Jueves cuarta semana de Cuaresma. Jesús, cuando ve un alma generosa no la deja en buenos deseos sino que la une a Él.
Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Reflexionaremos en el gesto que tiene María de Betania con Jesucristo nuestro
Señor cuando ella unge a Jesús, según narra San Juan. Este Evangelio, en el que
María realiza la unción de Jesús, nos habla de una mujer que ha puesto
totalmente, sin reticencias de ningún tipo y con mucha firmeza, su corazón en
Jesucristo. Lo que la lleva a dar testimonio público de agradecimiento para
nuestro Señor.
Esta mujer se presenta ante el mundo como fiel seguidora de Jesucristo. Es un
gesto de amor, de gratitud, pero que en el fondo, es un gesto profundo de
compromiso; porque la unción compromete a María a estar cada vez más cerca de
Cristo.
¿Cuáles son los detalles que María de Betania muestra? Delante
de todos, toma una libra de perfume de nardo puro, muy caro, unge los pies de
Cristo y los seca con sus cabellos. No mide su gratitud con Aquél que es objeto
de su amor. Es alguien que está convencida del bien que Cristo ha hecho en su
vida, porque Cristo ha hecho un cambio profundo en ella. Detrás de todo está la
sensibilidad profunda que la lleva a no medir su gratitud.
El gesto de la mujer, que es el gesto de una profunda gratitud, es el fruto de
un corazón comprometido, que no sólo quiere recibir, sino dar agradecimiento.
Esta dimensión cambia totalmente el gesto, porque hace de un gesto común, un
detalle de amor, de donación personal, de compromiso.
Siendo Jesús un hombre discreto, que no gusta de honores, deja que María lo
haga, porque Jesús ve en su corazón el compromiso personal que ella tiene con
Él. Dice Jesús: “Déjala que lo guarde para el día
de mi sepultura”, la estoy uniendo al misterio más grande, que es mi
donación personal por la salvación de los hombres. Jesús une ese darse de María
de Betania al misterio de su cruz, al gesto de su don personal en la cruz; hace
que esa mujer se asocie al don que Él va a dar en la cruz. Jesús llama de esta
forma al amor a María de Betania: la llama a
seguirlo con decisión hasta la sepultura; hasta compartir con Él el misterio de
su pasión.
Así es Jesús. Jesús, cuando ve a un alma generosa no la deja en buenos deseos
sino que la une a Él. Esto es lo que el Señor ve en todas las almas a las que
llama a un mayor compromiso, a las que pide un paso más de entrega: ve un corazón como el de María de Betania.
“A Mí no siempre me tendréis”. Ésta es la
segunda dimensión con la que Jesús mira a María de Betania. La dimensión de una
mujer que ha captado que seguir a Cristo es un compromiso exigente, firme, sin
remilgos. María quizá no había entendido quién era Cristo, pero había experimentado
que seguirlo a Él no puede dejar indiferente su vida, que para seguirlo tiene
que transformar hasta las fibras más íntimas de su corazón. Es un implícito
acto de adoración a Cristo, de adoración a Alguien que la une a su misterio
doloroso, a su misterio de don al hombre, a Alguien que se convierte para ella
en una persona.
Cristo es una persona que me ha unido a su misión redentora y que además es mi
Señor. Al ser llamados, no nos podemos quedar con el buen deseo de amarlo,
tenemos que llegar a la dimensión de que Cristo es el Señor, el Creador
Todopoderoso, y que, además, me ha querido unir a su don a la humanidad, al
misterio de salvación que es su entrega por cada uno de los hombres.
Si es grande el misterio de su llamada, es más grande el misterio de la
respuesta de María, que se entrega en ese momento, se pone a su disposición
ante la llamada a hacer del amor a Cristo un amor personal, y hacer de la
decisión por Cristo una opción y una decisión eficaz, sin otro límite que el
del propio corazón. Esta opción nace de la conciencia profunda de haber hecho
la experiencia profunda de Cristo en su alma.
El gesto de María no tendría sentido si no fuera fruto del conocimiento
personal de su opción por Cristo. Los gestos debemos llenarlos de sentido. Nuestra
opción por Cristo debe tener un sentido en todas partes: en casa, en el
apostolado, en la sociedad, porque los mismos gestos tienen diferente
contenido, porque es una opción ofrecida a Jesucristo nuestro Señor por amor a
Él.
Cada uno de nosotros tiene que ser consciente de que, por el bautismo, es una
persona más unida a Cristo, porque en cada gesto, en cada detalle que hace, hay
una particular donación de su vida a Jesucristo.
En nuestras vidas hay los mismos gestos, pero el amor es diferente, porque
amamos con más profundidad, porque hemos sido unidos más a la sepultura del
Señor, a la redención de Cristo, al misterio de la salvación de la humanidad.
Cristo es dado a la humanidad. En cierto sentido, María de Betania, por su
experiencia de Cristo, es también dada a Cristo. María es de Cristo porque ha
tocado, ha descubierto la dimensión personal del Señor, y para ella ser
cristiana no es pertenecer a una religión, sino enamorarse de una persona,
tener arraigada en el corazón a una persona. Ser cristiano es seguir a Cristo,
es amar a una persona, seguirla y vivir según esa persona. Es un compromiso
distinto, sobre todo cuando vemos que el compromiso nace de dos dones: el don
de Cristo a mi vida y el don de mi vida a Cristo para la salvación de la humanidad,
en mi ambiente, en mi casa, con los míos.
Pidámosle a Jesucristo que la unción en Betania tenga sentido en nuestras
vidas, porque de la opción personal por Cristo depende todo lo que hagamos.
Debemos ver a María de Betania como la mujer que ve a su Señor, se une a Él, se
acerca a Él y lo experimenta personalmente.
P. Cipriano Sánchez LC
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