En el nº 580 del Poema del hombre-Dios de María Valtorta, hace tiempo me encontré con un misterioso pasaje en el que habla Jesús, tras haber profetizado la destrucción de Jerusalén. Uno de los presentes le pregunta: ¿Entonces no volverá a haber nunca un Reino de Israel? Y Jesús le responde:
“¿Habéis observado alguna vez un árbol añoso con la médula
destruida por una enfermedad? Durante años vegeta a duras penas,
tan a duras penas, que ni florece ni da fruto; solo alguna, rara hoja en
las ramas exhaustas dice que todavía un poco de savia sube...
Luego, en
un mes de abril, se le ve florecer milagrosamente y cubrirse de numerosas
hojas, y se alegra su dueño, que durante muchos años lo cuidó sin obtener
frutos; se alegra al pensar que el árbol está curado y vuelve a la exuberancia
después de tanta languidez...
¡Oh,
engaño! Después de tan exuberante
explosión de vida, sobreviene enseguida la muerte. Caen las flores, las hojas,
los pequeños frutos que parecían ya cuajar en las ramas y prometían una pingüe
recolección, y con improviso estruendo el árbol, podrido en su base, se viene
abajo.
Lo mismo
hará Israel. Después de siglos de estéril vegetar disperso, se reunirá en
el añoso tronco y parecerá estar reconstruido; al fin reunido el pueblo
disperso; reunido y perdonado.
Sí. Dios
esperará esa hora para cortar los siglos. Ya no habrá siglos, habrá
eternidad. ¡Bienaventurados aquellos que,
perdonados, constituyan la floración fugaz del último Israel –de ese
Israel que será, después de tantos siglos, de Cristo–, y mueran redimidos,
junto con todos los pueblos de la Tierra, bienaventurados con los pueblos de la
Tierra que no sólo han conocido la existencia mía, sino que también han
abrazado mi Ley como ley de Salud y Vida! Oigo las voces de mis apóstoles”.
Aquí
acaba la larga cita. La verdad es que no tengo claro a qué momento de la
historia se refiere el texto. Dado que dice que después vendrá la eternidad,
deberíamos pensar que la conversión del pueblo judío al cristianismo será justo
antes del Juicio Final.
Si no
fuera por ese pasaje que habla de la eternidad, se podría pensar que tal vez la
conversión del pueblo judío sería antes de la purificación final previa a un
tiempo de paz y fe previa a la venida de Cristo. Incluso he consultado esas dos
palabras "siglos" y "eternidad"
en el original italiano. Leeré vuestros comentarios para ver si, entre
todos, se nos ofrece un poco de luz.
Yo me
inclino a pensar que la conversión del pueblo judío tendrá lugar antes de ese
milenio de fe. Pero insisto en que la palabra “eternidad” no encaja muy bien con esa interpretación.
P. FORTEA
LA ROPA DE LOS LAICOS COMO EXPRESIÓN DEL PROPIO YO
En mi
trabajo, siempre visto con clériman (en el hospital) o con sotana (cuando estoy
en el interior de una iglesia). Dígase lo mismo en mis relaciones sociales, me
gusta vestir la sotana: me parece una prenda muy digna con un gran significado
espiritual. Ya son muchos años y me siento muy a gusto con ella. En mi caso
nunca ha sido una muestra de tradicionalismo.
Ahora
bien, cuando salgo a pasear con un amigo o voy al supermercado o cosas
similares, me gusta pasar desapercibido y siempre visto con un chándal
gris. No me gusta que me señalen y digan: “Mira,
el cura de los demonios”.
Siempre
voy con el típico chándal de supermercado, completamente gris sin más añadidos.
Me gusta que no tenga marca ni dibujos, solo de color gris. Hace más de veinte
años que compré ese tipo de chándal y no he cambiado ni de forma ni de color:
una fidelidad admirable. El primero que compré y con el mismo modelo sigo.
Y la
razón es que si no me vistiera con ese chándal, no sabría qué ponerme. Soy un
individuo que si me sacas la sotana, todo me da lo mismo, todo me parece igual.
La ropa no ejerce sobre mí ninguna atracción. No importa su precio, yo con el
chándal me siento cómodo y vestido de forma digna.
Además,
esas camisas de algodón o esos pantalones los sigo usando hasta que
literalmente ya no dan más de sí. Y es que alguien puede pensar que una camisa
es eterna, pero sigue encogiendo con los años. Muy poco, pero os aseguro que el
proceso de hacerse más pequeña la ropa no se acaba.
Además,
la ropa acaba raída. Es decir, acaban formándose pequeños agujeros porque la
tela se va volviendo más fina. Cuando está raída es el momento de usar esa
camisa para limpiar los cristales de mi coche. Esa siempre ha sido la segunda
vida para mis camisas.
En
verano, eso sí, lo mejor para cubrirme la cabeza es un sombrero de paja; aunque
tengo un panamá regalado. Si hace frío, me pongo sobre mi chándal un anorak que
me regaló mi madre.
En
cuestión de ropa, hasta que me ordené, siempre me puse lo que compraba mi
madre. La cual, como ya me conocía, ni me pedía opinión; pero es que era verdad
que yo no tenía opinión.
Siempre
me ha sorprendido lo importante que es la ropa para tantas personas: es como un
modo de expresar su propio yo. Mientras que, en mi caso, sin sotana, me siento
a gusto de esta manera. Es como si no tuviera nada que expresar, nada que decir
de mí mismo.
P. FORTEA
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