jueves, 14 de agosto de 2014

VALOR DE NUESTRA VIDA HUMANA


En este mundo, nuestra vida tiene dos vertientes,…, una que corresponde a nuestro cuerpo material humano y otra que corresponde a nuestra alma que es espíritu puro. Nuestros actos humanos dan origen a dos distintas clases de conductas; una conducta puramente humana y una conducta espiritual. Ni que decir tiene, que la conducta humana, atiende a las relaciones con nuestros semejantes y nuestras relaciones o actitudes que tenemos, frente a los demás seres vivientes, plantas y animales, que con nosotros ocupan este planeta y actitudes frente a los elementos, materiales que forman parte de la materia de la que está compuesto, este planeta llamado mundo.

Sin embargo, nuestra conducta espiritual, exclusivamente atiende a nuestras relaciones con nuestro Creador, Se puede pensar y así ocurre no en todo el mundo, que el gusto por la música y las bellas artes y nuestra conducta frente a estos bienes inmateriales pueden formar parte de nuestra conducta espiritual, pero ello no es así, en todo caso las bellas artes pueden espiritualizar la conducta y los sentimientos de las personas, incluso se da el caso de que ellas se tratan de emplear como sustituto de Dios. Pero todo ha sido objeto de la creación divina, y no se puede colocar en un mismo plano lo creado con su Creador.

Lo que ocurre es que aquellos que se emperran en tratar lo evidente, que es la existencia de Dios, y tratan de borrar y ahogar en su alma, las improntas de anhelo de Dios, que nuestro Creador pone en toda alma que crea. Puede ser que la música y las bellas artes, que crean signos culturales, generen en las almas de algunos, emociones y sentimientos, que pueden llegar a cercarles a Dios, pero nunca sustituirlo, como pretenden las corrientes ateas y agnósticas..

La vida interior de un alma o vida espiritual, desgraciadamente son muchas las personas, que viven de espalda a ella. Con el avance del desarrollo de la vida de la persona, esta va envejeciendo y su cuerpo que es mortal va perdiendo brío y poco a poco se va derrumbado. Pero su alma que es inmortal nunca envejece y va dominando las apetencias y deseos del cuerpo. que siempre la ha tenido sojuzgada. En esta situación, por razón de las improntas divina, de las que antes escribíamos, se aumenta en el ama humana el deseo de buscar a su Creador, porque en definitiva, todo lo creado tiende a su Creador. Y es entonces cuando en muchos casos se pone en funcionamiento su vida espiritual, que es el establecer relaciones con su Creador. San Pío de Pieltrecina, resumía lo escrito diciéndonos: Nuestra alma es como un campo de batalla donde Dios y el demonio no cesan de luchar, para adquirirla. Es necesario abrir al Señor las puertas de nuestra alma para que se la entreguemos y Él entre y tome posesión de ella”.

Pero marginando el desarrollo de nuestra vida espiritual, es de tener presenten que nuestras almas están tan obligadas a desarrollar nuestra vida espiritual, como nuestra vida humana. Esencialmente la parte más importante de nuestra vida humana, está referida a nuestras relaciones y nuestra conducta con, los demás es decir, con nuestro prójimo.

            La base, la esencia del cristianismo, es el amor a Dios, el que no ama a Dios no puede ser cristiano, ni puede aspirar a que Dios lo tenga por hijo suyo, porque Dios es amor y como escribe la carmelita Santa Teresa Benedicta de la Cruz: “Si vive en cada uno de nosotros, tenemos que amarnos con amor fraternal. Por eso nosotros nuestro amor al prójimo es la medida de nuestro amor a Dios”. Y Santa Teresa de Jesús, en esta línea de pensamiento escribe también: “Porque es tan grande que Su Majestad nos tiene, que en pago del que tenemos al prójimo hará que crezca el que tenemos a Su Majestad por mil maneras”.

            Por las razones antes expuestas, el Señor no nos hace una recomendación sino que nos da un precepto de obligado cumplimiento, “Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así que también amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos a otros”. (Jn 13,34-35). Y este precepto, nos lo da, con la con la categoría de un cuasi primer mandamiento, cando nos dice: Amaras al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo, semejante a este, es: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos penden toda la Ley y los Profetas”. (Mt 22,39).

A nosotros, a primera vista, el amor al prójimo nos echa para atrás. No hay inconveniente en amar a Dios, al fin y al cabo nos promete mucho si le amamos, y no nos ha hecho ningún mal. No hay problema, pero el prójimo es harina de otro costal; al prójimo lo conocemos, lo vemos, lo palpamos, no nos promete nada bueno, y para colmo hemos de amar al que nos ha hecho mal.

            Frente a esta situación, queremos cumplir, por amor a Dios, y esto, se nos hace cuesta arriba. A menudo se nos repite que deberíamos hacer un esfuerzo para amar a los demás o para vencer una antipatía, que instintivamente nos nace desde el mismo día en que conocimos a una determinada persona y por eso hemos llegado a creer que el amor al prójimo dependía de nuestra buena voluntad. Es cierto; que el amor fraterno exige una actitud por nuestra parte, pero tiene que situarse en las profundidades de nuestro corazón, allí donde está derramado el amor. Pasa con el amor al prójimo, lo mismo que con la oración; mientras intentemos hacer que nazca fuera, con el esfuerzo de la inteligencia o de la voluntad, fracasaremos lamentablemente. Antes de amar a Dios y a los hermanos, hay que vivir la realidad de que Dios me ama.

            El amor al prójimo hay que cimentarlo en nuestra mutua relación amorosa con Dios, el amor a los demás, tiene que nacer de nuestro amor a Dios, y de saber que somos criaturas amadas de Dios, y que cuanto más amemos a los demás, más nos amará Dios a nosotros. Amar a nuestro prójimo “per se”, es imposible, necesitamos la ayuda divina, acordando no de lo que el Señor nos dijo: “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada”. (Jn 15,5).

Tal vez podrá haber la ilusión de un primer momento, pero si se quiere continuar sin apoyarse en el amor a Dios, el amor puramente humano no persevera, siempre se marchita. Si el amor a los demás no lo fundamos en el amor a Dios, este amor con el tiempo, se quebrará. Se puede alcanzar una especie de caricatura de amor, que nunca será duradero, porque en algún momento, al sentirnos traicionados se quebrará ese amor. Solo el amor, a Dios nunca se quiebra, porque Él nunca nos traiciona. Él nos ama con amor infinito y siendo nosotros criaturas limitadas, no somos capaces de aceptar y sobrellevar todo el amor que Dios nos tiene; empleando un mal ejemplo, es como si quisiéramos, meter el agua de todos los océanos de la tierra en un dedal.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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