TODOS SUS HIJOS SE FUERON BAUTIZANDO DESPUÉS: SONIA LO HA CONTADO EN UN LIBRO
Sonia Drapeau era una atea convencida cuando se
acercó a contemplar el anillo de Santa Juana de Arco. No solo iba a cambiar su
vida, también la de toda su familia.
El 26 de febrero de 2016, el
parque temático histórico Puy du Fou adquirió en
Londres, en una prestigiosa casa de subastas, el anillo de Santa Juana de Arco, que había estado en manos inglesas
desde que la joven fuese quemada en la hoguera en 1431. Se lo habían regalado
sus padres, y la Doncella de Orleáns lo describió durante el proceso que un año
después la condenó a la hoguera: "Tenía tres
cruces y ningún otro signo que yo sepa, salvo los nombres
de Jesús y María".
Hecho en aleación de cobre y
plata con remaches de oro, y autentificada su antigüedad por los especialistas,
ya había sido expuesto en Francia en 1956, prestado por su propietario
entonces, el doctor James Hasson.
Pero ahora Philippe de Villiers,
fundador de Puy du Fou, y su hijo Nicolas,
actual gerente, podían mostrarlo con todos los honores debidos a la heroína
nacional y ya definitivamente como propiedad francesa. Así lo hicieron el
20 de marzo de ese año.
DÍAS
ANTES...
Lo que no podían saber ese día ni
Nicolas ni Philippe (el hombre que puso de moda a Charette, el héroe
vandeano sobre el que se ha hecho la película Vencer o morir)
es que, solo unas pocas fechas antes, ese mismo anillo había obrado un milagro.
O, si se prefiere, una conversión milagrosa. Que llevó a otras. Con lo cual el
triunfo de su compra no era solo nacional y colectivo, sino, para toda una
familia, muy personal.
La historia la ha contado su
protagonista, Sonia Drapeau, en un
libro autobiográfico publicado hace algunas semanas: Convertida por el anillo de
Juana de Arco (Salvator).
Fue el 4 de marzo de
2016. Sonia llevaba cinco años trabajando como en los equipos
sanitarios de emergencia de Puy du Fou. Aquel día se había congregado el
numeroso equipo para preparar la siguiente temporada. Contrariamente a lo
habitual, el encuentro no lo presidía Nicolas, sino el secretario general, pero
nada presagiaba una reunión distinta de otras muchas. Hasta que, hacia el
final, Nicolas apareció con la gran sorpresa y el gran anuncio: el anillo, que
llevaba consigo en un cofre.
Durante el ágape posterior, los
trabajadores del parque se iban a convertir así en los privilegiados que lo verían de cerca por primera vez.
Sonia se puso en la cola,
consciente de lo afortunada que era, lo vio durante unos instantes cuando llegó
su turno "con la impresión de vivir un
momento histórico", y regresó con su grupo. Pero luego,
viendo que otros amigos se habían hecho una foto con él, sintió que había dejado pasar una oportunidad y
regresó a la cola para tener el recuerdo de tan especial evento.
Mientras capturaba la
instantánea, vio cómo la mano de otro compañero se acercaba y lo tocaba. "En un primer momento", recuerda, "ese gesto me pareció un sacrilegio. Luego
tuve que resistir la fuerte tentación de tocarlo yo también.
Pero finalmente, viendo que Nicolas no se oponía, me atreví a rozarlo..."
LA
HISTORIA DE SONIA
Aquí conviene echar la vista
atrás para saber algo más sobre Sonia. Nacida en 1967, tenía 49 años y era atea. Fue bautizada a los dos días de nacer en el propio hospital,
pero por un motivo en el que su madre, no practicante, fue sincera: "Si no la bautizo en el hospital, cuando salga no
lo haré".
Pero no recibió formación
cristiana. Cuando tenía diez años, entró en una iglesia con una prima suya sin
saber qué era la misa ni la eucaristía. Comulgó por curiosidad y sin ser
consciente de lo que estaba haciendo. Fue su único contacto con la Iglesia,
porque recibió una educación "estricta y
justa, pero sin dimensión religiosa".
A los 20 años conoció a quien hoy
es su marido, Philippe, creyente
aunque tampoco muy devoto. Cuando llegó la hora de casarse, él quiso hacerlo en
el templo: "Yo cedí a su deseo por amor, pero
con una simple bendición nupcial", porque "una misa
completa con la comunión era más de lo que podía soportar".
Tuvieron cuatro hijos. Él quería
bautizarlos y ella no, y no encontraron una fórmula viable de entendimiento,
porque la parroquia pedía un plan de formación para los padres que Sonia no
estaba dispuesta a seguir. Los niños se quedaron sin el sacramento.
Así pues, aquel día en que rozó
con la yema de sus dedos el anillo de Santa Juana de Arco, quien lo hacía era
una mujer muy recalcitrante a la fe y muy firme en esa convicción.
"IRRUMPE
LO SOBRENATURAL"
¿QUÉ PASÓ?
"En el
instante en el que mis dedos tocaron el anillo, irrumpe lo sobrenatural",
evoca: "Me invade
un calor abrasador, tan intenso que es humanamente imposible
describirlo con palabras. Me siento poseída por un sentimiento de amor
infinito, maravilloso, indescriptible. Mi corazón se funde, mi
inteligencia vacila, mi espíritu cede ante lo Eterno. ¿Qué está pasando? A la
velocidad del rayo, la evidencia se me impone: creo. Creo en una
entidad o un ser invisible. Atea desde mi nacimiento, tengo inmediatamente la
impresión de haber estado ciega y sorda durante cuarenta y nueve largos años
vacíos de sentido. Comprendo, con una luminosa certeza, que soy
amada por ese ser inmenso oculto en el más allá".
Cuando Sonia se apartó del
anillo, quedó anonadada por lo sucedido y a duras penas pudo sostener la
conversación con sus compañeros antes de irse. Su "espíritu
cartesiano" seguía resistiéndose a ese "torrente de amor" que, confiesa, la
recorría "de la cabeza a los pies".
Además, ansiaba llegar a casa
para contárselo a su marido. Cuando acabó el relato, le preguntó: "Tú, que eres creyente... ¿eso es tener fe?". Philippe
no salía de su asombro, aunque nada más verla supo que algo le pasaba. Le
preguntó qué sentía: "¡Todo se mezcla en mi
cabeza! Incluso me planteo si no lo habré
imaginado todo. Voy a acostarme y mañana
se habrá acabado. Seguramente es el cansancio".
Pero no fue así. Todo seguía
igual al día siguiente. Se sintió decepcionada, porque "prefería
que hubiese sido un mal sueño": "No
comprendía qué me pasaba y tenía miedo".
BUSCANDO
AYUDA
Lo primero que hizo fue hablar
con Agathe, una amiga de la infancia, católica y muy devota, para
compartir con ella sus sentimientos: "Ahora
tengo la certeza de que existe un mundo invisible", le confesó.
La respuesta la dejó estupefacta: "Hace diez años que rezo todas las noches por
tu conversión, y he rezado en
Lourdes por la conversión de toda tu familia. ¿No te das cuenta, Sonia? ¡Has
recibido una gracia enorme! El Señor te ha tocado". Le
recomendó empezar a ir a misa los domingos con su marido.
Philippe era creyente, más por
tradición que por convicción, y no iba habitualmente a la iglesia. Pero
estaba contento con el cambio de su mujer, y aceptó encantado ir
junto a ella.
La experiencia no fue grata para
Sonia, porque no entendía nada. Pero cuando más desconcertada estaba, se volvió
a su marido y se lo encontró llorando a
lágrima viva: "Parecía muy
feliz. Su rostro resplandecía. Tras varios minutos, dijo con una voz tenue:
'Cuando era niño, nunca me planteé si el Señor estaba presente en la
hostia. ¡Ahora sé que es verdad!'".
Era la segunda conversión del
anillo de la Doncella de Orleáns: el reavivamiento en la fe dormida de Philippe.
Eso empezó a crear en Sonia una
nueva inquietud: "La tortura de no poder
recibir el cuerpo de Cristo", en quien ya
creía. Habló con un sacerdote, de quien
empezó a recibir una primera formación cristiana.
EL
ÉXTASIS DE PAULINE
Entretanto, habían pasado dos
semanas y llegaba el momento de la exposición pública del anillo. Sonia forzó
a Pauline, su hija adolescente (quien,
víctima de los modernos sistemas educativos, pensaba que Juana de Arco era un
personaje de ficción), a acudir al evento. Le explicó su importancia histórica,
y la ventaja que tenía, por ser hija de una trabajadora de Puy du Fou, de contemplar el objeto antes de que se abriesen las interminables colas. No consiguió vencer del todo sus reticencias,
pero consiguió llevarla.
Con lo que no contaba es con que
su hija, puesta ante la reliquia a regañadientes, entrase en una especie
de éxtasis del
que no salía, hasta que un vigilante de seguridad les dijo que tenía que
apartarse para que los demás pudieran verla también. Sonia intentó tirar de
ella, en vano. No pudo ni con la ayuda de Agathe. Algo pasaba. Finalmente, la
niña despegó los pies del suelo y las acompañó.
"En el camino
de vuelta, estuvo muda, tocada en lo más profundo de
sí misma", cuenta Sonia. Luego su hija le
contaría que no recordaba lo que pasó. Pero al llegar el domingo siguiente,
pidió acompañar a sus padres a misa.
UN
HIJO TRAS OTRO
En los meses siguientes, Sonia
preparó su confesión. La penitencia que le impuso un fraile franciscano, que
escuchó sus pecados de casi medio siglo, fue una peregrinación a Fátima y un retiro espiritual en silencio.
En julio de 2016 cumplió lo
prometido y en septiembre llegó el esperado momento de la primera comunión. Sus cuatro hijos estaban allí: François (quien algunas veces
iba con sus padres a misa), Pauline e incluso Clothilde y Thibault, a quienes no gustaba la
evolución de su madre y no pensaban aunque, pero al final lo hicieron por darle
a ella esa alegría.
Cuando regresó del comulgatorio
tras recibir al Señor por primera vez, Clothilde lloraba: "No me atreví a preguntarle nada, pero conservé esa
imagen en mi corazón". Luego sabría que las lágrimas no eran de
emoción momentánea, sino que la joven llevaba un tiempo interrogándose sobre la
fe.
La relación de Sonia con sus
hijos en la cuestión de la fe se había complicado, porque al principio no
entendían qué le había sucedido a su madre:
"Al no haber educado religiosamente a nuestros hijos, me
resultaba imposible transmitirles adecuadamente la fe. ¡Dios lo
sabía! Así que tendría que actuar Él solo si
quería convertirles, como yo le pedía. ¡Y lo hizo admirablemente bien...!"
En el mismo año de 2018, en el
que Sonia recibió del obispo de Angers, Emmanuel Delmas, el sacramento de la confirmación, se bautizaron
François y Pauline. Y en 2021, tras un recorrido de incertidumbres primero y
formación después, lo hicieron Clothilde y Thibault. Conversiones en las
que apenas pudo tener ella un papel activo,
pues ambos estudiaban fuera de casa.
"Es
increíble", celebra Sonia: "En el espacio de cinco años, todos
los miembros de nuestra familia entraron en el redil de la Iglesia
católica". A día de hoy, concluye, "no
todos avanzan en la fe al mismo ritmo. Cada uno tiene su forma de seguir al Señor"
y ella no les fuerza. Y aunque algunos amigos han dejado de
frecuentarles, porque ella vive y practica ahora la religión intensamente
y está comprometida en diversos apostolados, se siente "feliz" en su
nueva vida cristiana.
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