miércoles, 1 de junio de 2016

EL FANATISMO DENTRO DE CASA


Desde la pregunta ¿a qué Dios adoro? Si vamos descendiendo, pregunta a pregunta, podemos ir dando respuestas menos acertadas. Las respuestas menos acertadas, poco a poco, van dando lugar a verdaderos errores. Los pequeños errores, al final, nos llevan a que los inquisidores cristianos recorran Europa.

Pero eso es el final del camino. Sin llegar al final, alguien metido en el campo eclesiástico, encontrará toda su vida, de vez en cuando, en colegas y a todos los niveles, esos resabios de fanatismo en cualquier recodo del camino. Aquí y allá te encuentras con trabajadores del Evangelio que por el Evangelio están dispuestos a hacer no pocas cosas contra el espíritu del Evangelio.

Por supuesto que esto no es lo general. Pero compadezco al que se encuentre con un pedazo de materia oscura en medio del prado eclesial. Comprobará que la más pegajosa oscuridad, la que más sarpullidos le provocará a la víctima, no es la maldad pura –de esa hay poca-, sino la mediocridad. Esa mediocridad mezclada con el bien es una combinación muy desagradable. Si fuera mal y sólo mal, sería más fácil identificarla y anularla. El problema es la proporción adecuada de mediocridad del sujeto y su convicción de estar haciendo lo correcto cuando justamente está haciendo daño a alguien. Si a eso le unimos una cierta cantidad de bien (virtudes, oraciones, fe), tenemos un espacio eclesial (personal o grupal) que tiene toda la probabilidad de pasar desapercibido, de mimetizarse con el ambiente.

Este post puede parecer muy abstracto, pero las historias que hay detrás de él son muy concretas. Al final, en la Iglesia, en la universidad, en una empresa, en el arte, en todas partes, las personas con fe resisten, porque saben que hay una justicia final. Es más fácil vencer a Hitler que al mediocre. El mediocre, como las pilistras, tiene una capacidad de resistencia sencillamente épica.

P. FORTEA

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