miércoles, 21 de enero de 2015

LOS LLAMAMOS ALEJADOS PERO SON ESPANTADOS


Me escribe mi amigo Gustavo para comentarme acerca del uso de la palabra alejados en esto del tema de la Evangelización.

Aunque el tema de su comentario va más acerca de si podemos considerar cristianos a personas que no han pisado la Iglesia desde la primera comunión, y si debiéramos calificarlos de alejados, hay una reflexión paralela que aprovecho para hacer.

Hace años Solsona fue pionera al establecer una “Pastoral dels allunyats” (Pastoral de los alejados), que no era sino la delegación de Nueva Evangelización actual. Con el tiempo se dieron cuenta de que procedía mejor el segundo nombre, al hilo de la creación del dicasterio pontificio.

Recuerdo que en una publicidad de Alpha en un descuido se dio el email de la pastoral de los alejados para que la gente se apuntara al curso. Me imagino la sensación de un posible invitado a una cena Alpha cuando de entrada le llaman “alejado”.

Ciertamente Solsona acertó cambiando el nombre de la delegación- como lo hace en tantas cosas en materia de Evangelización- pues toda exquisitez es poca cuando se trata de acercarnos a los…..¿cómo los llamamos ahora?

Muchas veces observo como el discurso que tenemos en la Iglesia refleja una realidad que llevamos en el corazón. Salimos a fuera a pescar a los que se han ido, para que vuelvan, y sin darnos cuenta dejamos que crezca en nosotros una demarcación entre “los de dentro” y “los de fuera”.

Y si bien es cierto que ekklesía significa los llamados, los convocados o los sacados- y por lo tanto se puede diferenciar entre los que están dentro y los que están fuera de la misma- cuando se trata de hablar de sociedades como la nuestra donde ha habido un cristianismo que ahora se trata de re-evangelizar, es harina de otro costal.

La línea de demarcación entre lo que es cultura católica y la verdadera pertenencia a la Iglesia no está nada clara. Esto hace que muchas veces las autoridades eclesiásticas se conformen con estadísticas fáciles y halagadoras como la del número de bautizados, cuando todo el mundo sabe que cada vez son menos los discípulos de Cristo.

La estadística más real, por desgarradora que sea, no es que el 80% de los españoles estén bautizados, sino que de ese 80% apenas un 25% (menos del 15% de la población total) se pasa por la misa al menos una vez al mes. Y si quisiéramos adentrarnos en esta estadística, entre ese 15%, ¿cuántos verdaderos discípulos podríamos encontrar?

Con una realidad así la perspectiva de una iglesia que además de haber perdido a más del 80% del redil de su país que encima se permita ir tildando de “alejados” a quienes ya no practican la fe católica, suena de lo más condescendiente a los oídos de “los de fuera” y también a los de algunos de “los de dentro”.

¿En qué parte del camino un “alejado” se convirtió en tal porque en realidad hicimos de él un “espantado”?

¿Qué medida de responsabilidad tiene una iglesia que no ha sido capaz de transmitir el evangelio en el lenguaje, los modos y los gestos contemporáneos?

¿Nos podemos extrañar de que la gente no entienda la misa, cuando nosotros somos los primeros aburridos en ella y hasta el papa tiene que salir a corregir cómo se dan los sermones?

Yo, me van a perdonar, tengo por norma pensar que si todos los alumnos de una clase suspenden la materia el problema lo tiene el profesor aunque los estudiantes sean lo peor del instituto. Por lo menos eso es lo que tratan de demostrar películas como la clásica “To sir, with love” de Sidney Poitier (Rebelión en las aulas)

Atrevámonos a preguntarnos quién es el que ha suspendido, quién ha fallado en esto de la transmisión de la fe, cuánto de lo que hemos hecho era “estructura caduca” (Aparecida) que no servía como “cauce adecuado” (Evangelii Gaudium) para el fin de la transmisión del Evangelio.

Una re-evangelización superficial planteada desde posiciones tipo “es para los alejados de la Iglesia” desde luego tiene todas las de perder en nuestro mundo postmoderno que no entiende de absolutos ni de pertenencias impuestas.

Yo de hecho prohibiría mencionar a la Iglesia en todo lo que se haga en materia de primer anuncio de Jesucristo. Como dijo Cantalamessa en una de sus catequesis de adviento a la casa pontificia, “a Jesucristo no se le conoce por la palabra de la Iglesia, sino que a la Iglesia se la conoce por la palabra de Jesucristo”.

El día que nos libremos de ciertas conceptualizaciones trasnochadas engordadoras de estadísticas tendentes a la autocomplacencia, creo que podremos evangelizar de una manera mucho más efectiva y sincera como Iglesia.

José Alberto Barrera Marchessi

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