Un año nuevo llama a las puertas de la humanidad.
Llega puntual a la cita del tiempo, flamante en nuestras agendas, con sus páginas en blanco para ser rellenadas cada jornada con lo mejor de nosotros mismos, con nuestras palabras más hermosas, con nuestros gestos más eficaces. "¡Año nuevo, lucha nueva!", proclamaba san Josemaría, invitándonos a plantear nuestra vida con ilusión y esfuerzo. En el pórtico del 2010, colocamos este decálogo de deseos ardientes y esperanzados:
1. Que prolonguemos el espíritu de la Navidad todos los días, descubriendo a Cristo vivo en la Eucaristía, compartiendo tristezas y alegrías, queriendo a los que nadie quiere, haciendo el bien aunque nunca nos lo agradezcan.
2. Que el testimonio defina nuestra coherencia cristiana como primera exigencia de la fe, mostrando a los demás con nuestras obras que Cristo vive.
3. Que nos comprometamos en la construcción de un mundo más justo, humano y habitable, que no se cierra en sí mismo, sino que se abre a Dios. (Juan Pablo II). Hablar es fácil construir ya es más difícil. Exige esfuerzo, constancia, dedicación, generosidad, entrega. Y enormes toneladas de comprensión.
4. Que la Iglesia sea espacio de diálogo y oración para todos los pueblos, como pidió Benedicto XVI, en su discurso a la Curia romana, con motivo de la Navidad.
5. Que contemplemos a María, la creyente siempre fiel, como Madre, Maestra y Modelo de creyentes. María nos ofrece siempre su regazo para la acogida, para el aliento, para la sonrisa, para la caricia. María nos espera siempre.
6. Que frente a la cultura de la muerte que nos invade, alentemos y defendamos la cultura de la vida: acogiéndola, alentándola, defendiéndola.
7. Que caminemos siempre sin detenernos porque la vida en Jesús es siempre caminar: en el dolor del tropiezo, en el sufrimiento de la caída, en la aflicción del pecado. Pero también caminar en la alegría del retorno, en la dicha del arrepentimiento, en la felicidad del reencuentro.
8. Que en los momentos difíciles repitamos: "No estoy solo, Dios está conmigo".
9. Que el Año Nuevo sea para todos los pueblos, un año de amor, de verdad, de justicia, de libertad y de paz, pilares de una humanidad nueva, en palabras de Juan XXIII (Pacem in terris). Víctor Hugo decía que, en la vida, "es fácil ser bueno, lo difícil es ser justo". Cierto. La bondad está al alcance del corazón. La justicia, en cambio, exige una enorme valentía. Y acaso la buena gente sea mucho más sensible a la justicia-injusticia, que a la bondad.
10. Que dediquemos tiempo al Señor del tiempo, porque sería la inversión más rentable, ya que permite a Dios actuar en nosotros. Una mirada al menos, un recuerdo instantáneo, una plegaria sencilla y tierna. Un minuto para Dios, cada jornada. Será el minuto de oro que enriquecerá nuestras vidas.
Cada uno de nosotros podrá formular sus propios deseos, ojalá, rebosantes de bien.
Antonio Gil
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