¿Dónde está el demonio? ¿En todas partes o es un puro mito? Es el dilema que afronta la película 'Nefarious' (Chuck Konzelman y Cary Solomon, 2023), donde un psiquiatra que no cree en el diablo tendrá que dilucidar si un preso que va a ser ejecutado está poseído, está loco o finge. En la imagen, Sean Patrick Flanery en el inquietante papel del criminal.
Marcos 1, 21-28
«Entonces un hombre poseído por un espíritu inmundo se
puso a gritar: “¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a
destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios”. Jesús, entonces, le conminó
diciendo: “Cállate y sal de él”. Y agitándose violentamente el espíritu
inmundo dio un fuerte grito y salió de él».
¿Qué pensar de este
episodio narrado en el evangelio de este domingo y de muchos otros sucesos
análogos presentes en el Evangelio? ¿Existen aún los «espíritus inmundos»? ¿Existe
el demonio?
Cuando se habla de la creencia en el demonio, debemos distinguir dos niveles:
el nivel de las creencias populares y el nivel intelectual (literatura, filosofía
y teología). En el nivel popular, o de costumbres, nuestra situación actual no
es muy distinta de la de la Edad Media, o de los siglos XIV-XVI, tristemente
famosos por la importancia otorgada a los fenómenos diabólicos. Ya no hay, es
verdad, procesos de inquisición, hogueras para endemoniados, caza de brujas y
cosas por el estilo; pero las prácticas que tienen en el
centro al demonio están aún más difundidas que entonces, y no sólo
entre las clases pobres y populares. Se ha transformado en un fenómeno social (¡y comercial!) de proporciones vastísimas. Es
más, se diría que cuanto más se procura expulsar al demonio por la puerta,
tanto más vuelve a entrar por la ventana; cuánto más es excluido por la fe,
tanto más arrecia en la superstición.
Muy diferentes están las cosas en el nivel intelectual y cultural. Aquí reina
ya el silencio más absoluto sobre el demonio. El enemigo ya no existe.
El autor de la desmitificación, Rudolf Bultmann,
escribió: «No se puede usar la luz eléctrica y la
radio, no se puede recurrir en caso de enfermedad a medios médicos y clínicos y
a la vez creer en el mundo de los espíritus».
Creo que uno de los motivos por los que muchos encuentran difícil creer en el
demonio es porque se le busca en los libros, mientras que al demonio no le
interesan los libros, sino las almas, y no se le encuentra frecuentando los
institutos universitarios, las bibliotecas y las academias, sino, precisamente,
a las almas. Pablo VI reafirmó
con fuerza la doctrina bíblica y tradicional en torno a este «agente oscuro y enemigo que es el demonio».
Escribió, entre otras cosas: «El mal ya no es sólo
una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y
pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y espantosa».
También en este campo, sin embargo, la crisis no ha pasado en vano y sin traer
incluso frutos positivos. En el pasado a menudo se ha exagerado al hablar del
demonio, se le ha visto donde no estaba, se han cometido muchas ofensas e
injusticias con el pretexto de combatirle; es necesaria mucha discreción y prudencia para
no caer precisamente en el juego del enemigo. Ver al demonio por todas partes
no es menos desviador que no verle por ninguna. Decía Agustín: «Cuando es
acusado, el diablo se goza. Es más, quiere que le acuses, acepta gustosamente
toda tu recriminación, ¡si esto sirve para disuadirte de hacer tu
confesión!».
Se entiende por lo tanto la prudencia de la Iglesia al desalentar la práctica
indiscriminada del exorcismo por
parte de personas que no han recibido ningún mandato para ejercer este
ministerio. Nuestras ciudades pululan de personas que hacen del exorcismo una
de las muchas prácticas de pago y se jactan de quitar «hechizos,
mal de ojo, mala suerte, negatividades malignas sobre personas, casas,
empresas, actividades comerciales». Sorprende que en una sociedad como
la nuestra, tan atenta a los fraudes comerciales y dispuesta a denunciar casos
de exaltado crédito y abusos en el ejercicio de la profesión, se encuentre a
muchas personas dispuestas a beber patrañas como éstas.
Antes aún de que Jesús dijera algo aquel día en la sinagoga de Cafarnaúm, el
espíritu inmundo se sintió desalojado y obligado a salir al descubierto. Era la
«santidad» de Jesús que aparecía
«insostenible» para el espíritu inmundo. El cristiano que
vive en gracia y es templo del Espíritu Santo, lleva en sí un poco
de esta santidad de Cristo, y es precisamente ésta la que opera, en los
ambientes donde vive, un silencioso y eficaz exorcismo.
Tomado de Homilética.
Por: Raniero
Cantalamessa
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