Dedicamos nuestro anterior artículo al vidrioso y actualísimo tema de la homosexualidad, a raíz de una pregunta formulada por una visitante de nuestra página, y de la polémica promovida por
algunos a raíz de la Homilía de Mons. Reig Pla el Viernes Santo en la catedral de Alcalá. No pretendíamos agotar el tema con las ideas que apuntamos en el post anterior, como tampoco lo pretendemos ahora, pero cumplimos nuestra palabra avanzando un poco más en el comentario, y tratando de dar respuesta a las cuestiones más candentes.
Decíamos en el capítulo anterior que nuestro experto consultado, Gerar J.M. van den Aardweg, holandés, Doctor en Psicología por la Universidad de Ámsterdam, afirma rotundamente que la imagen de la pareja de homosexuales felices, como espejo del matrimonio, es una mentira con fines propagandísticos. Entre ellos no son excepción la infidelidad, los celos, la soledad y las depresiones. Y niega rotundamente que la homosexualidad sea una condición, un modo de vivir la vida, como nos quieren hacer ver. La homosexualidad es una anormalidad de la naturaleza humana, con la que se nace o se adquiere por las circunstancias que rodean al individuo. Aquí
no se trata de acusar o condenar a nadie, y menos al que ha nacido con una tendencia contraria a su sexo. Respetamos profundamente a las personas, pero no podemos desde la ética y la moral dar por buena cualquier aberración sexual que se cometa desde la homosexualidad o desde la heterosexualidad. El hombre tiene una dignidad de acuerdo con la cual ha de vivir, sea como sea su naturaleza o su estado de vida. La castidad no es una virtud para gente rara, poco motivada,
o amorfa. No se trata de calificar de trasnochado espiritualista al que quiere vivir la decencia y la limpieza moral de su dimensión sexual en relación consigo mismo y con los demás. Lo mismo que hay que usar rectamente cualquier resorte humano para no degradar nuestro nivel de dignidad, en el terreno afectivo y en el ejercicio de la sexualidad hay que obrar con los mismos
principios que exige nuestra categoría dentro de la maravillosa gama de seres que pueblan la tierra.
En el artículo anterior dejamos planteadas estas cuestiones: ¿Puede un homosexual vivir la castidad? ¿Es moralmente aceptable la legalización de las parejas de homosexuales con
posibilidad, incluso, de adoptar niños? Trataremos de dar una respuesta lo más fiel posible a los principios generales y específicos de una ética y una moral basada en los valores humanos y en los principios evangélicos.
Sí, es posible vivir la castidad desde esta situación anómala, como lo es posible en cualquier otra situación.
El homosexual necesita ayuda. En América existen grupos de homosexuales cristianos que se ayudan mutuamente a no practicar su homosexualidad. En este sentido hay buenas experiencias que fomentan la esperanza. El Padre John Harvey, como nos dice la revista PALABRA en su número 442-443, fundó la asociación Courage, buscando vivir conforme a la doctrina de la Iglesia. Ya lleva muchos años trabajando en este campo con muy buenos resultados. Como la
homosexualidad es un problema a la vez psíquico y moral, cualquier ayuda espiritual supone un apoyo magnífico al esfuerzo que hay que hacer para superar las tentaciones.
El homosexual tiene que empezar por desear la castidad, viéndola como un ideal posible y ventajoso. Hoy no se habla de castidad generalmente en los proyectos educativos. Lo que se ofrece son remedios para evitar las consecuencias no deseadas de una vida impura. Entre
ellas el sida y el aborto.
Desean vivir la castidad sobre todo los homosexuales y lesbianas con inquietudes religiosas. Para ello lo que hacen es evitar los contactos y los lugares que ofrecen peligro en las relaciones.
Luchando contra la masturbación, dominando la imaginación, evitando la curiosidad erótica y pornográfica. Procurando buscar ayuda, ocupaciones sanas, y buenas compañías.
Desde la orientación espiritual, un sacerdote puede hacer mucho bien ayudando y estimulando a vivir las virtudes que hacen al hombre honesto, limpio, claro, alegre, sano... Hay que evitar la
dependencia de ciertas costumbres sexuales que se llegan a convertir como una droga para el que las practica. Hay que acudir a Dios seriamente, y pedirle ayuda en la oración, y comprender que hay ideales maravillosos que exigen toda una vida de esfuerzo y entrega. Esto supone elevar la mirada y contemplar la grandeza de la lucha por alcanzar a veces metas heroicas. Hay que oír
atentamente la conciencia, a través de la cual nos habla Dios. Acudir a la confesión y dirección espiritual con toda naturalidad, solicitando perdón, consejo y ayuda. Hay que abrirse, y salir de la soledad interior y del aislamiento social.
Los homosexuales lo que realmente necesitan es aprender a amar. Hay que defenderse del egoísmo, buscando el bien auténtico y radical del otro. Es necesaria la sinceridad, la fortaleza, la
audacia para plantearse el porqué de mi vida, y el para qué vivo. ¡Cuantas cosas podemos hacer, superando los complejos y las limitaciones que nos aíslan!
El homosexual, hombre o mujer, no es un ser condenado a nada, sino llamado a vivir la vida aceptándose como es, y tratando de ser útil y feliz haciendo el bien.
En cuanto a la conveniencia o no de la adopción de niños por parte de parejas homosexuales, la verdadera psicología y el sentido común nos dicen que es una aberración. Un niño necesita para su normal formación y educación el equilibrio y la complementariedad de ambos sexos. Un niño criado entre homosexuales terminará normalmente siendo homosexual. No es natural esta práctica que hoy se está exigiendo a los legisladores. La misma naturaleza nos los dice con sus leyes: un niño nace de un padre y una madre, y debe educarse en un ambiente heterosexual para su perfecta formación psicológica. Los homosexuales pueden ser buenísimas personas, incluso vivir la castidad entre ellos, pero adoptar un niño como hijo no está de acuerdo con la naturaleza. Ese niño algún día tiene que darse cuenta que aquellos, o aquellas, no han podido ser sus padres, y los hábitos de vida que se vive en ese tipo de parejas no son los más adecuados para hacer de un niño o una niña un hombre o una mujer normal. Hay que pensar con la cabeza, y dejar que el hombre siga siendo lo que es: un ser racional que sabe, o debe saber, lo que ha de hacer para no perder la dignidad y la identidad.
Ya sé que muchos no están de acuerdo con este modo de pensar que aquí expongo. Pero digo lo que pienso, fundamentado en la naturaleza, el sentido común, y las ciencias de la psicología. El que opine de otra manera está en su derecho, pero que lo fundamente con seriedad.
Juan García Inza
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