No nos engañemos. No nos creamos,
que porque hemos inventado cuatro cachivaches, bien para hacernos la vida más
agradable, o bien para matarnos unos a otros con mayor eficacia y rapidez,
somos muy listos. Dios creador absoluto de todo lo visible y lo invisible es el
único generador de sabiduría, Él es el omnisciente absoluto, e ilimitado Ser
superior, que todo lo sabe y lo domina. Y lo que el hombre en su absurda
soberbia cree que es obra de su sabiduría, ella misma no es capaz de hacerle
ver y comprender, que lo suyo, solo es un reflejo de lo divino, que Dios por
amor y bondad, le ha proporcionado.
Toda la sabiduría reside en el
Señor: “Pero con Dios están la sabiduría y el poder, a él pertenecen el consejo
y la inteligencia.”. (Job 12,13). Y del Señor emana toda la
sabiduría: “Toda sabiduría viene de Dios y con Él estará para siempre”.
(Ecles 1,1). Solo Dios conoce la verdad total, profunda y absoluta de todo, ya
se trate de cosas, misterios o acontecimientos, porque Él y solo Él, es el
Creador de todo lo que vemos y de lo que nuestros ojos no ven. Nosotros
poseemos una inteligencia que es imagen de la suya, pero solo muy parcialmente
imagen de la suya. Solo con humildad el hombre puede aumentar el tamaño de su
inteligencia. La soberbia siempre le llevará al error. San Pablo nos dice: “¡Nadie
se engañe! Si alguno entre vosotros se cree sabio según este mundo, hágase
necio, para llegar a ser sabio; pues la sabiduría de este mundo es necedad a
los ojos de Dios. En efecto, dice la Escritura: El que prende a los sabios en
su propia astucia. Y también: El Señor conoce cuán vanos son los pensamientos
de los sabios. Así que, no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es
vuestro: ya sea Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente,
el futuro, todo es vuestro; y vosotros, de Cristo y Cristo de Dios, mostréis
suficiencia; si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga
necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante
Dios”. (1Co 3,18-23).
San Juan de la Cruz en su libro “Subida al Monte Carmelo”, nos explica
que: “Solo empiezan a tener sabiduría de
Dios, quienes dan de mano a su saber, como si fuesen niños ignorantes, y sirven
a Dios con amor”. El Señor, otorga conocimiento al niño ignorante, al que
es humilde. Así en San Mateo podemos leer: “Por aquel tiempo tomo Jesús la palabra y
dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste
estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos. Si,
Padre, porque así te plugo. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie
conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a
quien el Hijo quisiere revelárselo”. (Mt 11,25-27). En el Kempis se
ratifica este principio, de que solo el humilde está capacitado para adquirir
sabiduría, y así nos dice: “Cuanto más se
concentre uno en si mismo y más simple sea en su interior, tanto más y mayores
cosas entenderá sin dificultad, porque recibe de lo alto la luz de la inteligencia”
y añade Tomás Hemerken de Kempis: “Media
una gran diferencia, entre la sabiduría del varón espiritual que ha sido
iluminado por Dios, y la ciencia del clérigo, que es la del literato estudioso.
Es mucho más noble la sabiduría que dimana de lo alto, o sea, de la influencia
divina, que la ciencia adquirida laboriosamente por el ingenio humano”.
Dios nos hace partícipes de su
sabiduría. Él nos la da, como un don gratuito. “El Señor mismo la creó, la vio
y la contó, y la derramó sobre todas sus obras, sobre toda la humanidad”
(Eclo 1,9-10). Pero el hombre nunca puede aspirar a llegar a tener la totalidad
de la sabiduría divina, sino solo una parte, porque Él es la infinita
Sabiduría: no lo sería si pudiésemos comprenderle totalmente con nuestras
limitadas mentes humanas, por ello y para adquirir parcialmente la sabiduría
divina, además de ser humilde necesitamos otro requisito, cual es el de poseer
el Santo temor de Dios. Porque tal
como podemos leer en el Libro de los proverbios: “El temor del
Señor es, el comienzo de
la sabiduría, los necios desprecian la sabiduría y
la instrucción”. (Prov 1,7). Y en el
Eclesiástico, se nos dice: “La raíz de la sabiduría es el temor del
Señor y sus ramas son una larga vida. El temor del Señor aleja los pecados: el que
persevera en él aparta la ira divina”. (Eclo 1,20-21).
San Ambrosio, en sus Comentarios sobre los salmos, nos dice: “No todos pueden percibir la Sabiduría
divina en su perfección, como Salomón o Daniel; a todos sin embargo se les
infunde según su capacidad, el espíritu de Sabiduría, con tal de que tengan fe.
Si crees posees el espíritu de sabiduría”. En el desarrollo de la vida
espiritual de una persona, es espíritu de sabiduría y por ende su capacidad de
discernimiento, sobre todo en temas directamente relacionados con el amor a
Dios. Es un aumento en proporción, a la calidad del amor de esta alma, al
Señor. Así Royo Marín, nos habla de almas tan entregadas al amor divino, que:
“Todo lo ven a través de Dios y todo lo juzga por razones divinas, con sentido
de eternidad, como si hubieran ya traspasado las fronteras del más allá. Han
perdido por completo el instinto de los humano y se mueven únicamente por
cierto instinto sobrenatural y divino…. Todo lo ven desde las alturas, desde el
punto de vista de Dios”. ¡Quién alcanzara esa situación!
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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