Después
de conocer en su momento el origen y la importancia que dentro del pensamiento
islámico tiene la institución del califato, y ahora que un grupo terrorista y
terrorífico pretende reinstaurarlo con base en los territorios de Siria e Irak,
vale la pena que conozcamos con algún detalle cómo se produjo la abolición del
califato, que como se sabe, tuvo lugar en Turquía, última “depositaria” de la
institución en los términos que en su día conocimos (puede Ud. pinchar aquí si desea conocer el origen y el
desarrollo del califato).
Se puede establecer que el principio del fin del califato se produce con la rendición de Turquía en la Primera Guerra Mundial (pinche aquí si desea conocer una asequible sinopsis sobre la misma) el 30 de octubre de 1918 y la firma del Tratado de Sevres el 11 de agosto de 1920, que impone el reparto del Imperio Turco entre británicos y franceses según lo pactado por ellos previamente en el Acuerdo Sykes-Picott, junto a pequeñas compensaciones territoriales a griegos e italianos, dejando bajo control turco apenas la parte noroccidental y central de Anatolia, y aún ello, bajo supervisión de los aliados.
Se puede establecer que el principio del fin del califato se produce con la rendición de Turquía en la Primera Guerra Mundial (pinche aquí si desea conocer una asequible sinopsis sobre la misma) el 30 de octubre de 1918 y la firma del Tratado de Sevres el 11 de agosto de 1920, que impone el reparto del Imperio Turco entre británicos y franceses según lo pactado por ellos previamente en el Acuerdo Sykes-Picott, junto a pequeñas compensaciones territoriales a griegos e italianos, dejando bajo control turco apenas la parte noroccidental y central de Anatolia, y aún ello, bajo supervisión de los aliados.
El
malestar por semejante tratado producirá naturalmente un movimiento de
resistencia que vendrá a capitalizar el general nacionalista Mustafa Kemal Paşa, llamado “Atatürk” (=“padre de los turcos”),
victorioso comandante otomano y héroe de guerra en la famosa batalla de Galípoli, nombrado
inspector militar de Anatolia oriental por el gobierno del sultán. La Asamblea de Sivas de 1919 aprueba un
programa de independencia que no cuestiona todavía el sultanato.
En esto, las fuerzas ocupantes permiten la elección de un nuevo parlamento nacional, pero éste, contrariamente a sus previsiones, queda bajo control de las fuerzas nacionalistas y hace propio el programa de Sivas, razón por la cual, en marzo de 1920 es disuelto y sus miembros detenidos por el Gobierno turco. Los parlamentarios que escapan se dirigen a Ankara, donde se celebra la Gran Asamblea Nacional con cien diputados provenientes de Constantinopla y otros ciento noventa de las provincias. Elegido Kemal como presidente, pasan a convivir en Turquía dos gobiernos, el del Sultán Mehmed VI en Estambul, bajo control de los aliados, y en Ankara el de Mustafá Kemal, por cierto condenado a muerte en rebeldía por el primero.
Los eventos se precipitan: en enero de 1921 el parlamento nacionalista aprueba una nueva constitución y en marzo firma un tratado de amistad con la URSS por el que los soviéticos entregarán las provincias de Kars y Ardahan, tomadas a los otomanos en 1878. En octubre de 1921, tras la batalla de Aintab (hoy Gaziantep) y por el Tratado de Ankara, franceses e italianos abandonan sus posiciones, reconociendo de facto al gobierno de Ankara. En 1922, con la victoria de Dumlupinar y el Armisticio de Mudanya, son los griegos los que abandonan sus posiciones en el país.
El 29 de octubre se proclama la República Turca, la cual aprueba una nueva constitución que nombra a Kemal presidente del nuevo país y a İsmet İnönü primer ministro, y el 1 de noviembre deroga el Sultanato y obliga al Califa-Sultán Mehmet VI a abandonar el país, eligiendo siete días después un nuevo califa, Abdulmecid Efendi, Abdulmecid II, nombramiento en el que dos cuestiones merecen ser resaltadas: primero, que lo realiza la Asamblea Nacional, de la que en consecuencia, deriva su legitimidad, todo un hito en la historia del califato; segundo, que dicha elección ya no es a título de sultán, sino sólo de califa, lo que despoja a su titular de todo poder temporal y lo reduce a una figura de dimensión religiosa, en un proceso que, salvadas las distancias, -y esto es importante remarcarlo-, observa semejanzas con el ocurrido medio siglo antes con la Iglesia (pinche aquí si desea conocerlo).
Mediante el Tratado de Lausana de 1923, Mustafá Kemal renegocia la paz con los aliados y a partir de ese momento acomete una política de reformas de gran calado, dirigidas a secularizar Turquía, en la idea de que la secularización traería la occidentalización, y la occidentalización la modernización y el progreso del país. Destacan entre ellas la abolición de la shari‘a como fuente de ley; la prohibición del fez y el velo y la adopción de la vestimenta occidental; la implantación del calendario gregoriano; la aprobación de un nuevo código civil basado en el suizo que, amén de otras medidas, prohíbe la poligamia; la sustitución del alfabeto árabe por el latino; la utilización del turco como lengua religiosa en sustitución del árabe, incluso para la lectura del Corán; la concesión del derecho de elegir y de ser elegibles a las mujeres; y hasta la proclamación del domingo como día de descanso.
Pronto las autoridades laicas del país reparan en que el califato no es sino una rémora para las muchas reformas que Kemal desea acometer. La tensión entre la autoridad civil y la autoridad religiosa va en aumento, y el 22 de enero de 1924, Ataturk acusa a Efendi de “adoptar actitudes propias del Sultán” y de que su persona “pone en riesgo la existencia y la liberación de la República de Turquía”.
El 3 de marzo de 1924, cincuenta y tres diputados presentan ante la Gran Asamblea Nacional Turca la “Ley 431 de Abolición del Califato y exilio de la dinastía otomana de Turquía”. El ministro de justicia Seyyid Bey presenta los argumentos a favor, y el primer ministro İnönü cierra el debate con estas palabras: “el amor que se siente hacia Turquía en el mundo musulmán no deriva del hecho de que sea la sede del califato, sino de los servicios provistos al mundo musulmán”.
La ley es aprobada, derogando el califato y ordenando la deportación de los miembros de la dinastía califal “para toda la eternidad”, lo que afecta a la descendencia tanto de hombres como de mujeres de la dinastía. Simultáneamente, se suprime el ministerio de la Ley islámica y las Fundaciones y se unifica la educación en todo el país. El califato ha desaparecido para siempre, o por lo menos, hasta que en algún lugar del atribulado mundo islámico alguien lo reinstaure alguna vez. Por su parte, Abdulmecid Efendi, el último califa, que apenas lo ha sido poco más de un año y al que algún día dedicaremos unas líneas en esta columna, morirá en París el 23 de agosto de 1944.
Dicho todo lo cual no me queda sino despedirme una vez más no sin desearles como siempre que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
En esto, las fuerzas ocupantes permiten la elección de un nuevo parlamento nacional, pero éste, contrariamente a sus previsiones, queda bajo control de las fuerzas nacionalistas y hace propio el programa de Sivas, razón por la cual, en marzo de 1920 es disuelto y sus miembros detenidos por el Gobierno turco. Los parlamentarios que escapan se dirigen a Ankara, donde se celebra la Gran Asamblea Nacional con cien diputados provenientes de Constantinopla y otros ciento noventa de las provincias. Elegido Kemal como presidente, pasan a convivir en Turquía dos gobiernos, el del Sultán Mehmed VI en Estambul, bajo control de los aliados, y en Ankara el de Mustafá Kemal, por cierto condenado a muerte en rebeldía por el primero.
Los eventos se precipitan: en enero de 1921 el parlamento nacionalista aprueba una nueva constitución y en marzo firma un tratado de amistad con la URSS por el que los soviéticos entregarán las provincias de Kars y Ardahan, tomadas a los otomanos en 1878. En octubre de 1921, tras la batalla de Aintab (hoy Gaziantep) y por el Tratado de Ankara, franceses e italianos abandonan sus posiciones, reconociendo de facto al gobierno de Ankara. En 1922, con la victoria de Dumlupinar y el Armisticio de Mudanya, son los griegos los que abandonan sus posiciones en el país.
El 29 de octubre se proclama la República Turca, la cual aprueba una nueva constitución que nombra a Kemal presidente del nuevo país y a İsmet İnönü primer ministro, y el 1 de noviembre deroga el Sultanato y obliga al Califa-Sultán Mehmet VI a abandonar el país, eligiendo siete días después un nuevo califa, Abdulmecid Efendi, Abdulmecid II, nombramiento en el que dos cuestiones merecen ser resaltadas: primero, que lo realiza la Asamblea Nacional, de la que en consecuencia, deriva su legitimidad, todo un hito en la historia del califato; segundo, que dicha elección ya no es a título de sultán, sino sólo de califa, lo que despoja a su titular de todo poder temporal y lo reduce a una figura de dimensión religiosa, en un proceso que, salvadas las distancias, -y esto es importante remarcarlo-, observa semejanzas con el ocurrido medio siglo antes con la Iglesia (pinche aquí si desea conocerlo).
Mediante el Tratado de Lausana de 1923, Mustafá Kemal renegocia la paz con los aliados y a partir de ese momento acomete una política de reformas de gran calado, dirigidas a secularizar Turquía, en la idea de que la secularización traería la occidentalización, y la occidentalización la modernización y el progreso del país. Destacan entre ellas la abolición de la shari‘a como fuente de ley; la prohibición del fez y el velo y la adopción de la vestimenta occidental; la implantación del calendario gregoriano; la aprobación de un nuevo código civil basado en el suizo que, amén de otras medidas, prohíbe la poligamia; la sustitución del alfabeto árabe por el latino; la utilización del turco como lengua religiosa en sustitución del árabe, incluso para la lectura del Corán; la concesión del derecho de elegir y de ser elegibles a las mujeres; y hasta la proclamación del domingo como día de descanso.
Pronto las autoridades laicas del país reparan en que el califato no es sino una rémora para las muchas reformas que Kemal desea acometer. La tensión entre la autoridad civil y la autoridad religiosa va en aumento, y el 22 de enero de 1924, Ataturk acusa a Efendi de “adoptar actitudes propias del Sultán” y de que su persona “pone en riesgo la existencia y la liberación de la República de Turquía”.
El 3 de marzo de 1924, cincuenta y tres diputados presentan ante la Gran Asamblea Nacional Turca la “Ley 431 de Abolición del Califato y exilio de la dinastía otomana de Turquía”. El ministro de justicia Seyyid Bey presenta los argumentos a favor, y el primer ministro İnönü cierra el debate con estas palabras: “el amor que se siente hacia Turquía en el mundo musulmán no deriva del hecho de que sea la sede del califato, sino de los servicios provistos al mundo musulmán”.
La ley es aprobada, derogando el califato y ordenando la deportación de los miembros de la dinastía califal “para toda la eternidad”, lo que afecta a la descendencia tanto de hombres como de mujeres de la dinastía. Simultáneamente, se suprime el ministerio de la Ley islámica y las Fundaciones y se unifica la educación en todo el país. El califato ha desaparecido para siempre, o por lo menos, hasta que en algún lugar del atribulado mundo islámico alguien lo reinstaure alguna vez. Por su parte, Abdulmecid Efendi, el último califa, que apenas lo ha sido poco más de un año y al que algún día dedicaremos unas líneas en esta columna, morirá en París el 23 de agosto de 1944.
Dicho todo lo cual no me queda sino despedirme una vez más no sin desearles como siempre que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
Luis
Antequera
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