miércoles, 6 de septiembre de 2023

¡LOS LENTOS, ASÍ CON MAYÚSCULAS!

 Es que Los Lentos fueron algo así como el momento más sublime de nuestras noches de baile, aquellas en las que gastábamos pantalones Fiorucci, camisas Ángelo Paolo y zapatillas Topper blancas, bien lavaditas.

Convenía ir perfumado con Colbert y munido con un paquete de Chiclets Adams y una tirita de Cafeaspirina para aguantar la trasnochada, porque en esa época no había bebidas energizantes, nos sorprendía con un “lentazo” de A-ha o de los Guns. ¡Mamita! ¡Te temblaban las piernas! Era el instante que estabas esperando durante toda la noche y, sin embargo, nunca parecías preparado.

Entonces te podían pasar dos cosas: o que tu compañera de baile huyera despavorida o que se quedara paradita ahí, frente tuyo. Eso quería decir que aceptaba continuar bailando con vos, avanzando, más que un escalón, una escalera entera en la relación.

Allí comenzaba una ceremonia comparable al momento en que un pollito rompe la cáscara de su huevo. Es que sucedía algo muy torpe y tierno a la vez. Uno, con un alto grado de timidez, se acercaba y esperaba que ella pusiera sus manos sobre tus hombros para, luego, despacio, dejarte que apoyaras las dos palmas de tus manos en sus caderas, que a esa altura eran el cielo mismo.

Si conseguías pasar ese trámite sin desmayarte ni pisarle los dos pies a tu compañera, se abría el juego más maravilloso que podía practicarse en esos lugares danzantes. Estaba bien visto quedarse callado y disfrutar el primero o segundo tema, pero ya en el tercero tenías que animarte a hablar. Ya intentarlo era una ventaja, porque ella, que era dueña de la distancia, iría cruzando lentamente sus brazos en tu cuello para escucharte mejor y ponerse más cerca.

Así, mientras acompañabas ese movimiento con las manos hacía su espalda, podías conocerla mejor. El nunca bien ponderado “¿Siempre venís acá?” era, sin embargo, todo un clásico, aun en boliches que se inauguraban. Preguntar el nombre de entrada, tampoco era conveniente, y menos que eso ensayar un piropo, que podía resultar hasta agresivo en esos primeros momentos de la relación.

Al final, si lograbas superar la primera tanda, la noche era toda tuya, y tal vez ella también. Porque pocas cosas en la vida me han dado tantas emociones y escalofríos… Porque al mundo le hacen falta más hombres que tiemblen frente a una mujer… Porque todavía no han inventado nada en los boliches que pueda superarlos…

Por todo eso y mucho más: ¡qué vuelvan Los Lentos!

Juan Ignacio Romero Cruzado

 

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