Postrada en la cama he pensado mucho en ti. No te entiendo. Pero voy entendiendo que lo que vale realmente es la vida, y ésta no termina con mi enfermedad y muerte física.
Por: P. Felipe Santos |
Hola Jesús,
Señor, buenas noches. No sé si son buenas. Me han diagnosticado esta mañana un
cáncer. Mi familia está hundida. No se lo quiere creer. Esta noche, sin poder
conciliar el sueño, me dirijo a ti como el salmista: "Estoy
agotada de gemir, de noche lloro sobre el lecho, riego mi cama con
lágrimas".
Me rebelo contra ti. ¿Por qué has permitido que me
entre esta enfermedad tan temible? ¿No eres tú el Dios de la vida y del amor?
¿Cómo es posible que me toque a mí, tan joven y con el mundo abierto a la
ilusión? ¿Por qué mis padres lloran tanto y no encuentran consuelo? Esta
vez, Señor, me la has jugado bien.
Mi conciencia se ha oscurecido ante la sombra maldita de este mal que corroe mi
salud poco a poco. Me cuesta mucho salir de esta situación. Me abruma la pena,
el desconcierto. Ni siquiera mis padres aceptan las palabras del doctor.
¿Qué hacer?, me pregunto en estas duras horas de
soledad. Tan sólo me han dado unos meses de vida. No me lo puedo creer. Y así
me tienes, postrada en la cama. He pensado mucho en ti. Demasiado. No te
entiendo. Pero al dirigirme a ti con las palabras de tu salmo, voy entendiendo
y aceptando que lo que vale realmente es la vida. Y ésta no termina con mi
enfermedad y muerte física.
Ahora más que nunca, Señor, entiendo tu muerte en la cruz. Desde ella contemplo
mi cuerpo agotado y unido al tuyo en la cruz. Desde ella percibo en mi cuerpo
débil que estoy llamada a estar contigo, tras mis pocos años pasados aquí con
mis padres, mi familia y mis muchas amistades. Ahora, cuando la luz del sol ha
abierto sus puertas a la naturaleza, me doy cuenta de que si no acepto esta
realidad de mi futura muerte, todo será inútil. Y, sin embargo, sé que mis
sufrimientos unidos a los tuyos, servirán para la purificación de otros seres
humanos que, con el mismo mal, se debaten y se quedan obnubilados ante la
desgracia que azota sus propias carnes.
Yo, no obstante, Señor, tras esta noche pasada en blanco, me siento, en este
bello amanecer, más tranquila. Me he preguntado durante estas horas el camino
que debía elegir. ¿Desesperarme? ¿Caer en
depresión?... He leído despacio algunos salmos. El 7 me ha impactado de
tal manera que he encontrado en él un consuelo y una paz que no esperaba. “Señor, mi refugio y mi escudo”.
En tus palabras he visto, no su significado externo, sino el interno. Ahora que
me encuentro sumida en una dificultad real y grave, anhelo con toda mi alma que
me des fuerzas para afrontarla. No quiero otra cosa que ponerme en tus manos.
Mi idea sería que me curaras, pero en tus manos anhelo que sea tu voluntad la
que se cumpla y no la mía. Ya sabes que me gustaría ver mis cosas a mi modo.
Sin embargo, deseo aprender en este tiempo a verlas como tú las ves.
Pero ten en cuenta, Señor, que voy a luchar con todas mis fuerzas y la ayuda de
la ciencia para que mi mal, si es tu voluntad, desaparezca de mi cuerpo joven,
atenazado por el aguijón de la muerte futura próxima.
Quiero agradecerte los años que me has concedido de vida en este mundo. A ti,
el primero, y después a todos cuantos han hecho de mí una persona creyente.
Esta fe me lanza a ver en mi cáncer una manifestación del dolor que sufre el
mundo. Un dolor que, unido al tuyo y al de la toda la humanidad, hará que mi
alma y mi persona entera se purifiquen como el oro en el crisol.
No permitas, Señor, que mis seres queridos se entristezcan. Mi vida, como la de
todos los seres humanos, es un lento morir a las realidades de este mundo
físico para entrar en el celestial. Ahora me doy cuenta de que todo afán y todo
cuanto hacemos en esta vida material debe tener como norte y fin el encuentro
contigo, cuando tú lo digas, cuando llegue tu hora.
Quisiera que mi último suspiro fuera decirte “qué
admirable es tu nombre en toda la tierra”.
Con esta fe, esperanza y amor, mantenme alegre, incluso en el dolor y con mi “hermano el cáncer.”
Gracias, Señor por leer esta carta desde mi cruz del sufrimiento que me
une a ti y a todos los sufrientes de esta humanidad.
Te quiere mucho, María del Mar, 20 años
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