ECLESALIA, 28/12/09.- Hace unos años cayó en mis manos un libro de Zigmunt Bauman titulado “Amor líquido”; la obra viene con un subtítulo de los que descorazonan, reza así: “Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos”. Bauman defiende que la moneda de cambio más poderosa del fenómeno de la globalización es la frenética dinámica de consumo y que la sociedad de mercado se ha encargado de transportarlo al mundo de nuestros vínculos personales, hasta el punto de degenerarlos al tratar al otro, ya sea amante o prójimo, como una mercancía más de la que te puedes desprender, desechar o desconectar con cierta facilidad.
Este análisis que se ofrece sobre el amor me deja inquieto e insatisfecho, sobre todo en estos días de Navidad donde tanto nos empeñamos en transmitir mensajes de paz y felicidad, no solamente a nuestros seres queridos, sino a todos nuestros semejantes. Convencido estoy de que celebrar el nacimiento de Jesús no es un mero recordar, sino que vienen en nuestro auxilio los efectos salvíficos de su primera venida: nuestro corazón se esponja, nos abandonamos a la esperanza y con María queremos que su Hijo entre en cada uno de nosotros para saberlo entregar a quién más lo necesite.
¿Cómo mantenerse firme en esta convicción? ¿Se puede seguir pensando que el amor “sólido” tiene alguna posibilidad? Creo sinceramente que sí, pero para ello hay que apostar por la globalización del amor afrontando desde la fe un triple desafío, para fortalecer el sentimiento común de que la humanidad es una familia que tiende a ser verdaderamente una.
No creemos solamente con el corazón, que siente, y la cabeza, que razona. También creemos con la imaginación y la fantasía. Sin ella no somos casi nada, con ella fortalecemos la esperanza y toma colorido la realidad. Es con ella y por ella como conseguimos acercarnos a lo que el mismo Jesús nos dice a través de su palabra. Él usó la imaginación para hablarnos del Reino cuando lo compara con una semilla (Mc 4, 26), con un tesoro escondido (Mt 13, 44), con un banquete (Mt 22, 2), con un amo que llega de sorpresa a su propiedad (Mt 24, 50)... Tenemos que aprender a usar la imaginación en toda la vida, para creer, para orar, para amar, para abrir el espíritu y no conformarnos con las pocas luces que, a veces, nos da el pensamiento a la hora de entender, para más tarde actuar en la realidad.
Por eso necesitamos ser creativos, pero no como una manera de ser "originales" en las "formas" que usamos para hacer visible a los hombres y mujeres de hoy que somos signos de lo que ha de venir, sino como un valor que puede hacer operativa la facultad de hacer esto mismo desde la imaginación, es decir, alcanzar desde ella un seguimiento creativo de Jesús que nos conduzca a transformar el mundo. La creatividad es un potencial extraordinario; nos permite ver que para acercar a la gente a Jesús quizá tengamos que abrir un boquete en el techo para que cure a un enfermo (Lc 5, 19), o derramar un frasco carísimo de perfume para que nos perdone (Lc 7, 37), o chillar aunque todos nos manden callar (Lc 18, 38), o incluso abrirnos, a empujones, paso para que todos puedan tocar a Jesús (Lc 8, 44).
Por último, audacia, o de otra forma más fuerte, atrevimiento, que es la capacidad para perderle el respeto a ciertos miedos que paralizan nuestra acción. Tenemos que alcanzar una presencia que nos haga desafiar la realidad como la insistente cananea con sus pretensiones (Mt 15, 27) o como el inoportuno vecino pidiendo pan a altas horas de la noche (Lc 11, 5). Osadía como la de Jesús que le condujo a la cruz por puro amor para con los más pobres, marginados y pecadores. Nuestra presencia en el mundo como bautizados, si quiere ser algo, tiene que convertirnos en audaces porque, si nos deja como estamos, e incluso, en mejor lugar a los ojos de los hombres, nuestro compromiso con el amor no va a pasar de “liquido”.
Una tarea, un tripe reto se nos presenta en estos días y siempre, ¿cómo conseguir ser signos visibles del reino para globalizar el amor? Por mi parte, sé que las Comunidades Cristianas no van a cejar en conseguirlo y en cierta medida lo adelantan con su compromiso en todas las áreas de formación, celebración y acción. ¡Feliz Navidad y “Sólido” Año Nuevo!
Este análisis que se ofrece sobre el amor me deja inquieto e insatisfecho, sobre todo en estos días de Navidad donde tanto nos empeñamos en transmitir mensajes de paz y felicidad, no solamente a nuestros seres queridos, sino a todos nuestros semejantes. Convencido estoy de que celebrar el nacimiento de Jesús no es un mero recordar, sino que vienen en nuestro auxilio los efectos salvíficos de su primera venida: nuestro corazón se esponja, nos abandonamos a la esperanza y con María queremos que su Hijo entre en cada uno de nosotros para saberlo entregar a quién más lo necesite.
¿Cómo mantenerse firme en esta convicción? ¿Se puede seguir pensando que el amor “sólido” tiene alguna posibilidad? Creo sinceramente que sí, pero para ello hay que apostar por la globalización del amor afrontando desde la fe un triple desafío, para fortalecer el sentimiento común de que la humanidad es una familia que tiende a ser verdaderamente una.
No creemos solamente con el corazón, que siente, y la cabeza, que razona. También creemos con la imaginación y la fantasía. Sin ella no somos casi nada, con ella fortalecemos la esperanza y toma colorido la realidad. Es con ella y por ella como conseguimos acercarnos a lo que el mismo Jesús nos dice a través de su palabra. Él usó la imaginación para hablarnos del Reino cuando lo compara con una semilla (Mc 4, 26), con un tesoro escondido (Mt 13, 44), con un banquete (Mt 22, 2), con un amo que llega de sorpresa a su propiedad (Mt 24, 50)... Tenemos que aprender a usar la imaginación en toda la vida, para creer, para orar, para amar, para abrir el espíritu y no conformarnos con las pocas luces que, a veces, nos da el pensamiento a la hora de entender, para más tarde actuar en la realidad.
Por eso necesitamos ser creativos, pero no como una manera de ser "originales" en las "formas" que usamos para hacer visible a los hombres y mujeres de hoy que somos signos de lo que ha de venir, sino como un valor que puede hacer operativa la facultad de hacer esto mismo desde la imaginación, es decir, alcanzar desde ella un seguimiento creativo de Jesús que nos conduzca a transformar el mundo. La creatividad es un potencial extraordinario; nos permite ver que para acercar a la gente a Jesús quizá tengamos que abrir un boquete en el techo para que cure a un enfermo (Lc 5, 19), o derramar un frasco carísimo de perfume para que nos perdone (Lc 7, 37), o chillar aunque todos nos manden callar (Lc 18, 38), o incluso abrirnos, a empujones, paso para que todos puedan tocar a Jesús (Lc 8, 44).
Por último, audacia, o de otra forma más fuerte, atrevimiento, que es la capacidad para perderle el respeto a ciertos miedos que paralizan nuestra acción. Tenemos que alcanzar una presencia que nos haga desafiar la realidad como la insistente cananea con sus pretensiones (Mt 15, 27) o como el inoportuno vecino pidiendo pan a altas horas de la noche (Lc 11, 5). Osadía como la de Jesús que le condujo a la cruz por puro amor para con los más pobres, marginados y pecadores. Nuestra presencia en el mundo como bautizados, si quiere ser algo, tiene que convertirnos en audaces porque, si nos deja como estamos, e incluso, en mejor lugar a los ojos de los hombres, nuestro compromiso con el amor no va a pasar de “liquido”.
Una tarea, un tripe reto se nos presenta en estos días y siempre, ¿cómo conseguir ser signos visibles del reino para globalizar el amor? Por mi parte, sé que las Comunidades Cristianas no van a cejar en conseguirlo y en cierta medida lo adelantan con su compromiso en todas las áreas de formación, celebración y acción. ¡Feliz Navidad y “Sólido” Año Nuevo!
Felipe Manuel Nieto Fernández
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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