En su segundo día de estancia en Marsella, a primera hora de la mañana Francisco mantuvo un encuentro privado en la Casa de las Misioneras de la Caridad con medio centenar personas sin hogar o en situación de precariedad económica.
Tras este acto, se desplazó al
Palacio del Faro, donde participó en la sesión final de los Encuentros Mediterráneos, que reúnen a 120 jóvenes de
países mediterráneos, de culturas y religiones diversas, con obispos
católicos de 29 países.
A su llegada fue recibido
por Emmanuel Macron y
su esposa. El presidente francés le
ofreció su brazo para apoyarse y caminaron unos metros
antes de que el pontífice se sentara en la silla de ruedas. Macron se ve
envuelto en una intensa polémica política desde que anunció que participará en la misa que
celebrará el Papa el sábado por la parte. La izquierda se lo reprocha por el
carácter laico de la República. Él responde que acude "no como católico, sino como presidente de la
República, por respeto y cortesía" y como lo han hecho otros
predecesores suyos.
"LA
SOLUCIÓN NO ES RECHAZAR"
En su intervención, Francisco
sostuvo que el Mediterráneo tiene como vocación ser "un laboratorio
de paz", porque ésa es "su
vocación, ser un lugar donde países y realidades diferentes se encuentren sobre
la base de la común humanidad que todos compartimos, y no de ideologías
contrapuestas": "El Mediterráneo no expresa un pensamiento uniforme e
ideológico, sino un pensamiento polifacético y adherido a la realidad; un
pensamiento vital, abierto y conciliador: un pensamiento comunitario". Los
"nacionalismos anacrónicos y beligerantes", por el contrario, "quieren
acabar con el sueño de la comunidad de naciones".
Escuchando "los gritos de dolor que se elevan desde África del
Norte y Oriente Próximo", Francisco recordó a las personas que "viven inmersas en la violencia y sufren
situaciones de injusticia y persecución", como "tantos cristianos,
a menudo obligados a abandonar sus tierras o a
habitarlas sin que se les reconozcan sus derechos".
Pero "hay
un grito de dolor que es el que más retumba de todos", añadió
enseguida, "y que está convirtiendo el mare
nostrum [mar nuestro] en mare mortuum [mar de los muertos], el Mediterráneo de cuna de la
civilización en tumba de la dignidad". Se
refería el Papa al "grito sofocado de
los hermanos y hermanas migrantes".
Según Francisco, "el mare nostrum clama justicia,
con sus riberas rezumantes de opulencia, consumismo y despilfarro, por un lado,
y de pobreza y precariedad, por otro... Los emigrantes deben ser
acogidos, acompañados y protegidos; este es el estilo de lo que hay
que hacer con los emigrantes... Quienes se refugian con nosotros no deben ser
vistos como una carga que hay que llevar, si los vemos como hermanos se nos
manifestarán sobre todo como dones".
"Contra la
terrible lacra de la explotación de los seres humanos", dijo, "la solución no es rechazar, sino garantizar, en la medida de las posibilidades de
cada uno, un amplio número de entradas legales y regulares, sostenibles gracias
a una acogida justa por parte del continente europeo, en el marco de la
cooperación con los países de origen".
Es más, "la asimilación
que no tiene en cuenta las diferencias y permanece rígida en
sus propios paradigmas, deja, en cambio, que la idea prevalezca sobre la
realidad y compromete el futuro, aumentando las distancias y provocando la
formación de guetos, que provoca hostilidad e intolerancia".
"TEOLOGÍA
MEDITERRÁNEA"
Para enjuiciar todos estos
acontecimientos, Francisco pidió una "teología
mediterránea que desarrolle
un pensamiento adherido a la realidad, “casa” de lo humano y no sólo del dato
técnico, capaz de unir a las generaciones vinculando memoria con futuro, y de
promover con originalidad el camino ecuménico entre cristianos, así como el
diálogo entre creyentes de distintas religiones".
"Es bueno
aventurarse", concluyó, "en una investigación filosófica y teológica que, recurriendo a
las fuentes culturales mediterráneas, restituya la esperanza al hombre, misterio
de libertad que está necesitado de Dios y del otro para dar sentido a su
existencia. Y también es necesario reflexionar sobre el misterio de
Dios, que nadie puede pretender poseer ni dominar, y que, de hecho, debe
sustraerse a todo uso violento e instrumental, conscientes de que la confesión
de su grandeza presupone en nosotros la humildad del que busca".
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