Una niña
pequeña estaba muy nerviosa ante la perspectiva de montar a caballo por primera
vez, aun cuando iba a montar detrás de su abuelo, que era un excelente jinete.
Cuando sus padres la ayudaban a montarse en el caballo, ella gritó: ¿Qué hago
ahora? ¡Yo no sé montar a caballo! ¡Nunca lo he hecho antes! ¿Qué hago?.
Su abuelo le
respondió con un tono reconfortante: No te preocupes del caballo, ni de cómo montarlo.
Solo agárrate de mí, mi amor, solo agárrate de mí.
¡Qué gran
consejo para nosotros hoy! Pensamos que nuestro día va a ser lento, pesado y
aburrido, pero resulta en un día bien movido y agitado. En esos días es cuando
necesitamos aferrarnos a nuestra fe en el Señor y permanecer en la montura.
Una de las
formas más importantes en las que nos aferramos al Señor es mediante la
constante comunicación con Él en un flujo continuo de oración y alabanza.
Podemos orar en cualquier lugar y momento. Incluso un pensamiento de oración
nos lleva a centrar nuestra voluntad y atención en el Señor y a depositar toda
nuestra confianza en Él. Solo cuando perdemos el contacto con el Señor caemos
en el peligro del pánico, la frustración, el frenesí y el fracaso que traen
consigo.
El Señor
conoce el final del camino desde el comienzo de cada día y sabe cuanto va a
durar la presente agitación en tu vida. Sobre todo, Él sabe cómo guiarte con
seguridad a través de cada desenfrenada cabalgata, conservándote en su divina
paz durante todo el camino.
Harriet
Beecher Stowe nos da el siguiente consejo:
Cuando te
encuentres metido en situaciones difíciles y todo parezca estar en tu contra,
al punto de que sientes que ya no va a poder aguantar ni un minuto más, nunca
te rindas entonces, pues ese es solo el lugar y el momento en que cambiará la
marea.
Recuerda
siempre que nunca montas solo en las bestias de la vida. El Señor está contigo
y sostiene las riendas con firmeza en su mano. ¡Solo agárrate!
Todo lo que
Dios nos llama a hacer, también hace posible que lo logremos. Anónimo.
Salmo 16:1
Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado.
Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado.
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