GARRETT JOHNSON PIDE QUE LA IGLESIA NO CONTRIBUYA EL «VENENO» DE LA MENTALIDAD MUNDANA
Garrett Johnson es muy consciente, porque lo ha vivido, del mal que hace etiquetar a una persona según sus deseos o tendencias, como sucede, explica, al utilizar el término 'homosexual' como definidor de una identidad personal.
Recientemente publicábamos
el testimonio de Garrett Johnson, un hombre
que durante casi toda su vida creyó "ser" homosexual porque
desde muy pequeño le atribuyeron esa condición. Hasta que comprendió que la
atracción que sentía hacia personas de su mismo sexo no era algo que tuviese que
definirle ni constituía su identidad.
Católico que abandonó la fe
durante años y regresó a la Iglesia hace una década a través del
apostolado Courage (que
parte de la base de que las personas no se definen por
sus deseos sexuales, sino por su
condición de hijos de Dios), Garrett se siente desconcertado ante el hecho de
que las instituciones católicas hayan aceptado la visión
mundana de que su
tendencia -sea cual sea su origen- les constituye. Y le duele particularmente
que el propio Francisco, en varias ocasiones pero en particular en la
entrevista concedida en enero a Associated Press,
que tuvo un notable eco, hablase de "los
homosexuales" y de "ser
homosexual". Y días después, en la aclaración que le pidió James Martin, S.J.,
utilizase la expresión "personas
homosexuales".
Garrett ha expresado este dolor
en un artículo en Crisis
Magazine:
SANTO
PADRE, POR FAVOR, NO NOS ABANDONE
Esta mañana meditaba en el
momento en el que Jesús es conducido ante Pilatos y
los líderes religiosos, donde se le acusa de todo tipo de cosas que no ha hecho
y de ser alguien que no es. Le pedí que me ayudase a sentir lo que Él sintió
mientras su Corazón se enfrentaba a las tinieblas; mientras
todos aquellos a quienes Él vino a liberar y a quienes atrajo a su
compañía le abandonaban.
Al considerar esta escena e
imaginar Su dolor, empecé a pensar en el término “personas
homosexuales” que empleó nuestro Santo Padre Francisco y el dolor
que me produjo. No estoy
comparando mi dolor con el de Nuestro Señor, pero al menos puedo ponerme en su
piel en cuanto a sentirse abandonado por
aquellos de cuya cercanía y apoyo debía sentirme más seguro.
UNA
VERDAD LIBERADORA
Cuando hace casi diez años volví
a la Iglesia católica, fue dejando
atrás la identidad gay que se me había asignado y que
había vivido conscientemente durante la mayor parte de mi vida. Me sentí muy a
gusto en el lenguaje de la Iglesia, que me
recordaba a mí y a quienes hemos vivido la identidad gay o lesbiana que no son nuestros deseos y sentimientos los que nos definen, sino nuestro
Padre Celestial, quien con el
Bautismo nos adoptó y nos llamó, simplemente, hijos suyos.
Esta verdad de tanta ternura me
hizo ver la raíz de mis inclinaciones. Me ayudó a entenderlas como algo que,
contemplado adecuadamente, ni me encasillaba ni me limitaba de ninguna manera. La verdad de que soy hijo de Dios me liberó y me permitió aspirar a la santidad a la
que Jesús nos llama a
todos. Al poco de comprender esto, empecé a acudir a las reuniones de Courage y a recuperar mi auténtica identidad. (Courage es el apostolado
de la Iglesia católica para las personas que sienten atracción por personas de
su mismo sexo pero se esfuerzan por seguir las enseñanzas de la Iglesia.)
Vivir mi auténtica identidad como
hijo de Dios -y nada más- ha sido siempre un desafío, pero el desafío proviene
normalmente del mundo y de quienes, en él, aún no se han liberado de la mentalidad según la cual el deseo equivale a la identidad. Ése
era mi caso al principio, cuando regresé, pero pronto me di cuenta de que esta
mentalidad mundana se había
infiltrado en esa
Iglesia que me había traído la libertad.
Primero se lo escuché a algunos
laicos católicos: “¿Quiénes son una pandilla de
hombres célibes para decirnos nada sobre nuestra sexualidad?”. Luego, a
un religioso: “La Iglesia debe cambiar sus
enseñanzas. A los gays se les debería permitir casarse”. Luego a un
sacerdote: “La homosexualidad es la forma en la que
Dios creó a parte de la raza humana”. Luego a un obispo: “Los homosexuales tienen derecho a ser bendecidos en la
iglesia”. Y ahora al Papa Francisco: “Ser
homosexual no es un crimen… Dios nos ama tal como somos”.
El Papa ha respaldado
reiteradamente la labor del padre James Martin a favor de la agenda LGBTI, en
particular en la consideración de la homosexualidad como una identidad
personal.
Estas palabras oscurecen la luz
que yo había recibido de esa Iglesia, que ahora, con falsa compasión,
quiere devolverme a la misma prisión de la que me ayudó a
escapar.
El problema con estas
afirmaciones del Papa Francisco, o de religiosos, clérigos y laicos, consiste
en que se refieran a las personas como “homosexuales”
o “gays”. Al emplear esas palabras,
le arrebatas a sus destinatarios la libertad que el lenguaje de Courage me dio.
Este apostolado enseña que referirse a nosotros de esa forma o pensarnos a
nosotros mismos de esa forma nos “reduce”. Toma un
aspecto de nosotros y lo convierte en nuestra identidad.
Y lo hace con un aspecto de
nosotros, nuestra sexualidad, fácilmente
influenciable por muchos factores, como un trauma infantil, la exposición a la
sexualidad a una edad demasiado temprana o la dificultad en las relaciones con
los pares del mismo sexo y los miembros de la familia. En su intento de liberar
a aquellos de nosotros que se identifican o han ido identificados de esa
manera, refuerzan esa especie de cautiverio.
HIJOS
DE DIOS: LA VERDADERA IDENTIDAD
Que los demás nos vean, o vernos
nosotros mismos, como algo distinto de ser hijos de Dios es como llevar una
argolla en el tobillo encadenada a un peso. El peso de esa
identidad nos impide avanzar y crecer en nuestra relación con Cristo y su
Iglesia. Nos mantiene enganchados a comportamientos que oscurecen nuestro intelecto y nos apartan de la gracia con
la que Jesús quiere colmarnos a cada uno de nosotros, sus hermanos y hermanas.
Con esta idea errónea de compasión, quienes deberían ayudar a liberarnos nos apartan de esa libertad que
encontramos en la única identidad que importa y es auténtica:
nuestra identidad como hijos de Dios.
Si escribo esta carta abierta a
los religiosos, los sacerdotes, los obispos y, sobre todo, a nuestro Santo
Padre, es porque sus palabras y actos me hacen sufrir. Me siento
abandonado y olvidado por aquellos a quienes debería sentirme más cercano y que
deberían rodearme con su apoyo cuando otros me acusan de odiarme a mí mismo e
intentan hacer de mí algo que no soy.
Necesito el amor y el apoyo de
los llamados a estar más cerca de Cristo y a conducir a Sus ovejas a los verdes
pastos donde alimentarnos y crecer. Pero es al revés: los
hermanos y hermanas que sentimos atracción por el mismo sexo estamos siendo
alimentados por la Iglesia con el “reconfortante” veneno del
mundo.
Como dijo el Papa Benedicto
XVI, “el mundo os ofrece comodidad, pero
no fuisteis hechos para la comodidad: fuisteis hechos para la grandeza”. Por favor, ayudadnos
a ser grandes diciéndonos con amor la verdad que necesitamos oír.
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