Todo el vacío que nos envuelve es una tortura muchas veces insoportable.
Por: Marlon Jose Navarrete Espinoza | Fuente:
Catholic.net
Las virtudes más sobresalientes de quienes tienen la dicha de llegar a la
santidad son la riqueza y el desprendimiento. Cuando hablamos de riqueza, no
nos referimos a una fortuna en dinero o en bienes materiales tales como joyas,
propiedades valiosas, dinero en efectivo en los bancos, diamantes o el oro
mismo; su fortuna es estar cerca de DIOS y su
riqueza es cumplir su evangelio, su voluntad sin apegarse o aferrarse a las
posesiones materiales, para alcanzar su redención y la de todas las almas en el
mundo. Los santos nos acercan a DIOS con su
ejemplo, nos enseñan a DIOS con su testimonio de
vida y no es porque no sean pecadores o no tengan defectos como todos los
tenemos, sino que supieron vencer sus debilidades para luego fortalecerse con
las gracias y bendiciones del Espíritu Santo y así perfeccionaron su
existencia, preparándose a entrar en el Reino del Señor con un alma pura y
limpia. Eso es algo admirable y digno de seguir.
Ellos nos muestran un camino a
seguir, por supuesto que nunca libre de dolor, padecimientos, penas y
sufrimientos; pero todo eso se convierte en un fuego purificador si se acepta y
se lleva con confiada serenidad y paciencia silenciosa ante la misericordia de DIOS. No se puede gozar del paraíso sin tener antes un
calvario. Por eso es que los niños, jóvenes, muchachos o muchachas, hombres y
mujeres adultos o personas ancianas, llegan a esa iglesia triunfante en el
cielo, ya que en su renuncia de sí mismos, en su desprendimiento de todo lo
mundano, lo vano y material, es donde está su real riqueza, ahí con el Señor
encuentran su realización completa, su felicidad absoluta.
La pobreza para ellos no es un
problema de altura, es una oportunidad de confianza más plena en el
Todopoderoso, las privaciones o austeridades no son un estorbo, son medios de
crecer espiritualmente en su persona, la enfermedades o padecimientos no son un
sufrimiento sin sentido, son un camino al encuentro con Jesús y parecerse a Él
en su vía crucis. Sus penas no tienen pesadas piedras en su conciencia, son una
ofrenda por la salvación de su prójimo, sus tribulaciones o problemas no son
eslabones que los encadenan a la derrota, son fuente de liberación para sus almas;
toda su vida la convierten en un ramo de flores como ofrenda para DIOS.
No hacen amistad con el pecado
por muy pecadores que hayan sido, aborrecen la injusticia por ser incompatible
con el amor de DIOS, la justicia Divina es su
escudo y estandarte para detener al maligno y defenderse de todo mal que el
mundo infringe a su vida. El arrepentimiento no es una humillación, es una
redención que une con el Creador. La humildad es su mejor identidad, que junto
a la sencillez, se transforman en tesoros espirituales para la eternidad.
No convirtieron su fe en un
negocio lucrativo, ni miraron a DIOS como
inversionista de bienes raíces, es decir, no intercambiaron su fe por la
prosperidad financiera, en un mundo que adora el dinero y el poder.
Todo va sumando desde la
juventud, nada es pequeño o insignificante para DIOS si
se hace por Él, en su nombre, con amor y desprendimiento, de buena fe y con
honestidad.
Entendemos esto mucho mejor
cuando alrededor de nuestras vidas empieza a desaparecer paso a paso y paulatinamente,
todo lo que amamos en este mundo. Vemos fallecer a más de un familiar cercano
muy querido, nuestras posesiones se pierden por razones ajenas a nuestra
voluntad y todo nuestro círculo cercano de amigos y personas en quienes
confiábamos, comienzan a partir para siempre de nuestro lado. Todo lo que
dábamos por sentado, todo lo que teníamos por seguro, de repente desaparece;
hoy tenía mucho y mañana ya no tengo nada. Todo me ha sido quitado, arrebatado
sin piedad ni compasión alguna. Ahí en esos instantes es donde más está DIOS y cuando más se hace presente y en dónde más lo
necesitamos.
Todo el vacío que nos envuelve es
una tortura muchas veces insoportable que sólo la fe en el Altísimo, en su
Santa Madre la Virgen y en los Santos, así como los sacramentos de la Santa
Iglesia Católica, es donde encontramos un refugio seguro que habrá de darnos
consuelo, fuerzas y fortalezas con el tiempo para vencer nuestros más profundos
temores y nuestras graves debilidades.
Vemos en el presente ya no
docenas, ni cientos; sino miles de ejemplos de Santidad cuya existencia
humilde, desprendida y rica en virtudes, nos hablan claramente de DIOS y su infinito amor por nosotros.
Por mencionar sólo a unos pocos,
lejanos y también cercanos en el tiempo hasta nuestros días modernos, podemos
ver a San Francisco de Asís, el santo de la humildad. San Antonio de Padua,
modelo de caridad, Santa Clara de Asís fiel seguidora y amiga de San Francisco
en su renuncia de la materia, hasta otros tan jovencitos como Santo Domingo
Savio, San Juan Bosco gran educador de la juventud, San Luis Gonzaga que
ayudaba a los pobres, Santa Teresita del Niño Jesús patrona de los misiones,
Santa Teresa de Jesús, Doctora de la iglesia, San Jerónimo Doctor de la Iglesia
y conocido en Nicaragua como el médico que cura sin medicinas, tenemos a los
mártires del holocausto Católico en España, Francia y México, quienes no
merecían morir pero lo hicieron por amor a su fe, como también los mártires de
las misiones en África o Ásia del este, tenemos a los Papas San Juan XXIII y a
un gigante de DIOS como es San Juan Pablo
Segundo y últimamente a Carlos Acuti en Italia, recientemente Beatificado por
ser un “ciber apóstol” o el “influencer de DIOS” en internet quien hizo varios
documentales para mostrar los milagros eucarísticos.
Todos ellos y los que vienen son
seres con grandiosas virtudes heroicas que se desprendieron de lo mundano por
abrazar la riqueza de CRISTO en su única y
verdadera Iglesia. Defendamos nuestra fe a como ellos cada uno a su manera y en
su tiempo lo hicieron. Entrega total, confianza ciega y profundo amor lo dieron
a DIOS sin reservas.
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