lunes, 17 de septiembre de 2007

PAVORREAL


TRES EJEMPLOS:

PRIMERO: Sentado en su nueva oficina, un abogado recién graduado esperaba a su primer cliente. Al escuchar que la puerta se abría, rápidamente levantó el teléfono para hacer creer que estaba muy ocupado. El visitante pudo escuchar al joven abogado decir:
-Manuel, volaré a Nueva York para ver si resuelvo el caso del cliente aquel. Parece que esto va a ser algo grande y más difícil de lo que pensábamos. También necesitamos traer al experto americano, Mr. Craig, para que nos dé su opinión sobre este asunto tan importante.
Y, de pronto, interrumpió su presunta conversación con estas palabras:
-“Manuel, perdona, espera un momentito porque alguien acaba de llegar”. Y cortó.
Dirigiéndose entonces al hombre que acababa de entrar, preguntó el abogado:
-“Bien, ¿en qué puedo ayudarle
?”.
Con una gran sonrisa, entre pícara y maliciosa, el hombre contestó:
-Yo sólo he venido a instalar el servicio a su teléfono, señor.

SEGUNDO: En el año 1807 ó 1808, Beethoven y Goethe se encontraron en Karlsbad, e hicieron un paseo en carroza juntos. Toda la gente, al verlos pasar por la calle, se inclinaban haciendo profundas reverencias.
- Es aburrido - dijo entonces Goethe - ser tan famoso. ¡Todos me saludan!”.
A lo cual, Beethoven respondió, no sin cierta picardía:
- No les haga caso, Excelencia. ¡A lo mejor me están saludando a mí!”.

TERCERO: Esopo, el gran fabulista griego, cuenta que en una ocasión una zorra - animal sumamente curioso y astuto por naturaleza - entró al taller de un orfebre y comenzó a observar, con gran maravilla, todas las obras de arte de su autor. De pronto, reparó en una máscara de teatro bellamente pintada, y la estuvo examinando cuidadosamente. Y, después de unos minutos, decepcionada, exclamó:
-“¡Oh, qué cabeza tan hermosa, pero no tiene cerebro!”.

¡Vaya chasco, amigo! Quiso ser como el pavorreal y se quedó haciendo el oso”. ¡Qué estúpida es la vanagloria y cuán necio el deseo de impresionar a los demás!

Muchas gentes del mundo tratan de apantallar a sus semejantes con supuestas obras grandiosas y fingen ser lo que no son; se cubren el rostro con una máscara de cartón y pretenden pasar por gente importante”. Pero, en realidad, sólo se engañan a sí mismos y terminan haciendo el ridículo, como los comediantes o los actores de una pantomima.

Así son muchos hombres de nuestro tiempo que aparentan ser grandes e importantes a los ojos de los demás, pero que están vacíos por dentro. Como los fariseos. Y es que el corazón del ser humano tiene una profunda enfermedad existencial. Nos encantan las apariencias, la fachada, la pose - como se dice -: que los demás hablen bien de nosotros, nos alaben y nos consideren grandes señores.

También a nosotros nos acecha la eterna tentación, como a los fariseos del tiempo de Jesús, de ser tenidos en cuenta y apreciados por los demás para sentirnos realizados. Nos gusta impresionar para que la gente nos tenga sobre un pedestal. Y muchas veces nos contentamos con eso para creernos dichosos.

La vanagloria es, en efecto, una gloria vana”, falsa, postiza, caduca. Y, además, tremendamente subjetiva. Por eso es tan engañosa. Es obrar delante de los hombres, buscando el aplauso y el aprecio ajeno, y no a los ojos de Dios. Es rechazar la única gloria verdadera, que procede de Dios, y cambiarla por las plumas de un pavorreal.

Pero con la vanagloria, lo perdemos todo. No somos más porque los otros nos alaben, ni somos menos porque nos vituperen. Y, en última instancia, quien nos va a juzgar - y aprobar o condenar - al fin de nuestra vida es Dios y no los hombres.

Por eso, lo único que debe importarnos siempre es el juicio verdadero de Dios y de nuestra conciencia, y no la opinión ajena.

¡Hagamos siempre el bien sólo por Dios y por los demás, sin buscar la alabanza ni temer el vituperio!


Jesús mismo llamó al diablo padre de la mentira. Y la vanagloria es ya, en sí misma, una forma de mentira sutil y perniciosa. Es tratar de aparentar lo que no se es y ser alabado por la belleza de la propia máscara que se lleva encima.

¡La gloria de Dios es nuestra mayor gloria!

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