miércoles, 21 de octubre de 2015

HABLEMOS EN PROFUNDIDAD SOBRE QUÉ ES EL INFIERNO, SIN CONSIGNAS Y PARA ENTENDERLO


Una necesidad de la sociedad humana y la elección de algunas personas.

Hay alta probabilidad que poca gente haya oído un sermón sobre el infierno, pero si lo oyó quizás se haya centrado en el aspecto emocional del infierno – ¡qué cosa más horrible!, ¡debemos zafar de esta posibilidad! –, y no en la lógica impecable del diseño celestial que justifica su existencia.

El infierno no es una imposición de Dios para los malos. Es ante todo un necesidad para vivir nuestra vida en sociedad, y además, una elección de algunas personas para vivir su vida – la de la Tierra y la eterna.

Desarrollaremos ambos temas.

EL INFIERNO ES UNA NECESIDAD PARA QUE EL HOMBRE VIVA EN SOCIEDAD

El infierno o su equivalente se encuentra en las Escrituras. También se encuentra en el trabajo de Platón. Y en realidad, es una forma muy útil para enseñar o recordar la importancia de nuestras acciones diarias.

Lo que inquietaba a Platón era si el mundo fue, de hecho, creado en la injusticia, ya que parecía ser así.

Después que él observara lo que le sucedió a su amigo y mentor Sócrates, al saber, que fue ejecutado en un juicio legal en la mejor de las ciudades, se dio cuenta de que en este mundo muchas injusticias no son castigadas, y muchas buenas obras no son recompensadas. Nadie podía negar este hecho.

Pero, si es cierto, ¿qué significaría esto? Esto significaría que lo que hacemos, realmente no hace ninguna diferencia definitiva.

Si los culpables no son castigados y reciben los mismos, o mejores beneficios que los virtuosos, entonces el mundo es simplemente injusto e incoherente. Sólo si hay un más allá, si el alma es inmortal, podría ser comprendida esta injusticia.

Por consiguiente, la doctrina del infierno no surge tanto de Dios, sino de nosotros.

De repente nos damos cuenta que, sin el infierno, nada de lo que hacemos hace realmente alguna diferencia. No “paga” ser justo o injusto. Eso no importa. Nada importa. La mayoría de las personas concluyen de estas consideraciones: “¿Por qué no ser injusto, entonces?”

De hecho, lo que suele suceder es que no podemos soportar la idea de que el caos de nuestras vidas y sociedades no tengan una causa inteligible.

Como el Papa Benedicto XVI profundizó en Spe Salvi, lo que hacemos es trasladar la idea del infierno desde el otro mundo a este mundo. Se proponen ideologías políticas, ecológicas, o psicológicas para designar la “causa” del mal. Prometen identificarla y erradicarla. Por lo general, terminan acusando a otras clases, pueblos, religiones o nacionalidades de todos los problemas humanos. Ellos terminan empeorando las cosas.

John Adams, el segundo presidente de Estados Unidos, se dice que hubo remarcado que “el infierno es la doctrina política más esencial.”

¿Por qué dijo esto? El Gobierno no puede castigar todos los delitos, una visión con la que Santo Tomás de Aquino estuvo de acuerdo. Debe haber alguna comprensión de que la sociedad política no es la única ni toda la explicación de la vida humana.

El Gobierno depende de una justicia que en sí misma no puede realizar plenamente. A menos que tengamos algunas personas que están sólo viviendo por el bien del honor y la razón, vamos a vivir en una selva.

Y aquellos que salen avante con sus crímenes impunes, no pueden dejar de pensar que no hay consecuencias por sus actos injustos.

Los gobiernos que no profesan creencia alguna en el infierno por lo general terminan creando su propia versión del mismo en la tierra.

Así que, si echamos un vistazo final al infierno, de repente veremos que su origen tiene que ver con la libertad en la que hemos sido creados.

Si otros seres humanos son tan importantes como pensamos que son – tan importantes como han sido creados para ser – se deduce que el infierno indirectamente nos enseña esta verdad fundamental de nuestra dignidad.

Todos nosotros, grandes y pequeños, estamos envueltos en el drama de la existencia humana, la propia y la de los que conocemos y con quienes convivimos.

Pocas personas no han visto las ruinas que los pecados y las malas decisiones han causado a sus amigos y familias. No es sólo una cuestión de los grandes males políticos como el aborto y la corrupción, sino también el dolor causado a niños, esposas, esposos, amigos, incluso enemigos.

En este sentido, el concepto del infierno es bastante útil para nosotros.

Una vez existimos somos lo suficientemente libres para entrar en el drama personal de querer hacer lo que es digno de nuestra importante existencia.

El infierno no es otra cosa más que el resultado de nuestro rechazo personal, que se manifiesta por la forma en que vivimos nuestras vidas, para elegir lo que debería ser.

El juicio de Dios no es más que la confirmación de nuestro propio juicio sobre nosotros mismos. Ni Dios puede “hacernos” elegir ser otro que lo que insistimos ser.
El infierno es lo que queda cuando decidimos abandonar a Dios y Su mundo por nosotros mismos y nuestro mundo hecho por nosotros.

LA GENTE ELIGE UNA VIDA ETERNA DE CIELO O DE INFIERNO DESDE LA TIERRA

Si hay un lugar como el infierno, y el Evangelio y el sentido común nos aseguran que existe, ¿quién irá allí y por qué?

Si hay un infierno y si la gente va allí, ¿es realmente para siempre? Si es así ¿por qué?

Podemos responder a la pregunta de que SÍ el infierno es eterno. Tiene que ser eterno porque Dios hizo a los seres humanos a su imagen y Él es eterno. Todos tenemos la eternidad asegurada dentro de nosotros. Todos nosotros viviremos para siempre. Todo lo que queda es, por tanto, decidir en dónde lo haremos.

Esto va en contra de aquellos que sugieren que las personas malas simplemente dejan de existir. Ellos mueren y son aniquiladas. Están perdidos y se han ido para siempre. Para nada. Debido a que somos eternos vivimos para siempre.

Dios no envía a la gente al infierno tanto como lo que ellos optan por ir allí. Dios quiere que todos vayan al cielo.

El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaban perdidos”. (Lucas 19:10) y “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo” (Jn. 03:17)

Pero Él no va a gobernar por sobre nuestra voluntad. Él no nos obligará a ir al cielo.

Por otra parte, si Él nos obligase a ir al cielo, no sería el cielo, porque el cielo es el lugar en donde se cumplen nuestros deseos y nuestras más grandes elecciones se hacen realidad.

El cielo no es sólo el premio de los buenos hijitos de Dios. El cielo es el resultado natural e inevitable de elecciones que hemos hecho a lo largo del viaje. No es una recompensa arbitraria, es el destino de nuestro largo viaje a casa. Por lo tanto, es el resultado de muchas elecciones.

Piensa en ello así: el cielo es el resultado de toda una vida de lucha, fe y gracia activa dada a nuestras vidas. Es como un atleta que gana una medalla de oro o un músico pisando un escenario para tocar un concierto de piano de Rachmaninov: estas cosas no son recompensas arbitrarias, sino el resultado final y natural de toda una vida de sacrificio y disciplina, de regalos y trabajo duro.

El infierno, por otro lado, es también el resultado de un largo viaje y una secuencia de elecciones.

¿Acaso no todos sabemos algunas personas que odian a Dios, odian a Jesús y a su Madre bendita, odian todo lo que es bello, bueno y verdadero? ¿No conocemos personas que están hundidas en la enfermedad del pecado, tanto así que han llegado a detestar literalmente todo lo que es santo, bueno y verdadero?

Por lo tanto, ¿por qué imaginamos, que serían felices en el cielo? No lo serían. Ellos odian el cielo, porque el cielo es el lugar donde no hay nada más que bondad, verdad y belleza. Si ellos han odiado y aborrecido estas cosas toda su vida, ¿por qué nos imaginamos que les encantaría en la siguiente vida?

Creo que hay muchas personas que llegarán a las puertas del cielo y escupirán en la invitación y correrán tan lejos y tan rápido como puedan en otra dirección. La realidad es que ellos preferirán el infierno que al cielo.

El cielo para ellos, en realidad sería un tormento mayor que el infierno. Su orgullo y desprecio a lo santo es tan grande, que los demonios que esperan abajo les parecerán ser sus hermanos e incluso en su tormento van a gritar, “¡El infierno es fabuloso!”

Por último, existe una interesante especulación de que, tal vez, al final, todo el mundo va al mismo lugar.

Tal vez todos entraremos en la presencia de Dios y, todo lo que es real, bueno, bello y verdadero. Aquellos que son salvos experimentarán esa luz eterna como gloria del cielo. Aquellos que están condenados experimentarán esa misma luz como tormento abrasador del infierno.

FUENTES:




Con la Colaboración de Nadya Pinelo
Es de Guatemala, Profesora de Idioma Inglés con estudios de post grado en San Antonio Texas y en York St John College of the University of Leeds

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