PALABRAS DEL PAPA EN OCASIÓN DE LA ORACIÓN MARIANA CON EL CLERO DE LA ARQUIDIÓCESIS DE MARSELLA
SEPTIEMBRE 22, 2023 23:45REDACCIÓN ZENITPAPA FRANCISCO
(ZENIT
Noticias / Marsella, 22.09.2023).- Tras ser recibido en el aeropuerto de
Marsella por la primera ministra francesa, el Papa se trasladó a la Basílica de
Nuestra Señora de la Guarda para encontrarse con el clero, las religiosas y
algunos laicos católicos. Ofrecemos a continuación el discurso del Papa
traducido al español por ZENIT, con negritas y encabezados agregados también
por nosotros.
***
Me alegra comenzar mi visita
compartiendo con vosotros este momento de oración. Agradezco al cardenal
Jean-Marc Aveline sus palabras de bienvenida y saludo a Mons. Eric de
Moulins-Beaufort, a mis hermanos obispos, a los padres rectores y a todos
vosotros, sacerdotes, diáconos y seminaristas, consagrados y consagradas, que
trabajáis en esta archidiócesis con generosidad y compromiso para construir una
civilización del encuentro con Dios y con el prójimo. Gracias por vuestra
presencia y vuestro servicio, y gracias por vuestras oraciones.
Cuando llegué a Marsella, me uní
a los grandes: Santa Teresa del Niño Jesús, Carlos de Foucauld, Juan Pablo II y
tantos otros, que vinieron aquí como peregrinos, para encomendarse a Notre Dame
de la Garde. Ponemos bajo su manto los frutos de los “Encuentros
mediterráneos”, junto con las expectativas y esperanzas de vuestros
corazones.
En la lectura bíblica, el profeta
Sofonías nos exhorta a la alegría y a la confianza, recordándonos que el Señor,
nuestro Dios, no está lejos, está aquí, cerca de nosotros, para salvarnos (cf.
3,17). Es un mensaje que remite, en cierto modo, a la historia de esta Basílica
y a lo que representa. En efecto, no fue fundada en memoria de un milagro o de
una aparición particular, sino simplemente porque, desde el siglo XIII, el
santo Pueblo de Dios ha buscado y encontrado aquí, en la colina de La Garde, la
presencia del Señor a través de los ojos de su Santa Madre. Por eso, desde hace
siglos, los marselleses -sobre todo los que navegan sobre las olas del
Mediterráneo- suben allí a rezar. Es el Pueblo Santo y fiel de Dios quien ha
«ungido» -utilizo la palabra- este santuario, este lugar de oración. Pueblo
Santo de Dios que, como dice el Concilio, es infalible in credendo.
También
hoy, para todos, la Bonne Mère (“la buena madre”, ndt) es protagonista de un «cruce de miradas»
muy tierno: por un lado, la de Jesús, a quien siempre nos señala y cuyo amor se
refleja en sus ojos -el gesto más auténtico de la Virgen es: «Haced lo que Él
os diga», señalando a Jesús- y, por otro, las de tantos hombres y mujeres de
toda edad y condición, a quienes reúne y lleva a Dios, como recordábamos al
comienzo de esta oración, depositando una vela encendida a sus pies. Aquí, en la
encrucijada de pueblos que es Marsella, es precisamente sobre esta encrucijada
de miradas sobre la que quisiera reflexionar con vosotros, porque me parece que
en ella se expresa bien la dimensión mariana de nuestro ministerio.
En efecto, también nosotros, sacerdotes, consagrados,
diáconos, estamos llamados a hacer sentir la mirada de Jesús y, al mismo
tiempo, a llevar a Jesús la mirada de nuestros hermanos. Un intercambio de miradas.
En el primer caso somos instrumentos de misericordia, en el segundo
instrumentos de intercesión.
[LA MIRADA DE JESÚS QUE ACARICIA AL
HOMBRE]
Primera
mirada: la de Jesús que acaricia al hombre. Es
una mirada que va de arriba abajo, pero no para juzgar, sino para levantar a
los que están abajo. Es una mirada llena de ternura, que se trasluce en los
ojos de María. Y nosotros, que estamos llamados a transmitir esta mirada,
estamos obligados a abajarnos, a sentir compasión – esta palabra la subrayo: compasión.
No olvidemos que el estilo de Dios es el de la cercanía, la compasión y la
ternura, para hacer nuestra «la benevolencia paciente y alentadora del Buen
Pastor, que no reprende a la oveja perdida, sino que la lleva sobre sus hombros
y se alegra de su vuelta al redil (cf.
Lc 15, 4-7)» (Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la
vida de los presbíteros, 41). Me gusta pensar que el Señor no sabe
hacer el gesto de señalar con el dedo para juzgar, pero sabe hacer el gesto de
tender la mano para levantar.
Hermanos, hermanas, aprendamos de esta mirada, no dejemos
pasar un día sin recordar cuándo la hemos recibido sobre nosotros, y hagámosla
nuestra, para ser hombres y mujeres de compasión. Cercanía, compasión, ternura.
No lo olvidemos. Ser compasivo es ser cercano y tierno. Abramos las puertas de
las iglesias y rectorías, pero sobre todo las del corazón, para mostrar con
nuestra mansedumbre, amabilidad y acogida el rostro de nuestro Señor. Quien se acerque no encontrará
distancia y juicio, encontrará el testimonio de una alegría humilde, más
fecunda que cualquier habilidad ostentosa. Que
los heridos de la vida encuentren un puerto seguro, una acogida, en tu mirada,
un aliento en tu abrazo, una caricia en tus manos, capaz de enjugar las
lágrimas. Incluso en las múltiples ocupaciones de cada día, por favor, no
dejéis que falte el calor de la mirada paterna y materna de Dios.
Y a los sacerdotes, por favor: en el Sacramento de la
Penitencia, ¡perdonad siempre! Sed generosos como Dios es generoso con
nosotros. ¡Perdonad! Y con el perdón de Dios se abren muchos caminos en la
vida. Es hermoso hacerlo dispensando su perdón con generosidad, siempre,
siempre, para soltar, por la gracia, a las personas de las cadenas del pecado y
liberarlas de bloqueos, remordimientos, rencores y miedos contra los que ellas
solas no pueden prevalecer.
Es
hermoso redescubrir con asombro, a cualquier edad, la alegría de iluminar las
vidas, en los momentos felices y tristes, con los Sacramentos, y de transmitir,
en nombre de Dios, esperanzas inesperadas: su cercanía que consuela, su
compasión que cura, su ternura que conmueve. Cercanía, compasión, ternura. Sé cercano a todos, especialmente a los frágiles y a los menos
afortunados, y que a los que sufren nunca les falte tu cercanía atenta y
discreta. Así crecerá, en ellos pero también en ti, la fe que anima el
presente, la esperanza que se abre al futuro y la caridad que dura para
siempre. He aquí el primer movimiento: lleva la
mirada de Jesús a tus hermanos y hermanas. Sólo hay una situación en la vida en la
que está permitido mirar a una persona desde arriba: es
cuando intentamos cogerla de la mano y levantarla. En otras situaciones
es un pecado de orgullo. Mira con desprecio a las personas que están en el
fondo y con tu mano -consciente o inconscientemente- te piden que las levantes.
Cógelos de la mano y levántalos: es un gesto muy
bonito, es un gesto que no se puede hacer sin ternura.
[LA MIRADA DE LOS HOMBRES Y MUJERES QUE
SE DIRIGEN A JESÚS]
Y luego
está la segunda mirada: la de los hombres y mujeres que se dirigen a Jesús.
Como María, que en Caná captó y llevó ante el Señor las preocupaciones de dos
jóvenes esposos (cf. Jn 2, 3), también vosotros estáis llamados a convertiros,
para los demás -hombres y mujeres para los demás-, en voz que intercede (cf. Rm 8, 34). Por eso, el rezo del
Breviario, la meditación cotidiana de la Palabra, el Rosario y todas las demás
oraciones, os recomiendo especialmente la oración de adoración. Hemos
perdido un poco el sentido de la adoración, debemos recuperarlo, recomiendo
esto. Todas estas oraciones estarán llenas de los rostros de aquellos que la
Providencia pone en tu camino. Llevarás contigo sus ojos, sus voces, sus
preguntas: en la Mesa eucarística, ante el Sagrario o en el silencio de tu
habitación, donde el Padre ve (cf.
Mt 6,6). Os haréis eco fiel de ellos, como
intercesores, como «ángeles en la tierra», mensajeros que llevan todo «ante la
gloria del Señor» (Tb 12, 12).
Y quisiera resumir esta breve
meditación llamando vuestra atención sobre tres imágenes de María que se veneran
en esta Basílica.
1) La primera es la gran imagen que se eleva en su cima y que la representa
sosteniendo al Niño Jesús de la Bendición: he aquí
que, como María, llevamos la bendición y la paz de Jesús a todas partes, a cada
familia y a cada corazón. ¡Sembrar la paz! Es la mirada de la
misericordia.
2) La segunda imagen está debajo de nosotros, en la cripta: es la Virgen del ramo,
regalo de un laico generoso. Ella también lleva al Niño Jesús en un brazo y nos
lo muestra, pero en la otra mano, en lugar de un cetro, sostiene un ramo de
flores. Nos hace pensar en cómo María, modelo de la Iglesia, a la vez que nos
presenta a su Hijo, nos presenta también a Él, como un ramo de flores en el que
cada persona es única, es bella y preciosa a los ojos del Padre. Es la mirada
de la intercesión. Esto es muy importante: la
intercesión. La primera era la mirada de misericordia de la Virgen, ésta es la
mirada de intercesión.
3) Finalmente, la tercera imagen es la que vemos aquí en el centro, sobre el altar,
que llama la atención por el esplendor que irradia. También nosotros, queridos
hermanos y hermanas, nos convertimos en Evangelio vivo en la medida en que lo
damos, saliendo de nosotros mismos, reflejando su luz y su belleza con una vida
humilde, alegre y rica de celo apostólico. Que nos estimulen en esto los
numerosos misioneros que parten de este alto lugar para anunciar al mundo
entero la buena nueva de Jesucristo.
Traducción
del original en lengua italiana realizada por el director editorial de
ZENIT.
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