Es que Los Lentos fueron algo así como el momento más sublime de nuestras noches de baile, aquellas en las que gastábamos pantalones Fiorucci, camisas Ángelo Paolo y zapatillas Topper blancas, bien lavaditas.
Convenía
ir perfumado con Colbert y munido con un paquete de Chiclets Adams y una tirita
de Cafeaspirina para aguantar la trasnochada, porque en esa época no había
bebidas energizantes, nos sorprendía con un “lentazo”
de A-ha o de los Guns. ¡Mamita! ¡Te temblaban
las piernas! Era el instante que estabas esperando durante toda la noche
y, sin embargo, nunca parecías preparado.
Entonces
te podían pasar dos cosas: o que tu compañera de
baile huyera despavorida o que se quedara paradita ahí, frente tuyo. Eso
quería decir que aceptaba continuar bailando con vos, avanzando, más que un
escalón, una escalera entera en la relación.
Allí
comenzaba una ceremonia comparable al momento en que un pollito rompe la
cáscara de su huevo. Es que sucedía algo muy torpe y tierno a la vez. Uno, con
un alto grado de timidez, se acercaba y esperaba que ella pusiera sus manos
sobre tus hombros para, luego, despacio, dejarte que apoyaras las dos palmas de
tus manos en sus caderas, que a esa altura eran el cielo mismo.
Si
conseguías pasar ese trámite sin desmayarte ni pisarle los dos pies a tu
compañera, se abría el juego más maravilloso que podía practicarse en esos
lugares danzantes. Estaba bien visto quedarse callado y disfrutar el primero o
segundo tema, pero ya en el tercero tenías que animarte a hablar. Ya intentarlo
era una ventaja, porque ella, que era dueña de la distancia, iría cruzando
lentamente sus brazos en tu cuello para escucharte mejor y ponerse más cerca.
Así,
mientras acompañabas ese movimiento con las manos hacía su espalda, podías
conocerla mejor. El nunca bien ponderado “¿Siempre
venís acá?” era, sin embargo, todo un clásico, aun en boliches que se
inauguraban. Preguntar el nombre de entrada, tampoco era conveniente, y menos
que eso ensayar un piropo, que podía resultar hasta agresivo en esos primeros
momentos de la relación.
Al final,
si lograbas superar la primera tanda, la noche era toda tuya, y tal vez ella
también. Porque pocas cosas en la vida me han dado tantas emociones y
escalofríos… Porque al mundo le hacen falta más hombres que tiemblen frente a
una mujer… Porque todavía no han inventado nada en los boliches que pueda
superarlos…
Por todo eso y mucho más: ¡qué vuelvan Los Lentos!
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