El domingo 18 de enero el Papa se
encontró con miles de jóvenes en los patios de la Pontificia Universidad de
Santo Tomás en Manila, Filipinas. Algunas personas formularon preguntas al Papa.
Una de esas preguntas, la de dos niños de la calle, conmocionó tanto a los
presentes como al mismo Papa Francisco.
«He abandonado mi casa y mi
familia porque no podían mandarme a la escuela. Me alimentaba con lo que
encontraba en la basura», dice el pequeño Jun. Y a continuación Glyzelle
pregunta al Papa, entre lágrimas: «¿Por qué Dios permite que pase esto si los
niños no tienen la culpa? ¿Y por qué nos ayudan tan pocas personas».
La respuesta del Santo Padre bien
se puede calificar de una «teología de las lágrimas». La presentamos
dividiéndolas en 7 puntos:
I. […] el núcleo de la pregunta
casi no tiene respuesta. Solamente cuando somos capaces de llorar sobre las
cosas que tú viviste, podemos entender algo y responder algo. La gran pregunta
para todos: «¿Por qué sufren los niños?, ¿por qué sufren los niños?» Recién
cuando el corazón alcanza a hacerse la pregunta y a llorar, podemos entender
algo.
II. Existe una compasión mundana
que no nos sirve para nada. […] Una compasión que, a lo más, nos lleva a meter
la mano en el bolsillo y a dar una moneda. Si Cristo hubiera tenido esa
compasión, hubiera pasado, curado a tres o cuatro y se hubiera vuelto al Padre.
Solamente cuando Cristo lloró y fue capaz de llorar, entendió nuestros dramas.
III. Queridos chicos y chicas, al
mundo de hoy le falta llorar. Lloran los marginados, lloran aquellos que son
dejados de lado, lloran los despreciados, pero, aquellos que llevamos una vida
más o menos sin necesidades, no sabemos llorar.
IV. Ciertas realidades de la vida
se ven solamente con los ojos limpios por las lágrimas. Los invito a que cada
uno se pregunte: «¿Yo aprendí a llorar? ¿Yo aprendí a llorar cuando veo un niño
con hambre, un niño drogado en la calle, un niño que no tiene casa, un niño
abandonado, un niño abusado, un niño usado por una sociedad como esclavo?». ¿O
mi llanto es el llanto caprichoso de aquel que llora porque le gustaría tener
algo más?
V. […] Esto es lo primero que yo
quisiera decirles: aprendamos a llorar, como ella nos enseñó hoy. No olvidemos
este testimonio. La gran pregunta: ¿Por qué sufren los niños?, la hizo
llorando; y la gran respuesta que podemos hacer todos nosotros es aprender a
llorar.
VI. Jesús, en el Evangelio,
lloró. Lloró por el amigo muerto. Lloró en su corazón por esa familia que había
perdido a su hija. Lloró en su corazón cuando vio a esa pobre madre viuda que
llevaba a enterrar a su hijo. Se conmovió y lloró en su corazón cuando vio a la
multitud como ovejas sin pastor. Si ustedes no aprenden a llorar, no son un
buen cristiano. Y éste es un desafío. […] hoy nos han planteado este desafío.
VII. […]
Cuando nos hagan la pregunta: «¿Por qué sufren los niños? ¿Por qué sucede esto
o esto otro o esto otro de trágico en la vida?», que nuestra respuesta sea o el
silencio o la palabra que nace de las lágrimas. Sean valientes. No tengan miedo
a llorar.
Jorge
Enrique Mújica, LC
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