Se quejaba de que todos, su familia, sus compañeros
de trabajo, la sociedad, le hacían infeliz. El Anacoreta lo miró con pena y le
dijo:
- No debemos creer que los demás nos hacen
infelices. Sosiégate y piensa, que sólo nosotros nos hacemos infelices. La
felicidad está en nuestras manos.
Enviat per Joan Josep Tamburini
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