No soy
especialista en nada, debo reconocerlo. Pero tal vez la experiencia que me han
dado 19 años de ejercicio del ministerio sacerdotal me permiten hablar acerca
de vivencias que como confesor, espectador y educador me ha tocado sortear. Una
de esas experiencias es la del llamado “matoneo” estudiantil o bullying, que no
es otra cosa que la agresión física o moral que ejerce un niño o joven
estudiante contra un compañero de colegio; lo que llamamos comúnmente “montársela”
a alguien y que desemboca muchas veces en la deserción escolar e incluso, más
grave aún, en el suicidio de muchos de estos chicos que no soportan la burla,
la agresión y el acoso de sus compañeros.
Normalmente este tipo de situaciones son calladas por las víctimas, pues no quieren involucrar a sus padres o maestros en una situación que ellos consideran deben solucionar por sí mismos. Pero el tiempo les muestra que en vez de amainar el acoso este se incrementa hasta hacer invivible la experiencia escolar.
No conozco la solución a un problema que ya de por sí tiene muchos estudiosos, entre ellos psicólogos y educadores. Pero quiero hacer un pequeño aporte reflexivo para que, desde la casa, seamos gestores de ambientes de conciliación y respeto. Considero pertinente escuchar no solo al agredido sino también al agresor, involucrando a los padres de todos para que comprendan que se encuentran ante un problema sumamente serio que amerita una reflexión serena por parte de cada uno de los protagonistas.
Particularmente considero que detrás del matoneo existe una persona que no ha sido educada en los valores del respeto y de la tolerancia o que a su vez ha sido maltratada, burlada e irrespetada en su propia casa. El hecho de no inculcársenos cierto tipo de valores desde que somos niños nos lleva a considerar las diferencias como una agresión a la propia individualidad; tomamos como una amenaza a todo aquello que se vea distinto a nosotros y por eso lo volvemos objeto de burla y de acoso. El ser agredidos por miembros de nuestra propia casa hace que se vaya acumulando en el corazón cierto tipo de sentimientos que necesitan dejarse aflorar de alguna manera, sobre todo con terceras personas con quienes compartimos espacios de nuestro diario vivir. Aquí entra en juego algo por lo que abogamos permanentemente como es el respeto y la tolerancia. Generalmente las personas cuando hablan de tolerancia siempre piensan en sí mismas pero poco piensan en los demás, acostumbramos a defender la tolerancia cuando se trata de ser uno mismo tolerado y respetado en nuestra individualidad, pero no miramos con el mismo rasero las diferencias de nuestros semejantes.
Los padres de familia de los “matones” no pueden tomar este tipo de conductas como un simple juego de niños pues la vivencia diaria nos demuestra todas las consecuencias que traen para los jóvenes estas conductas agresivas e irrespetuosas. Si bien es cierto que los adultos tenemos parámetros de evaluación distintos a los menores de edad, pues cada problema tiene el tamaño de la edad del emproblemado (si un niño de 7 años llama problema a algo, no lo descalifique diciendo que eso es una tontería. Para Ud. puede que no sea un problema pero para él sí lo es), también es cierto que hay que tomar con absoluta seriedad una situación en la que su hijo puede ser víctima o victimario. Hoy no es solo necesario educar al agredido para que aprenda a defenderse sino también al agresor para que comprenda la dimensión destructora de su conducta.
Frente al agredido hay que ayudarle a crecer en su auto estima y ante el agresor hay que reforzarle valores esenciales para la convivencia humana como el respeto por el otro.
No hay que esperar a que los hijos crezcan o se presenten este tipo de situaciones para empezar a tratarlos. Desde que son pequeños y permeables para absorber todo tipo de valores debe enseñárseles lo importante de respetar las diferencias DE CUALQUIER CLASE. En ese respeto es donde la tolerancia hace su aparición no como un mero ideal sino como una conducta que nos permitirá tratar a todos con la delicadeza de ser un semejante. Independientemente que la familia sea cristiana o no, el respeto debe ser la base que fundamente toda relación humana. Allí donde no haya amor, que por lo menos exista el respeto, sin que ese respeto dependa de los gustos, filiaciones u orientaciones de la otra persona. Se le respeta por lo que es y punto y no por lo que le atrae.
Juan Ávila Estrada. Pbro.
Normalmente este tipo de situaciones son calladas por las víctimas, pues no quieren involucrar a sus padres o maestros en una situación que ellos consideran deben solucionar por sí mismos. Pero el tiempo les muestra que en vez de amainar el acoso este se incrementa hasta hacer invivible la experiencia escolar.
No conozco la solución a un problema que ya de por sí tiene muchos estudiosos, entre ellos psicólogos y educadores. Pero quiero hacer un pequeño aporte reflexivo para que, desde la casa, seamos gestores de ambientes de conciliación y respeto. Considero pertinente escuchar no solo al agredido sino también al agresor, involucrando a los padres de todos para que comprendan que se encuentran ante un problema sumamente serio que amerita una reflexión serena por parte de cada uno de los protagonistas.
Particularmente considero que detrás del matoneo existe una persona que no ha sido educada en los valores del respeto y de la tolerancia o que a su vez ha sido maltratada, burlada e irrespetada en su propia casa. El hecho de no inculcársenos cierto tipo de valores desde que somos niños nos lleva a considerar las diferencias como una agresión a la propia individualidad; tomamos como una amenaza a todo aquello que se vea distinto a nosotros y por eso lo volvemos objeto de burla y de acoso. El ser agredidos por miembros de nuestra propia casa hace que se vaya acumulando en el corazón cierto tipo de sentimientos que necesitan dejarse aflorar de alguna manera, sobre todo con terceras personas con quienes compartimos espacios de nuestro diario vivir. Aquí entra en juego algo por lo que abogamos permanentemente como es el respeto y la tolerancia. Generalmente las personas cuando hablan de tolerancia siempre piensan en sí mismas pero poco piensan en los demás, acostumbramos a defender la tolerancia cuando se trata de ser uno mismo tolerado y respetado en nuestra individualidad, pero no miramos con el mismo rasero las diferencias de nuestros semejantes.
Los padres de familia de los “matones” no pueden tomar este tipo de conductas como un simple juego de niños pues la vivencia diaria nos demuestra todas las consecuencias que traen para los jóvenes estas conductas agresivas e irrespetuosas. Si bien es cierto que los adultos tenemos parámetros de evaluación distintos a los menores de edad, pues cada problema tiene el tamaño de la edad del emproblemado (si un niño de 7 años llama problema a algo, no lo descalifique diciendo que eso es una tontería. Para Ud. puede que no sea un problema pero para él sí lo es), también es cierto que hay que tomar con absoluta seriedad una situación en la que su hijo puede ser víctima o victimario. Hoy no es solo necesario educar al agredido para que aprenda a defenderse sino también al agresor para que comprenda la dimensión destructora de su conducta.
Frente al agredido hay que ayudarle a crecer en su auto estima y ante el agresor hay que reforzarle valores esenciales para la convivencia humana como el respeto por el otro.
No hay que esperar a que los hijos crezcan o se presenten este tipo de situaciones para empezar a tratarlos. Desde que son pequeños y permeables para absorber todo tipo de valores debe enseñárseles lo importante de respetar las diferencias DE CUALQUIER CLASE. En ese respeto es donde la tolerancia hace su aparición no como un mero ideal sino como una conducta que nos permitirá tratar a todos con la delicadeza de ser un semejante. Independientemente que la familia sea cristiana o no, el respeto debe ser la base que fundamente toda relación humana. Allí donde no haya amor, que por lo menos exista el respeto, sin que ese respeto dependa de los gustos, filiaciones u orientaciones de la otra persona. Se le respeta por lo que es y punto y no por lo que le atrae.
Juan Ávila Estrada. Pbro.
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