Dios debe ser el centro de toda la vida familiar
Por: P. Juan José Paniagua | Fuente: http://catholic-link.com/
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS
2,41-52.
Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Jesús les respondió: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?”. Ellos no entendieron lo que les decía. El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.
El tiempo de Navidad nos ofrece
todos los años la oportunidad de celebrar a la Sagrada Familia. Una fiesta
hermosa que celebra también a toda familia humana, «sueño de Dios para su amada
creación» (Papa Francisco).
Hoy se nos invita a contemplar el pasaje del Evangelio en el que Jesús, María y José se dirigen a Jerusalén con ocasión de la fiesta de la Pascua. En este rico episodio encontramos muchos elementos que iluminan nuestra propia vida y realidad familiar. De modo sencillo y breve intentaremos reseñar algunos de ellos. En primer lugar notemos que el Evangelio nos dice que José y María «iban todos los años a Jerusalén» y ese año lo hicieron llevando consigo a Jesús que ya tenía doce años. María y José son personas que valoran y siguen las costumbres y tradiciones de su pueblo. Observan la Ley, están enraizados en la historia y la vida del pueblo al que pertenecen y por sobre todo son personas religiosas (en el sentido más rico y auténtico del término). Eso no los hace ser cucufatos ni “enchapados a la antigua”. No se trata de eso. De lo que se trata es de aprender a valorar en todo lo que tienen de bueno las tradiciones del pueblo y la cultura a la que pertenecemos y en la que nuestra familia vive. La identidad, la historia, las costumbres son una riqueza que da solidez a la vida familiar antes que un lastre que nos ata al pasado. En ese marco, la vivencia de las tradiciones religiosas cobran una particular importancia, como lo hemos vivido por ejemplo en estos días de Navidad.
Un
segundo elemento surge de la pregunta: ¿Cómo se les
pudo perder Jesús a María y a José? Con la conciencia que tenían —quizá
no plena pero sí suficiente— de quién era Jesús, ¿cómo
“dejaron” que se pierda? Varios autores espirituales comentan que en
este tipo de viajes era costumbre que los niños hicieran el camino en compañía
de parientes cercanos a la familia. Por eso se explica que María y José
pudieron hacer un día de viaje y recién entonces darse cuenta de que Jesús no
estaba con ellos. A sus doce años, Jesús gozaba de una sana libertad por parte
de María y de José. Como padres de un niño que sabían era el hijo del Altísimo,
seguramente le procuraron todos los cuidados posibles pero no cedieron a la
tentación de tenerlo totalmente sobre protegido. Como madre, consciente de
haber traído al mundo al esperado de los tiempos, María podría
haber optado por nunca despegarse de su hijo, por
no quitarle un ojo de encima ni un segundo. ¿Cómo
arriesgar tan gran tesoro a ellos confiado? Y sin embargo, María
arriesga. No para poner a Jesús en peligro sino para ofrecerle el espacio
requerido para que crezca como persona. Y de José se puede decir algo
semejante. ¡Qué responsabilidad la del padre
adoptivo del Hijo de Dios! ¿No tenemos aquí una gran lección en relación a la
educación de los hijos?
«Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te
buscábamos angustiados», le dice María a Jesús al
encontrarlo en el Templo. ¡Qué angustia debieron
haber sufrido! Difícil de imaginar. María y José vivieron —como todo
papá y mamá— las angustias de ser padres. En este pasaje se nos relata una: pensaron haber perdido a su hijo. Y hay otros como
el no haber encontrado un sitio digno para que María dé a luz al Niño; o la
huida a Egipto por la amenaza a la vida del recién nacido. ¿Cuántas otras habrán tenido que no han sido recogidas en
el Evangelio? La Familia de Nazaret, aquella escogida por Dios mismo
para nazca su Hijo, no se libró de
las dificultades, angustias, carencias y dolores que toda familia experimenta. José
y María conocieron muy bien esas circunstancias y eso debe ser un aliento para
comprender con ojos de fe las dificultades que nos tocan vivir, para confiar en
Dios y para pedirles a ellos que nos ayuden. Todo padre en dificultades puede
rezarle a José sabiendo que él también fue curtido en ellas; toda madre puede
dirigirse a María confiando en que Ella vivió sus propias penurias y sabrá
entenderla y hacer todo lo posible por ayudarla.
Finalmente,
la Sagrada Familia nos enseña en las palabras de un Niño de doce años la
lección quizá más importante de todas: Dios debe ser el centro de toda la vida familiar. Y lo será
cuando sea también el centro de la vida personal del padre, de la madre y de los
hijos. Quizá esa sea una de las tareas más difíciles en las que los padres
tienen que educar a sus hijos. Aprovechemos la celebración de esta fiesta de la
familia para hacer lo que nos enseña María: meditar
y conservar la Palabra de Dios de modo que el Niño Jesús vaya creciendo en
estatura y gracia también en nuestro corazón y seamos así cada vez más
semejantes a Él. Ello, sin duda, redundará en beneficio de nuestra vida
familiar.
El autor
de esta reflexión es el teólogo Ignacio Blanco, quien con mucha generosidad ha
aceptado participar en Catholic-Link enviándonos esta Lectio para nuestra
oración dominical. Ignacio publica sus reflexiones dominicales en el
portal Mi vida en Xto, que ofrece recursos diarios
para la oración personal.
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