Noticia digital (17-X-2014)
805 millones de personas siguen pasando hambre en el mundo. A pesar de
que, según el último informe de la FAO, hay datos que revelan que ha disminuido
la cifra global, la realidad es que todavía una de cada nueve personas sufre
desnutrición crónica y en el mundo se desperdicia el 30% de todos los alimentos
producidos.
Así lo denunciaron varias organizaciones católicas el jueves en Madrid,
con motivo del Día Mundial de la Alimentación. En un Manifiesto conjunto de
Manos Unidas, Justicia y Paz, CONFER, Redes, Obras Misionales Pontificias y
Cáritas, las entidades reclamaron «el derecho de todos los seres humanos a una
nutrición suficiente sana y adecuada, como parte esencial de una vida digna».
Se acerca 2015, y no se han conseguido los Objetivos de Desarrollo del
Milenio. Pero hay esperanza, porque desde los años 90 se ha reducido el hambre
global en un 39%, según datos publicados este miércoles por el International
Food Policy Research Institute (Ifpri) en su Índice global del hambre
2014. En la última década, más de 100 millones de personas han dejado de
sufrir hambre crónica.
Según el informe -calculado para 120 países a través de tres
indicadores: la proporción de gente malnutrida, la proporción de niños menores
de cinco años por debajo del peso adecuado, y la tasa de mortalidad-, un total
de 26 países han reducido sus tasas de hambre en un 50%: Angola, Bangladesh,
Camboya, Chad, Ghana, Malawi, Níger, Ruanda, Tailandia y Vietnam obtienen las
mayores mejoras en las puntuaciones. Pero nos quedan 16 países en estado
alarmante: Eritrea y Burundi, los que peor están. El resto se sitúan también en
el África Subsahariana excepto Laos y Haití.
Hay otra alerta: el hambre oculta. Es decir, la malnutrición, que
afecta a 2.000 millones de personas en el mundo. Una carencia que puede tener
efectos irreversibles en la salud a largo plazo y afectar al desarrollo
socioeconómico de los países.
Ante esta situación, el Manifiesto conjunto de las entidades católicas
españoles propone varias soluciones: por un lado, invita a los particulares «a
mantener un estilo de vida basado e el consumo responsable y sostenible, que
evite el desperdicio de los alimentos, por sus efectos ambientales y su
repercusión en el alza de los precios, y que incide en la inseguridad
alimentaria de los más vulnerables». Y por otro lado, pide a los poderes
públicos, entre otras cosas, que se acometa el objetivo de acabar con el hambre
en la nueva agenda Post 2015; que se respalde un modelo agrícola
sostenible, destinando al menos un 10% de la Ayuda Oficial al Desarrollo a la
agricultura familiar; y que se implemente un marco regulador que evite la
inflación del precio de los alimentos y su desperdicio.
C.S.A.
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