UNA REBELDE SORPRESA EN LA CARTELERA, QUE MUESTRA DÓNDE RESIDE LA ESPERANZA
La actriz japonesa Chieko Baisho es la protagonista
de 'Plan 75', un retrato demasiado parecido a la realidad a la cual nos
acercamos por el envejecimiento demográfico y la aceptación del suicidio
asistido.
Se encuentra en cartelera una
película de coproducción franco-japonesa-filipina, Plan 75, con
guión y dirección de Chie Hayakawa,
que podría calificarse de distópica si
no fuese porque, más que una pesadilla de un futuro inmediato, parece
presentarnos ya nuestro presente.
El envejecimiento demográfico y la eutanasia masiva son los ejes de este film, aprovechado por
su directora para situar la esperanza del mundo en el amor real entre las
personas concretas.
Pietro
Piccinini la comenta
en Tempi:
La civilización inhumana del
derecho a morir
Para ser sincero, como idea
distópica no es ni siquiera la más original. Una sociedad en la que el problema
del envejecimiento de
la población ha adquirido las dimensiones de una auténtica emergencia económica y se está
resolviendo de la forma más drástica: el "Plan
75", un programa gubernamental de eliminación masiva de los mayores de 75 años disfrazado
de gran y noble campaña de eutanasia voluntaria, con un premio en fichas de oro
para los afortunados participantes. De hecho, es un escenario que el cine y la
literatura ya han imaginado muchas veces.
Si acaso, lo que hace que
este Plan 75 sea notable es el hecho de que proceda de Japón, como su directora, Chie Hayakawa. Y no se trata de que la
película "refleje
efectivamente la cultura de ese país", como se apresuraron a
explicar todos los periódicos tras las primeras proyecciones europeas, sino que
es precisamente el hecho de que esta obra, tan "japonesa" y tan irreal, acabe juzgando un presente que, al
fin y al cabo, ya es el nuestro,
aquí y ahora.
"YA
ESTÁ EMPEZANDO A SUCEDER"
Presentada en el Festival de Cannes 2022, estrenada en
Italia el 11 de mayo [en España el 28 de abril, aún en cartelera] a Tucker Film, Plan 75 pretende
que el espectador experimente las dos caras de la gigantesca alienación colectiva producida
por el imaginado experimento
social, proponiendo como protagonistas, por un lado, a la anciana Michi
(la excelente Chieko Baisho),
sola en el mundo y reacia candidata a la eutanasia estatal; por el otro, a los
jóvenes Hiromu (Hayato Isomura)
y Yoko (Yuumi Kawai),
entusiastas promotores del mortífero programa que se enfrentarán a su
devastadora inhumanidad.
Como contrapeso a todos ellos
tenemos a María (Stefanie Arianne),
una trabajadora socio-sanitaria filipina, prácticamente el único personaje de
la película que tiene una familia y
una comunidad a la que pertenece (cristiana,
un detalle que no es casual): Chie Hayakawa le confía a ella, según ha admitido
explícitamente, la tarea de mostrar toda la "calidez"
que está perdiendo una sociedad
individualista y reacia a los lazos humanos.
También es digna de elogio la
elección de la directora de no llegar nunca al espectáculo de la
ciencia-ficción, procurando que el contexto y la atmósfera resulten creíbles mediante la repetición
de secuencias de soledad ordinaria
y dramática, pelagatos marchitos obligados
a realizar trabajos que ya no se adaptan a su edad, teléfonos que no dejan de
sonar, espacios que uno esperaría rebosantes de vida pero que en cambio
están desiertos, escenas de
grupo en las que las distintas
generaciones nunca se cruzan, viejas fotos de familia difuminadas y olvidadas en algún mueble. La
ausencia de espectáculo, dice Chie Hayakawa, sirve para reforzar la impresión
de que "esto
no es ciencia ficción, sino algo que podría suceder. O que ya está empezando a suceder".
Definitivamente, Plan 75 es
una película japonesa que habla de nosotros. En esta sociedad inexistente y,
sin embargo, real, los lazos entre
las personas no existen o, si existen, no cuentan, porque la finalidad
de la vida es la autonomía.
El anuncio del programa de
eutanasia masiva que se emite continuamente en las consultas geriátricas,
mientras la bandera con el logotipo del Plan 75 ondea allá donde haya un
anciano al que convencer, lo dice casi exactamente en estos términos. "Por un futuro prometedor", dice la
protagonista del anuncio, ahora tienes derecho a "elegir cómo morir". El aislamiento es el verdadero
compañero invisible de todos, y sin embargo Michi apenas consigue confesar esta
experiencia a su amiga más íntima.
Quizá el aspecto más eficazmente
japonés de la película sea la idea de sacrificio de uno mismo, que aparece una y otra vez en las
posturas más escalofriantes representadas en la película. "Lo hago por el bien de mis nietos", proclama
con orgullo en un momento dado una candidata a la supresión. Pero ya desde la
impactante escena con la que se abre la historia -una masacre en una residencia de ancianos llena
de "pesos sociales", inspirada en
hechos realmente sucedidos- queda claro que esto también es un engaño. Es un
sacrificio que no sacraliza nada: al contrario, lo destruye todo. Y de hecho,
el huraño anciano Yukio (Taka Takao),
una vez que ha decidido adherirse al programa de la muerte, completará el "sacrificio" tirando a la basura todo lo que recuerde su paso por este
mundo.
LA
CHISPA DEL CAMBIO
Es significativo que esta crítica radical a la civilización del "derecho a morir" provenga
de Japón y de posiciones que tienden a la izquierda (no es casualidad que la
eutanasia de Estado en la película sea un remedio para aliviar los presupuestos públicos del coste de quienes
no pueden mantenerse por sí mismos, a cambio de un "subsidio
propedéutico" que, en realidad, es poco más que una limosna).
Aún más sorprendente es el hecho
de que la redención en
este sombrío panorama social, la chispa de un cambio de perspectiva, no
provenga del coraje de héroes sin mancha. Al fin y al cabo, la protesta provida ni siquiera es
concebible, reducida a un tomate lanzado a los funcionarios del exterminio, y
sin una mínima reivindicación. Lo que permite a los protagonistas empezar a
pensar por sí mismos y mirar la realidad en lugar de conformarse con las
consignas falsamente compasivas del mortífero gobierno son los encuentros con personas concretas, y
no necesariamente admirables.
Yuumi Kawai
interpreta a Yoko, quien entra en relación con Michi: un lazo personal que se
convierte casi en un acto de rebeldía.
Para Hiromu, es el hecho de
encontrarse de repente en la oficina, haciendo cola para el papeleo de la
eutanasia, a un tío olvidado que es un poco imbécil pero que se parece muchísimo a su padre.
Para Michi, que lucha constantemente contra la soledad (incluso los buscadores
de empleo parecen decirle en un momento dado que se quite de en medio, porque
no hay lugar para ella en este mundo), es la inesperada posibilidad de una relación con Yoko, la joven del
centro de llamadas de la muerte.
Al presentar su Plan 75 -una versión ampliada
de un cortometraje de
2018 que lleva el mismo título-, Chie Hayakawa ha
dicho en varias ocasiones que, en un principio, su intención era hacer "una película fuerte", en el sentido
de triste. Pero llegó el
covid y la directora sintió la necesidad de añadir "algo de esperanza"
a la película.
Es bonito que esta esperanza no
sea para todos un final feliz. Sin embargo, para todos, quien deja una huella
en la mediocridad de esta vida es alguien de carne y hueso. Quizás en el sentido más espeluznante de la
palabra.
Traducido por Helena
Faccia Serrano.
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