En este mundo, nuestra vida tiene dos vertientes,…, una que corresponde
a nuestro cuerpo material humano y otra que corresponde a nuestra alma que es
espíritu puro. Nuestros actos humanos dan origen a dos distintas clases de
conductas; una conducta puramente humana y una conducta espiritual. Ni que
decir tiene, que la conducta humana, atiende a las relaciones con nuestros
semejantes y nuestras relaciones o actitudes que tenemos, frente a los demás
seres vivientes, plantas y animales, que con nosotros ocupan este planeta y
actitudes frente a los elementos, materiales que forman parte de la materia de
la que está compuesto, este planeta llamado mundo.
Sin embargo, nuestra conducta espiritual, exclusivamente atiende a
nuestras relaciones con nuestro Creador, Se puede pensar y así ocurre no en
todo el mundo, que el gusto por la música y las bellas artes y nuestra conducta
frente a estos bienes inmateriales pueden formar parte de nuestra conducta
espiritual, pero ello no es así, en todo caso las bellas artes pueden
espiritualizar la conducta y los sentimientos de las personas, incluso se da el
caso de que ellas se tratan de emplear como sustituto de Dios. Pero todo ha
sido objeto de la creación divina, y no se puede colocar en un mismo plano lo
creado con su Creador.
Lo que ocurre es que aquellos que se emperran en tratar lo evidente, que
es la existencia de Dios, y tratan de borrar y ahogar en su alma, las improntas
de anhelo de Dios, que nuestro Creador pone en toda alma que crea. Puede ser
que la música y las bellas artes, que crean signos culturales, generen en las
almas de algunos, emociones y sentimientos, que pueden llegar a cercarles a
Dios, pero nunca sustituirlo, como pretenden las corrientes ateas y
agnósticas..
La vida interior de un alma o vida espiritual, desgraciadamente son
muchas las personas, que viven de espalda a ella. Con el avance del desarrollo
de la vida de la persona, esta va envejeciendo y su cuerpo que es mortal va
perdiendo brío y poco a poco se va derrumbado. Pero su alma que es inmortal
nunca envejece y va dominando las apetencias y deseos del cuerpo. que siempre
la ha tenido sojuzgada. En esta situación, por razón de las improntas divina,
de las que antes escribíamos, se aumenta en el ama humana el deseo de buscar a
su Creador, porque en definitiva, todo lo creado tiende a su Creador. Y es
entonces cuando en muchos casos se pone en funcionamiento su vida espiritual,
que es el establecer relaciones con su Creador. San Pío de Pieltrecina, resumía
lo escrito diciéndonos: “Nuestra alma es
como un campo de batalla donde Dios y el demonio no cesan de luchar, para
adquirirla. Es necesario abrir al Señor las puertas de nuestra alma para que se
la entreguemos y Él entre y tome posesión de ella”.
Pero marginando el desarrollo de nuestra vida espiritual, es de tener
presenten que nuestras almas están tan obligadas a desarrollar nuestra vida
espiritual, como nuestra vida humana. Esencialmente la parte más importante de
nuestra vida humana, está referida a nuestras relaciones y nuestra conducta
con, los demás es decir, con nuestro prójimo.
La base, la esencia del
cristianismo, es el amor a Dios, el que no ama a Dios no puede ser cristiano,
ni puede aspirar a que Dios lo tenga por hijo suyo, porque Dios es amor y como
escribe la carmelita Santa Teresa Benedicta de la Cruz: “Si vive en cada
uno de nosotros, tenemos que amarnos con amor fraternal. Por eso nosotros
nuestro amor al prójimo es la medida de nuestro amor a Dios”. Y Santa Teresa de Jesús, en esta línea de
pensamiento escribe también: “Porque es tan grande que Su
Majestad nos tiene, que en pago del que tenemos al prójimo hará que crezca el
que tenemos a Su Majestad por mil maneras”.
Por las razones antes
expuestas, el Señor no nos hace una recomendación sino que nos da un precepto
de obligado cumplimiento, “Un precepto nuevo os doy: que
os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así que también amaos
mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor
unos a otros”. (Jn 13,34-35). Y este precepto, nos lo da, con la con la
categoría de un cuasi primer mandamiento, cando nos dice: Amaras al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el más grande y
el primer mandamiento. El segundo, semejante a este, es: Amarás al prójimo como
a ti mismo. De estos dos preceptos penden toda la Ley y los Profetas”. (Mt 22,39).
A nosotros, a primera vista, el amor al prójimo nos echa para atrás. No
hay inconveniente en amar a Dios, al fin y al cabo nos promete mucho si le
amamos, y no nos ha hecho ningún mal. No hay problema, pero el prójimo es
harina de otro costal; al prójimo lo conocemos, lo vemos, lo palpamos, no nos
promete nada bueno, y para colmo hemos de amar al que nos ha hecho mal.
Frente a esta situación,
queremos cumplir, por amor a Dios, y esto, se nos hace cuesta arriba. A menudo
se nos repite que deberíamos hacer un esfuerzo para amar a los demás o para
vencer una antipatía, que instintivamente nos nace desde el mismo día en que
conocimos a una determinada persona y por eso hemos llegado a creer que el amor
al prójimo dependía de nuestra buena voluntad. Es cierto; que el amor fraterno
exige una actitud por nuestra parte, pero tiene que situarse en las
profundidades de nuestro corazón, allí donde está derramado el amor. Pasa con
el amor al prójimo, lo mismo que con la oración; mientras intentemos hacer que
nazca fuera, con el esfuerzo de la inteligencia o de la voluntad, fracasaremos
lamentablemente. Antes de amar a Dios y a los hermanos, hay que vivir la
realidad de que Dios me ama.
El amor al prójimo hay
que cimentarlo en nuestra mutua relación amorosa con Dios, el amor a los demás,
tiene que nacer de nuestro amor a Dios, y de saber que somos criaturas amadas
de Dios, y que cuanto más amemos a los demás, más nos amará Dios a nosotros.
Amar a nuestro prójimo “per se”, es
imposible, necesitamos la ayuda divina, acordando no de lo que el Señor nos
dijo: “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho
fruto, porque sin mí no podéis hacer nada”.
(Jn 15,5).
Tal vez podrá haber la ilusión de un primer momento, pero si se quiere
continuar sin apoyarse en el amor a Dios, el amor puramente humano no
persevera, siempre se marchita. Si el amor a los demás no lo fundamos en el
amor a Dios, este amor con el tiempo, se quebrará. Se puede alcanzar una
especie de caricatura de amor, que nunca será duradero, porque en algún
momento, al sentirnos traicionados se quebrará ese amor. Solo el amor, a Dios
nunca se quiebra, porque Él nunca nos traiciona. Él nos ama con amor infinito y
siendo nosotros criaturas limitadas, no somos capaces de aceptar y sobrellevar
todo el amor que Dios nos tiene; empleando un mal ejemplo, es como si
quisiéramos, meter el agua de todos los océanos de la tierra en un dedal.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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