Edgar Allan Poe (1809-1849) hizo una descripción extraordinaria del deseo de autodestrucción, inquietantemente parecido al que vive la sociedad contemporánea.
Siempre me ha impresionado mucho
cierto pasaje de El demonio de la
perversidad, una de las
'narraciones extraordinarias' de Edgar Allan Poe que acaso no se cuente entre las más
memorables literariamente hablando; pero que, desde luego, nos ofrece un
diagnóstico escalofriante sobre la enfermedad que gangrena nuestra época,
que no es otra sino el apetito autodestructivo.
Permítaseme reproducir por extenso a Poe: "Nos
hallamos al borde de un precipicio. Contemplamos el abismo. Sentimos vértigo y
malestar. Nuestra primera intención es retroceder ante el riesgo. Pero,
inexplicablemente, no nos movemos de allí. Paulatinamente, el malestar, el
vértigo y el horror se confunden en un nebuloso e indefinible sentimiento. De
forma gradual, [...] adquiere forma un sentimiento que hiela hasta la propia
médula de nuestros huesos y les inculca la feroz delicia del horror.
Nos asalta esta idea: ¿cuáles serán nuestras sensaciones durante el transcurso
de una caída verificada desde tal altura? Y por la sencilla razón de que esta
caída implica la más horrible, la más odiosa de cuantas odiosas y horribles
imágenes de la muerte y del sufrimiento puede nuestra mente haber concebido,
por esta sencilla razón, la deseamos con mayor intensidad. Y porque nuestro
raciocinio nos aleja violentamente de la orilla, por esta misma razón nos
acercamos a ella con mayor ímpetu. En la Naturaleza no hay pasión más
diabólicamente impaciente que la del hombre que, temblando ante el borde de un
precipicio, piensa arrojarse a él. Permitírselo, intentar pensarlo un solo
momento, es, inevitablemente, perderse, porque la reflexión nos ordena que nos
abstengamos de ellos, y por esto mismo, repito, no nos es posible".
Poe no está hablando de la
pulsión suicida propia del desesperado, ni tampoco del trastorno propio de
quien considera placentero o regocijante arrojarse al abismo. Se refiere a un
impulso mucho más monstruoso que, sin interferencia de la
angustia ni embotamiento alguno del discernimiento, nos impulsa a anhelar
nuestro mal, a sabiendas del daño
que nos va a ocasionar, a sabiendas del horror y la desdicha que traerá a
nuestras vidas. Cuando se habla de posesiones demoníacas (no digamos cuando
tales posesiones se representan en el cine) solemos recurrir a parafernalias de
espumarajos, contorsiones y otros efectismos grimosos. Poe, mucho más
lúcidamente, nos habla de la "delicia del horror" que paraliza nuestro raciocinio, nuestra voluntad, incluso nuestro instinto
de supervivencia; y que
finalmente nos empuja a arrojarnos al abismo. Creo que es ahí, exactamente ahí,
donde nos hallamos, tanto a nivel personal como colectivo. Es como si la
conciencia humana hubiese resuelto monstruosamente anhelar
y codiciar el mal; pero no
un mal que se confunde con el bien, sino un mal cuyas consecuencias asumimos
con esa "pasión diabólicamente
impaciente" a la que se refiere Poe. Sólo así se explican muchos de
los fenómenos que se desenvuelven ante nuestros ojos: desde
la paulatina 'normalización' de las drogas al belicismo frenético, desde la
quimera 'trans' hasta la aceptación estólida de amnistías que ponen la
supervivencia de la comunidad política en manos de sus más enconados enemigos,
desde la adopción sumisa de religiones cientifistas que acabarán
convirtiéndonos en esclavos hasta el harakiri insensato que se están haciendo urbi et orbi instituciones
milenarias como la Iglesia católica.
Es como si una Humanidad
descentrada, hastiada de vivir, devorada por un apetito
nihilista, hubiese decidido
adelantar el final de la Historia. Desde luego, en otras épocas se han repetido
estos arrebatos autodestructivos; pero estaban causados por la angustia de
situaciones extremas. Ahora nos hallamos ante la apoteosis de ese demonio de la
perversidad que describía Poe: estamos tranquilos y
somos conscientes del mal que nos aguarda si no nos detenemos; pero hemos
decidido entregarnos a él, embriagados por el abismo de horror y
muerte que se abre a nuestros pies, deseosos de saborear esa experiencia última
de la aniquilación personal y colectiva, en volandas del demonio de la
perversidad. "Bajo su influjo –volvemos a citar a Poe–, obramos sin una finalidad inteligible, por
la simple razón de que no deberíamos hacerlo. Teóricamente,
no puede existir una razón más irrazonable; pero, en realidad, no hay otra más
poderosa. En condiciones determinadas, llega a ser absolutamente irresistible
para ciertos espíritus. La seguridad del error que trae consigo un acto
cualquiera es, frecuentemente, la única fuerza invencible que nos impulsa a
ejecutarlo".
Estamos endemoniados. Y, si Dios no lo impide, vamos a consumar nuestra
autodestrucción, a sabiendas de lo que nos aguarda.
Publicado en XL Semanal.
Por: Juan Manuel de
Prada
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