«La oración, el pegamento que ha
permitido mi libertad»
James
Foley fue capturado en Libia en 2011 y tras su liberación escribió una carta a
una universidad católica a la que asistía donde explicó la importancia de la
oración durante su cautiverio.
El periodista estadounidense James Foley, decapitado por los
yihadistas, había sido prisionero en 2011 de las fuerzas filogobernativas libias.
Detenido en Trípoli, fue liberado tras 45 días de cárcel, decidiendo escribir
después una carta para la revista de la universidad católica Marquette de
Milwaukee, que él había frecuentado.
Nacido en una familia católica de
Boston, Foley relató: «Mis colegas y yo fuimos capturados y detenidos en un
centro militar de Trípoli». Cada día, explicaba el periodista, «aumentaba la
preocupación por el hecho de que nuestras madres podían estar aterrorizadas». Y
aunque «no había admitido plenamente a mí mismo que mi madre podía saber lo que
me había sucedido», Foley repetía a una colega que «mi madre tiene una gran fe» y que «yo rezaba para ella que
supiera que yo estaba bien. Rezaba para que pudiera comunicarme con ella».
El periodista relató el momento cuando «empecé a rezar el rosario», porque «era como habrían rezado mi madre y mi abuela (…). Clare (una colega, ndr) y yo empezamos a rezar en voz alta. Me consolaba confesar mi debilidad y mi esperanza a la vez y conversar con Dios más que estar solo en silencio».
El periodista relató el momento cuando «empecé a rezar el rosario», porque «era como habrían rezado mi madre y mi abuela (…). Clare (una colega, ndr) y yo empezamos a rezar en voz alta. Me consolaba confesar mi debilidad y mi esperanza a la vez y conversar con Dios más que estar solo en silencio».
Los periodistas fueron
trasladados a otra prisión donde se encontraban los prisioneros políticos «que
me acogieron y me trataron bien». Dieciocho días después sucedió algo que Foley
no supo explicarse; los guardias le sacaron de la celda y le llevaron al
despacho del alcaide «donde un hombre distinguido y bien vestido me dijo:
“Pensamos que tal vez desearías llamar a tu familia”. Dije una oración y marqué
el número». La línea funcionaba y la madre del periodista respondió: «Mamá,
mamá, soy yo, Jim», dijo el joven. «Aún estoy en Libia, mamá. Siento esto.
Perdóname». La madre, incrédula, respondió a su hijo que no debía sentirlo y le
preguntó cómo estaba: «Le dije que me alimentaba, que tenía le mejor cama y que
me trataban como a un huésped». Foley añadió: «He rezado para que supieras que estaba bien. ¿Has percibido mis
oraciones?». La madre respondió: «Jimmy, muchas personas están rezando por ti.
Todos tus amigos: Donnie, Michael Joyce, Dan Hanrahan, Suree, Tom Durkin, Sarah
Fang, que ha llamado. Tu hermano Michael te quiere mucho». Después un guardia
hizo un gesto y el joven tuvo que saludar a su madre.
«Repetí esta llamada en mi cabeza
cientos de veces, la voz de mi madre, los nombres de mis amigos, su
conocimiento de la situación, su
absoluta certeza en el poder de la oración. Me dijo que mis amigos se
habían reunido para hacer todo lo que estaba en su mano para ayudar. Sabía que
no estaba solo».
Por último concluye: «En mi
última noche en Trípoli me pude conectar a internet después de 44 días y conseguí
escuchar un discurso de Tom Durkin por mi (…). En una iglesia llena de amigos,
alumnos, sacerdotes, estudiantes y docentes vi el mejor discurso que un hermano podía hacerle a otro (…). Era
solo una muestra de los esfuerzos y de las oraciones de tantas personas. La
oración ha sido el pegamento que ha permitido mi libertad, una libertad
interior antes y después del milagro de haber sido liberado».
(Traducción
de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
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