer orden. Nerón, corrompido,
cruel, perjuro, sentado en el trono del mundo. Y en los calabozos de Nerón, San
Pedro, San Pablo… Y la justicia de Dios, ¿dónde está?…
Por todas partes se ven tiranos adulados,
coronados, viviendo entre delicias, mientras que los justos pon perseguidos,
torturados, martirizados… ¿Dónde está la justicia de Dios?… ¡Cuántos
despotismos, proscripciones, perjurios e iniquidades sobre la tierra! Pero,
¿qué se ha hecho la justicia de Dios? Yo os aseguro que ella no ha abdicado,
que ella cuenta todas las gotas de sangre y todas las lágrimas que los malvados
hacen derramar: tan cierto como que Dios es Dios, El retribuirá a cada uno según sus obras.
Y como ciertamente todo eso no se hace en esta
vida, se hará en otra luego es necesario que el alma sobreviva al cuerpo, es
necesario que ella sea inmortal.
Así, Dios permite los sufrimientos de los
justos, porque hay otra vida donde restablecer el equilibrio. Los dolores de
esta vida son pruebas qué santifican, son combates que llevan
a la gloria, son avisos del cielo para que no dejemos el
camino de la virtud. Pero estos sufrimientos nada son, comparados con la
felicidad eterna que Dios tiene reservada al justo.
-¿Crees tú en el infierno?,
preguntaron a un sacerdote, los jueces revolucionarios de Lyon.
-¡Y cómo podría yo dudar, viendo lo que está pasando! ¡Ah!, si yo hubiera sido incrédulo, hoy sería creyente.
-¡Y cómo podría yo dudar, viendo lo que está pasando! ¡Ah!, si yo hubiera sido incrédulo, hoy sería creyente.
Es el raciocinio del propio J. J.
Rousseau: ‘Si no tuviera yo más prueba de
la inmortalidad del alma que el triunfo del malvado y la opresión del justo,
esta flagrante injusticia me obligaría a decir:
No termina todo con la
vida, todo vuelve al orden con la muerte’.
Los que volcáis, haciendo a Dios la guerra, las aras de las leyes eternales, malvados opresores de la tierra, ¡temblad! ¡sois inmortales! Los que gemís desdichas pasajeras, que vela Dios con ojos paternales, peregrinos de un día a otras riberas, ¡calmad vuestro dolor! ¡sois inmortales! (Delille)
7.
Todos los pueblos de la tierra, ¿han admitido siempre la inmortalidad del alma?
Sí; es un hecho testificado por la historia
antigua y moderna que los pueblos del mundo entero han admitido la inmortalidad
del alma, como lo prueba el culto de los
muertos, el respeto religioso de los hombres por las cenizas de sus padres y los monumentos que
han erigido sobre sus sepulcros.
Esta creencia universal y constante no puede
proceder sino o de la razón, que admite la necesidad de la vida futura, o de la
revelación primitiva, hecha por Dios a nuestros primeros padres y transmitida
por ellos a sus descendientes. Ahora bien, el testimonio, sea de la razón, sea
de la revelación, no puede ser sino la expresión de la verdad; luego la
creencia de los pueblos es una nueva prueba de la inmortalidad del alma.
Todos los pueblos han creído en la existencia de
un lugar de delicias, donde los buenos eran recompensados, y de un lugar de
tormentos, donde los malos eran castigados. ¿Quién no conoce los Campos
Elíseos, y el negro Tártaro de los griegos y de los romanos?… Basta leer la
historia de los pueblos.
¿Cómo explicar esta fe universal en la vida
futura? Esta fe no es el resultado de la experiencia, porque toda la vida parece extinguirse con la muerte, y los
muertos no vuelven para asegurarnos de la realidad de la otra vida.
No es una invención de los reyes o
de los poderosos, porque muchos de aquellos a quienes los antiguos
creían condenados a los castigos futuros eran precisamente reyes como Sísifo,
Tántalo… No es tampoco, la enseñanza de una secta religiosa,
porque la creencia en una vida futura es el fundamento de todas las religiones.
No se la puede atribuir a las pasiones humanas,
porque es su castigo; ni a la ignorancia,
porque existe también en los pueblos civilizados y, conforme a una ley de la
historia, un pueblo es tanto más grande cuanto su fe en la inmortalidad es más
firme y pura.
Este hecho no puede
reconocer sino dos causas:
1º La
revelación primitiva, infalible como Dios mismo.
2º El
instinto irresistible de la razón humana, que por todas partes y siempre. por
el simple buen sentido, está obligada a reconocer mismas verdades
fundamentales. Según frase de Cicerón, aquello en que conviene la natural
persuasión de todos los hombres, necesariamente ha de ser verdadero. Es un
axioma de sentido común contra el cual en vano protestan algunos materialistas
modernos.
8.
¿Qué debemos pensar de los que dicen: Una vez muertos se acabó todo?
Los que se atreven a decir que todo acaba con la
muerte son insensatos que
tienen el loco orgullo de contradecir a todo el género humano y de conculcar la
razón y la conciencia.
Son criminales,
y no desean el destino del bruto sino para poder vivir como él sin temor y sin
remordimientos.
Son infelices,
pues lejos de obtener lo que desean, no podrán escapar a la justicia divina, y
aprenderán a sus propias expensas lo terrible que es caer en manos de un Dios
vengador.
1º Si
fuera cierto que con la muerte todo se acaba, habría que decir:
a) Que
Dios se ha burlado de nosotros al darnos el deseo irresistible de la felicidad
y de la inmortalidad.
b) Que
todos los pueblos del mundo han vivido hasta ahora en el error, mientras que un
puñado de libertinos son los únicos que tienen razón.
c) Que
la suerte del asesino sería la misma que la de su víctima; que los justos que
practican la virtud y los malvados que se entregan al crimen, serán tratados de
la misma manera, etc. ¿No es esto inadmisible? ¿No es esto hacer del mundo una
cueva de ladrones y de bestias feroces? Y, sin embargo, tal es la locura de los
materialistas.
2º Los
que niegan la inmortalidad del alma son los ateos, los materialistas, los
positivistas, los librepensadores, todos aquellos que tienen interés en no
creerse superiores a la bestia. Este dogma tiene los mismos adversarios que el
de la existencia de Dios: son los hombres que, para acallar sus remordimientos
o para no verse obligados a combatir sus pasiones, quisieran persuadirse de que
no hay nada que temer, nada que esperar después de esta vida. Pero cuando un
insensato cierra los ojos y declara que el sol no existe, se engaña a sí mismo
y no impide al sol que alumbre.
3º Los
que niegan la inmortalidad del alma son semejantes al hijo pródigo, que deseaba, sin conseguirlo, el
sucio alimento de la piara de puercos que tenía a su cuidado. Estos hombres
reclaman en vano la nada del bruto que les interesa conseguir; nadie se la dará; no serán aniquilados y el
infierno les aguarda. ¡Cuán dignos son de lástima…!
9.
¿Cuáles son las consecuencias prácticas de la inmortalidad del alma?
Así como se conoce el árbol por sus frutos, se
conocen los dogmas verdaderos por los bueno frutos que producen. La creencia en
la inmortalidad del alma promete excelentes frutos: es para el hombre consuelo en
la desventura, móvil de la virtud, fuente de los mayores
heroísmos.
Por el contrario, la negación de la inmortalidad
del alma produce frutos de muerte. Si
el alma debe morir, no hay virtud, ni deber, ni religión, ni sociedad posible.
Todo se desmorona. Juzgad, pues, el árbol por los frutos de muerte que produce.
1º El
dogma de la inmortalidad del alma sostiene, anima, consuela al hombre virtuoso,
puesto que le hace esperar una recompensa y una felicidad que no tendrán fin.
Si suprimimos la otra vida, la muerte no tendría
consuelos ni esperanzas. ¿Qué puede decir un incrédulo junto a un féretro? ¡Son
amigos que se separan con la certeza de no volverse a ver jamás!… Mirad a esa
madre, loca de dolor, junto a una cuna, herida por la muerte; el impío sólo
puede decirle: ‘Hay que ser razonable; esto les
sucede también a otros, también nosotros moriremos’. En cambio, una
Hermana de la Caridad dirá a esa pobre madre: ‘Hallaréis
a vuestro hijito en el cielo; está con los ángeles y un día iréis a juntaros
con él’. Una doctrina tan
consoladora viene de Dios. Vosotros que lloráis vuestros muertos queridos, consoláos,
los encontraréis en una vida mejor. No, no termina todo al cerrarse la fría
losa de la tumba.
La creencia en la inmortalidad del alma es la
única que puede formar hombres, llevarlos a la práctica de grandes virtudes,
despertar en ellos nobles abnegaciones por Dios, por la sociedad, por la
patria, puesto que esa creencia nos hace esperar alegrías tanto mayores cuanto
más grandes hayan sido los sacrificios hechos por nosotros. Ella nos hace despreciar
todo lo transitorio para no estimar sino lo que es eterno.
2º
Decir, por el contrario, que cuando uno muere,
todo muere con él, es suprimir toda virtud, todo deber,
toda religión. Y en verdad, si no hay nada que esperar, nada que temer después
de esta vida, ¿qué interés podemos tener en practicar el bien, el deber, la
religión, a menudo tan penosos? ¿Qué digo? El bien y el mal, la virtud y el
vicio no son más que vanas preocupaciones y odiosas mentiras…
La virtud cuesta grandes sacrificios, mientras
que el vicio agrada a nuestra naturaleza caída. Ahora bien, si nuestra
existencia se limita a esta tierra, si la virtud no produce frutos de felicidad eterna, si el vicio no acarrea dolores
inconsolables para la vida futura,
es una tontería sufrir tanto para predicar la virtud y preservarse del vicio.
Entonces fallan por su base la virtud, la familia, la religión, la sociedad. Si
fuera cierto que con la muerte todo muere,
el mundo se vería inundado por un diluvio de crímenes. El robo, el homicidio,
las más vergonzosas pasiones, no tendrían barreras, porque se tiene, con
frecuencia, la facilidad de escapar de los gendarmes y de las prisiones.
‘Una sociedad que no cree
en Dios, ni en el alma, ni en la vida futura, no respeta ni justicia ni moral.
Verdaderamente, al todo se limita a la vida presente, ¿por qué se ha de
consentir que la autoridad, la fortuna y los placeres sean para los poderosos?
¿Por qué la sumisión, la pobreza, la miseria y los sufrimientos han de estar
reservados a las clases bajas?… Si la vida futura es un sueño, el hombre tiene
sobrada razón para buscar en la vida presente su gozo, su felicidad. Si no los haya, le asiste toda la razón para conquistarlos con la fuerza,
las armas y la revolución. Y si fracasa, nadie puede reprocharle el que se
abandone a la desesperación y busque en el suicidio el único remedio posible
que le queda.
‘Está visto: la ausencia de
toda creencia en la vida futura es el camino cerrado a toda virtud, a todo
heroísmo, a toda abnegación. Es el camino abierto a todas las pasiones, a todos
los crímenes, a todas las revoluciones. El materialismo, propagado por la
masonería ahí tenéis la causa de todas las desgracias, de las ruinas y de
crímenes que desolan, en la hora presente a nuestra hermosa Francia’.
Narración. -‘Un obrero, que se ganaba la vida trabajando, estaba
contento con su suerte. Su esposa tenía una afición desmedida al dinero, y aun
al dinero ajeno. Una noche, este hombre regresa a su casa y dice
misteriosamente a su mujer:
-¿Sabes? Un fulano ha
venido a vernos al taller, y se ha, burlado de nosotros porque se le habló de
la otra vida. Nos ha dicho que eso es un cuento inventado, por los curas.
¡Gracioso!, ¿verdad? Y, sin embargo, dicen que ese hombre es un sabio; y yo he
visto una habitación de su casa de campo llena de libros…
-Pero, contestó la esposa,
si eso es así, somos bien necios en sufrir tanto… ¿Quién nos impide matar y
robar para hacernos ricos?
-¿Y la cárcel, y la
guillotina?
-¡Qué cándido eres! insistió la esposa; si nos descubren nos
matarán, pero todo habrá terminado, y no tendremos nada más que sufrir. Pero si
no nos descubren, seremos ricos para toda la vida.
‘La mujer tenía razón. En
su manera de pensar era perfectamente lógica. Sin la inmortalidad del alma no
hay barreras para el crimen’…
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