«¡QUÉDATE TU CRUZ!», LLEGÓ A DECIRLE A JESUCRISTO CONTEMPLANDO EL VIA CRUCIS DE LOURDES
Marie no comprendió el amor de Dios hasta que no
comprendió la victoria de la Resurrección.
Marie recibió
tres golpes muy duros, dos de ellos en la infancia, que marcaron
equivocadamente su visión sobre Dios. Ella misma lo cuenta en L'1visible:
Soy la cuarta hija de una familia
de cinco. Al nacer, graves complicaciones me dejaron una discapacidad física. Hoy
casi no se nota, gracias a años de rehabilitación, pero me ganó las burlas de mis
compañeros de clase, desde la guardería al instituto.
Tenía diez años cuando mis padres se divorciaron. Es violento, traumatizante. Lo que
yo sentía como una fragilidad psíquica, para mis padres no arreglaba nada.
Creía no tener derecho a la felicidad, ni a ser feliz un día.
Es difícil tener así la visión de
un Dios que te ama, protector, consolador. Lo que me ayudaba a creer eran los
amigos, los encuentros con jóvenes cristianos y los retiros espirituales.
El 11 de noviembre de 2017 recibí
una llamada de teléfono cuando estaba en el trabajo. No reconocí la voz del
hombre que estaba al otro lado. Pero era mi padre, que me pidió que me sentase
y me anunció: “Gwénolé ha muerto”. Mi
hermano había muerto en Santiago de Compostela mientras
dormía, al finalizar su peregrinación.
EL
RECHAZO
Borré a Dios de mi vida. Durante un año, tenía miedo de
rezar, miedo de atraer más desgracias. Antes, ya fuese presa de la tristeza, de
la duda o de la cólera, o cuando estaba alegre, me dirigía con frecuencia a
Dios. Así que cuando le abandoné me sentí terriblemente
sola.
En enero de 2018 fui a Lourdes sola para
buscar respuesta y un poco de consuelo junto a la Virgen María. Subí el Via
Crucis en estado de ebullición interior. Me decía: “Señor,
de acuerdo, tú llevas una cruz, pero ¡quédatela! Yo no quiero tu cruz ni tus
sufrimientos. ¡Déjame tranquila!”
Mi vida me había mostrado una falsa imagen de
Dios y de su Hijo Jesús: un Dios sádico, que me
pedía que le ayudase a llevar su cruz. Pero había vivido 23 años con fe,
y todo eso no desaparece de un día para otro. En lo más profundo, estaba
convencida de que Dios era la respuesta.
AGAPETERAPIA
Quise hacer una agapeterapia o “sanación por el amor de Dios”. Era
la última oportunidad. Si no volvía convertida, sin señales del amor de Dios,
abandonaría definitivamente toda práctica religiosa y el ambiente católico.
El Cenáculo, en Cacouna (Quebec,
Canadá) es una mansión construida en 1900 y vendida en 1941 a los capuchinos
como noviciado. En 1980 fue fundada como Casa de Oración a un grupo de la
Renovación Carismática Católica, que ofrece allí lo que denominan agapeterapia o "sanación por el amor de
Dios".
En ese lugar, llamado el Cenáculo,
escuché una frase que abrió mi corazón a Jesús: “Cristo
ha muerto y ha resucitado, he ahí el fundamento de nuestra fe” ¡Qué amigo! ¡Qué
consolación en Jesús! ¡Qué Rey victorioso! Vivió nuestra condición
humana, lloró la muerte de su amigo Lázaro, tuvo el sentimiento de ser
abandonado por su Padre, vivió la soledad y el destierro, trabajó, murió. ¡Pero resucitó! Venció toda tristeza. ¡Su resurrección es
una victoria! Dios me
mostró la imagen de un Gwen feliz, detrás de Cristo, saludándome con la mano
como hacía habitualmente.
Estoy segura de que es feliz allá
donde esté, de que vela por mi familia. Dios vino a llenarme de esperanza al
darme como regalo, como amigo, como hermano, a su Hijo Jesús. El Señor es un
Dios liberador, me iluminó para tomar buenas decisiones sobre mis difíciles relaciones familiares.
ALEGRÍA
Y PAZ
He vuelto a ir a misa, para contemplar la muerte y la
resurrección de Cristo, la entrega total de su vida para salvarnos y ofrecernos
una alegría eterna. Todos los días dedico un tiempo a rezar, a leer
la Biblia, a dejarme enseñar por los profetas, por los apóstoles,
por Jesús mismo.
Llegué a aquel retiro en estado
depresivo, encolerizada, triste, perdida y sin esperanza. Salí de él convertida
y feliz. El Señor no ha dejado de mantener vivas esa alegría y esa
paz que habitan en mí.
Publicado en ReL el
7 de septiembre de 2019.
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