lunes, 4 de junio de 2012

MUERTE Y FE


Hasta la misma palabra impone respeto…, porque me he pensado si la incluía o no, en el titulo de esta glosa. Pero las cosas son como Dios permite o quiere que sean y no como nosotros queremos que sean a base de tratar de transformarlas con eufemismos. Por inteligente que pueda ser el eufemismo que se emplee, la muerte es la muerte y tenemos que coger el toro por cuernos; porque generalmente en esta vida pasa que cuando cogemos el toro por los cuernos anulamos su fuerza y nuestro valor siempre obtiene su recompensa. Es el mismo hombre el que ha creado el terror a la muerte, porque en su mente no existe nada a la que le oponga tanta resistencia, habiéndola convertido en el enemigo de la humanidad. Tal es el deseo de escapar de esta realidad, que hay que reconocerle a este deseo, una parte positiva pues ha impulsado grandes avances en la medicina, pero se avance lo que se avance la realidad es que al final está la muerte esperándonos, para pocos con carácter gozoso, para la mayoría con temor a su llegada.

            Desde luego, que si hay algo en esta vida a lo que una persona, cualesquiera que esta sea, le tenga miedo, es a la muerte. Y como escribe el periodista católico italiano Vittorio Messori: “Los hombres, no habiendo podido curarse de la muerte, han decidido, para tranquilizarse, no pensar en ella”, y continua escribiendo: “Es cuestión de todos, darnos cuenta de una realidad: la de que negar, esconder, declarar obscena a la muerte y cuanto la recuerda, constituye un auténtico flagelo social”. Hasta tal punto llega este temor, que incluso entre personas que se confiesan creyentes y católicos, llegan a aceptar teorías orientales que carecen de fundamento y jamás han sido aceptadas no ya por cristianos, sino tampoco por hebreos o musulmanes, cual es el tema de la rencarnación, por que esta teoría le hace pensar al que la acepta, que va volver a esta vida metido en otro cuerpo humano o animal convertido en un cerdo o una hormiga. ¡Vaya Vd. a saber! Con tal de no morir, se acepta la rencarnación o lo que sea.

A este respecto Henry Nouwen escribe: “Preferimos quedarnos donde estamos, sabemos lo que tenemos, no sabemos lo que vamos a conseguir. Ni las imágenes más atractivas de la vida después de la muerte pueden quitarnos el miedo a morir. Nos aferramos a la vida, aun cuando nuestras relaciones sean dificultosas, nuestras circunstancias económicas duras y nuestra salud pobre. Sin embargo Jesús vino para quitarle el aguijón a la muerte y para ayudarnos, de manera gradual, aprender que no debemos de temer a la muerte, pues la muerte nos lleva al lugar, donde los más profundos deseos de nuestros corazones, serán satisfechos”. Y así Thomas Merton escribe diciendo: “¿Por qué voy a angustiarme por la pérdida de una vida corporal que inevitablemente tengo que perder, mientras poseo una vida y una identidad espiritual que no se pueden perder en contra de mi deseo?”.

Pero aquí, en este tema de la muerte caben muchas matizaciones, que vamos a tratar de poner en claro. La primera de estas matizaciones, tiene por fundamento la disparidad humana. Nadie es igual a otro u a otra, ni en cuerpo, pero esencialmente a estos efectos, ni en alma. No existen dos almas iguales, porque la disparidad sea humana o angelical, es una expresión de la omnisciencia y omnipotencia del Señor, nuestro Creador. Desde nuestro nacimiento, ya somos dispares en nuestras almas, pero es que a lo largo de nuestras vidas, todos nos hemos encargado de acentuar aún más y más estas diferencias de nuestras almas, porque los hay que se han pasado la vida dando la espalda a las necesidades de su alma, y negándole toda clase de alimento espiritual, y en el polo opuesto nos encontramos con personas que desde su uso de razón, no han vivido nada más, que por y para el amor a Dios. Lo normal es encontrar personas situadas en el término medio de este abanico de situaciones, con los dos polos extremos que hemos señalado.

            Y es así, como llegamos a la segunda matización a considerar aquí, porque el grado de desarrollo espiritual del alma de cada uno de nosotros, nos da el dato del grado de amor y subsiguientemente relación íntima, que tengamos con el Señor. Y partiendo de este dato, si tenemos en cuenta el principio de que las tres virtudes fundamentales; la fe, la esperanza y la caridad, crecen y decrecen al unísono, veremos que la fortaleza de nuestra fe, será tanto mayor o menor como de grande o pequeño sea nuestro amor al Señor. Y esta fortaleza, pequeña o grande de nuestra fe, es un elemento esencial para saber cuán grande es el temor a la muerte que tiene la persona de que se trate.

La conducta del hombre está siempre determinada por su escala de valores. Y en su escala de valores, desgraciadamente en general, el hombre considera fundamental su cuerpo y accesoria su alma. En consecuencia, mas se ocupa de desarrollar y cuidar su cuerpo, antes que su alma; alimentar su cuerpo antes que su alma; desarrollar su cuerpo antes que su alma; actuar en función de lo que su cuerpo le pide sin atender a su alma. Su cuerpo morirá y se pudrirá, sin perjuicio de la futura resurrección de la carne donde si se salva adquirirá un cuerpo glorioso, pero su alma es inmortal, jamás morirá. De aquí el temor a la muerte, de aquel que solo se ha preocupado en esta vida de su cuerpo. Cuanto mayor cuidado hayamos dado en vida a nuestra alma, menos temor tendremos a la muerte. El amor a Dios reduce el temor a la muerte. San Agustín recomendaba en el Sermón 161 que: “Si tienes miedo a la muerte, ama la vida. Tu vida es Dios, tu vida es Cristo, ti vida es el Espíritu Santo. Le desagradas obrando mal”. Y le desagradas, porque Él no habita en templos ruinosos, no entra en templos sucios y difícilmente puedes amar a Cristo si tienes el templo de tu ser, desmantelado en ruinas y pleno de suciedad.

Lo ideal para todos nosotros sería que muriésemos por amor al Señor, pero no es corriente esta clase de muerte. San Francisco de Sales, explica que: “Parece que la muerte de amor para el creyente, habría de ser algo más que deleitosa: tendría que ser normal. ¿Por qué sin embargo, el cristiano no muere de amor, de ansias por reunirse con el Amado? San Francisco de Sales enumera los cuatro motivos que hacen que un pedazo de hierro no sea atraído por un imán: o por que se interpuso un diamante, o porque el hierro está engrasado, o porque pesa excesivamente, o porque se halla demasiado lejos. Es decir: o porque el alma está apegada a las riquezas, o porque está sumida en placeres sensuales, o porque el amor propio que es muy pesado lastre, o simplemente a causa de esa distancia que todo pecado introduce entre Dios y el alma”.

La falta de seguridad en lo que nos espera, es lo que alimenta el temor a la muerte. Pero si pensamos en lo que nos espera Santa Teresa de Lisieux decía: “Pero como voy a tener miedo de encontrarme con Cristo que es a quien más amo yo”. Si habitualmente vivimos en gracia y amistad con el Señor, tratemos de descartar este miedo o temor, al que tanto jugo le saca el demonio, y tengamos siempre muy presente que todos disponemos de gracias más que suficientes, para hacer frente al temor a la muerte y a la misma muerte.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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