EN 2022 ABANDONÓ EL «CAMINO SINODAL» POR SU DERIVA HETERODOXA Y CISMÁTICA
El celibato sacerdotal no se justifica en su
funcionalidad, afirma Marianne Schlosser, sino en la identificación con Cristo.
En la imagen, durante una conferencia en el Congreso Eucarístico Internacional
de 2021 en Budapest (Hungría).
Marianne
Schlosser es catedrática de Teología de la Espiritualidad en la Facultad Católica
de Teología de la Universidad de Viena y premio Ratzinger de
Teología en 2018. Fue miembro de la Comisión Teológica Internacional (2014-2019) por nombramiento
del Papa Francisco, quien
en 2016 la nombró miembro de la Comisión de Estudio sobre el Diaconado de las Mujeres.
Ha sido consultora de la Comisión
de Fe de la Conferencia Episcopal Alemana y miembro de la Comisión Teológica de
la Conferencia Episcopal Austriaca. Participó en el “camino sinodal alemán” entre 2019 y 2022, pero lo
abandonó, junto con otras tres teólogas,
por considerar que la Iglesia en Alemania se distancia cada vez más de la
Iglesia universal.
En un extenso artículo publicado
recientemente por el semanario católico Die Tagespost con
el título Celibato: ¿una cuestión de
disciplina para el clero o expresión de entrega total?, Marianne Schlosser trata la cuestión del celibato en la Iglesia
católica.
“¿Qué daño
supondría para la Nueva Alianza que los sacerdotes vivieran en un matrimonio
honorable como lo hacían en la Antigua Alianza? Es cierto que Cristo fue virgen y que aconsejó la virginidad a unos pocos que
podían comprenderla. ¿De dónde provino entonces este mandato, para que
ya no se quedara sólo en consejo?”. Este
texto que cita Schlosser data del siglo
XIV, pero argumentos similares han surgido en el siglo XIX y en la
actualidad.
Se plantean objeciones antropológicas, como la
idea de que el celibato puede atrofiar la existencia humana y llevar a “crímenes e infamia”. En última instancia, esto
cuestiona la fecundidad de la forma de vida de Jesús y de muchos santos, así
como el propósito del consejo
evangélico.
A pesar de que no existe una
conexión necesaria entre el ministerio sacerdotal y este carisma, el Concilio
Vaticano II (Presbiterorum Ordinis 16), afirmó que hay una “correspondencia múltiple” (multiformis convenientia)
entre ellos. La raíz del celibato se encuentra en el orden de la redención y extrae su “lógica” de la fe en la encarnación y, más aún, en
la resurrección corporal
de Cristo.
Como Karl Rahner señaló en 1968, la incomprensión del celibato es, en última instancia, síntoma de una crisis de fe.
¿Qué es, entonces, el celibato?
1.
Es testimonio de que Dios es amor
Quien anuncia la Buena Nueva –y
ésta es una de las tareas esenciales del sacerdote– debe hablar de la realidad
del amor de Dios. Una vida de celibato “por el
reino de los cielos” es un fuerte
testimonio de que Dios realmente “es amor”, de que sólo Dios es la realización última de la
persona humana y que, por tanto, merece la pena renunciar al matrimonio por
amor a Él.
2.
Es el estilo de vida de Jesús
En el Nuevo Testamento sólo hay
un sacerdote: el Señor, Esposo y Cabeza de su Iglesia. El ministerio
sacramental de la Nueva Alianza está, por tanto, enraizado en la cristología; sólo existe en dependencia del único
Sumo Sacerdote, Cristo, y no puede, por tanto, derivarse del sacerdocio de la
Antigua Alianza ni explicarse adecuadamente a partir de otros fenómenos de la
historia religiosa.
El estilo de vida sacerdotal es,
de hecho, el estilo de vida de
Jesús. Quien recibe el sacramento del orden sacerdotal está capacitado
para “representar” al Señor de la Iglesia,
para hacer visible a Cristo en la Iglesia a través de la predicación, la administración de
los sacramentos y
el servicio desinteresado a la salvación.
El sacerdocio no es solo una
función, es una identificación personal y absoluta con la vida de Cristo. Foto:
José Antonio Flores Quiroz / Cathopic.com
Según la concepción católica,
quien es ordenado sacerdote no asume simplemente un servicio o una tarea, en el
sentido de una función necesaria para la comunidad, sino que es llamado
al seguimiento especial de Cristo.
Lo que tiene que dar es lo que Cristo da y, precisamente, ese dar es lo que le
exige como persona. ¿Cómo no podría ser “apropiado”
que adapte su forma de vida a la de Jesús, siguiendo los consejos evangélicos?
3.
Es una entrega "total" a Jesús
En cuanto al “sacerdocio de primer grado”, el oficio de obispo,
esta conveniencia tampoco se discute en las Iglesias orientales. Según el
testimonio del Nuevo Testamento, el
servicio apostólico implica dejar atrás la vida y los proyectos anteriores,
incluso alejarse de la familia natural. Esta vocación plantea una
exigencia a toda la vida.
Sin embargo, en la actualidad el
debate se intensifica por el cuestionamiento evidente del matrimonio sacramental.
Lo que Romano Guardini expresó en su
obra Ética es sorprendentemente cierto: si el matrimonio y la sexualidad se
trivializan, también disminuye la comprensión del celibato por el Reino de
los Cielos. Precisamente porque el matrimonio, como la comunión única y
exclusiva entre un hombre y una mujer, configura y reclama a ambas personas en
todas sus dimensiones, el celibato puede entenderse como apropiado para alguien
que se pone al servicio totalmente
personal de la misión de Cristo.
“Unirse cada día
más a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote”, como se
dice en la liturgia de la ordenación, no significa una imitación puramente
externa. No se trata de algo funcional, como una mayor “disponibilidad”,
ni mucho menos de una existencia más cómoda. La vida célibe es expresión de la pertenencia interior a
Cristo, de la voluntad de permitir que Él intervenga realmente en la
vida cotidiana y personal.
El celibato es una forma muy
concreta de entrega a Dios,
también tangible en la dimensión de la renuncia, con la esperanza segura en la
obra fecunda de Dios, “para la salvación de los
hombres”. Al confiarse el carisma a la persona como sujeto libre, el
destinatario puede potenciarlo y
custodiarlo; pero, al mismo tiempo, puede descuidarlo, dañarlo o dejarlo
morir.
4.
Es una exigencia de responsabilidad y virtud
Aquí tienen una responsabilidad especial aquellos
que se ocupan de la tarea de acompañar e instruir, y quienes han de ayudar a
discernir las vocaciones. Haber recibido una vocación no significa estar exento
de toda tentación. La vida
según los consejos evangélicos no
es un paseo tranquilo, sino una excursión de montaña (Dom Dysmas de Lassus, prior de la Gran
Cartuja).
La tradición espiritual de
Oriente y Occidente era muy realista en este punto: quien no lucha contra la
ira, la impaciencia, la pereza espiritual o el hedonismo, o incluso se
desentiende temeraria y autosuficientemente de los peligros, corre el riesgo de
caer (cf. Juan Casiano, Collatio 12). La vida célibe requiere virtudes que la acompañen; ¿por qué se habla tan poco sobre esto?
5.
Es un servicio a la comunidad
Al mismo tiempo, “carisma” nunca significa un don espiritual
meramente privado, sino, por el contrario, una capacidad especial en beneficio de la comunidad eclesial.
Si la Iglesia abandonara su aprecio públicamente proclamado por la vida célibe
de los sacerdotes y dejara este estilo de vida a la discreción personal, la
vida célibe de un sacerdote diocesano se convertiría básicamente en su asunto privado, que poco tendría que ver
con su ministerio eclesiástico.
Y esto cambiaría también el
concepto mismo del sacerdocio. Más bien debería dar que pensar el hecho de que,
en la historia de la Iglesia, la renovación espiritual ha ido siempre
acompañada de un florecimiento de la vida célibe.
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