DE HECHO, EL ERROR ÚLTIMO DE LOS INQUISIDORES FUE MÁS CIENTÍFICO QUE TEOLÓGICO
De principio a fin, las acciones
de la Inquisición en el caso Galileo fueron disciplinarias,
no dogmáticas, aunque se basaban en la idea errónea de que era
herético afirmar que la Tierra se mueve. Pero las opiniones de los teólogos no
son lo mismo que la doctrina cristiana.
William Carroll, profesor de Filosofía en la
Universidad de Wuhan (China), plantea la cuestión en sus correctos términos
históricos y teológicos en un reciente artículo publicado en Public Discourse:
EPPUR
SI MUOVE: LA LEYENDA DE GALILEO
Hay pocas imágenes del mundo
moderno más poderosas que la del humillado Galileo, arrodillado ante los cardenales de la Santa
Inquisición romana y universal, obligado a admitir que la Tierra no se mueve.
La historia es conocida: Galileo representa a la ciencia luchando por liberarse
de las garras de la fe ciega, el literalismo bíblico y la superstición. La
historia ha fascinado a generaciones, desde los philosophes de la Ilustración hasta los eruditos y
políticos de los siglos XIX y XX.
El espectro de la condena de
Galileo por parte de la Iglesia católica sigue influyendo en la forma en que el
mundo moderno entiende la relación entre religión y ciencia. En octubre de
1992, el Papa Juan Pablo II compareció ante la Academia Pontificia de
las Ciencias para aceptar formalmente las conclusiones de una comisión
encargada de investigar histórica, científica y teológicamente el trato dado
por la Inquisición a Galileo. El Papa señaló que los teólogos de la Inquisición
que condenaron a Galileo no distinguieron
correctamente entre
las interpretaciones bíblicas particulares y las cuestiones relativas a la
investigación científica.
El Papa observó también que una
de las consecuencias desafortunadas de la condena de Galileo fue que se había
utilizado para reforzar el mito de la
incompatibilidad entre fe y ciencia. Que el mito estaba vivo
fue algo evidente en el modo cómo la prensa estadounidense describió el
acontecimiento en el Vaticano. El titular de la portada de The New York Times era
representativo: "Después de 350 años, el
Vaticano dice que Galileo tenía razón: se mueve". Otros periódicos,
así como las cadenas de radio y televisión, repitieron esencialmente la misma
afirmación.
La historia del New York Times es un excelente ejemplo de
la persistencia y el poder de los mitos que rodean el caso
Galileo. El periódico afirmaba que el discurso del Papa "rectificaba uno de los errores más infames de la
Iglesia: la persecución del astrónomo y físico italiano por
demostrar que la Tierra se mueve alrededor del Sol". Para
algunos, la historia de Galileo demuestra que la Iglesia ha sido hostil a la
ciencia y que enseñó lo que ahora niega, es decir, que la Tierra no se mueve.
Algunos lo toman como prueba de que las enseñanzas de la Iglesia en materia de
moral sexual o de ordenación de mujeres al sacerdocio son, en principio,
modificables. La "reformabilidad" de tales enseñanzas es, pues, la verdadera
lección del "caso Galileo".
Pero los abordajes modernos del
asunto no solo pasan por alto el contexto clave que rodeó la condena de Galileo
por la Inquisición, sino que también malinterpretan lo
que la Iglesia católica siempre ha enseñado sobre la fe, la ciencia y su
complementariedad fundamental.
GALILEO
Y LA INQUISICIÓN EN EL SIGLO XVII
Las observaciones telescópicas de
Galileo le convencieron de que Copérnico tenía
razón. En 1610, el primer tratado astronómico de Galileo, El mensajero de las estrellas, informaba de sus descubrimientos de que la Vía
Láctea está formada por innumerables estrellas, que la luna tiene montañas y
que Júpiter tiene cuatro satélites. Posteriormente, descubrió las fases de
Venus y las manchas en la superficie del sol. Llamó a las lunas de Júpiter las "Estrellas Mediceas" y fue recompensado
por Cosme de Médicis,
gran duque de Toscana, con el nombramiento de matemático jefe y filósofo
en la corte del duque en Florencia.
Galileo se basó en estos
descubrimientos telescópicos, y en los argumentos derivados de ellos,
para reforzar la defensa pública de la tesis de Copérnico de que la Tierra y los demás planetas giran
alrededor del sol.
Cuando hablamos de la defensa de
Galileo de la tesis de que la Tierra se mueve, debemos tener especial cuidado
en distinguir entre los argumentos a favor de una postura y
los argumentos que demuestran que una postura
es cierta. A pesar de lo que afirmaba The
New York Times, Galileo
no demostró que
la Tierra se mueve alrededor del sol. De hecho, tanto Galileo como los teólogos
de la Inquisición aceptaban el ideal
aristotélico imperante de demostración científica, que
exigía que la ciencia fuera un conocimiento seguro y cierto, diferente en
algunos aspectos de lo que hoy aceptamos como científico.
Además, refutar la astronomía
geocéntrica de Ptolomeo y Aristóteles no es lo mismo que demostrar que la Tierra
se mueve. El astrónomo danés Tycho Brahe (1546-1601), por ejemplo, había creado otro
relato sobre los cielos. Sostenía que todos los planetas giraban en torno al
sol, que a su vez giraba en torno a una Tierra inmóvil. De hecho, el propio
Galileo no creía que sus observaciones astronómicas aportaran pruebas suficientes de que
la Tierra se moviera, aunque sí pensaba que ponían en tela de juicio la
astronomía geocéntrica ptolemaica. Galileo esperaba poder argumentar finalmente
a partir del hecho de las mareas oceánicas el doble movimiento de la Tierra
como única causa posible, pero no lo consiguió.
El cardenal Roberto Belarmino, teólogo
jesuita y miembro de la Inquisición, dijo a Galileo en 1615 que si había una
demostración verdadera del movimiento de la Tierra, la
Iglesia tendría que abandonar su
lectura tradicional de los pasajes de la Biblia que parecían
ser contrarios. Pero en ausencia de tal demostración (y especialmente en
medio de las controversias de la Reforma protestante), el cardenal instó a la
prudencia: había que tratar la astronomía
copernicana simplemente como un
modelo hipotético que explicaba los fenómenos observados. No
era doctrina de la Iglesia que la Tierra no se moviera. Si el cardenal hubiera pensado que la
inmovilidad de la Tierra era una cuestión de fe, no podría argumentar, como
hizo, que sería posible demostrar que la Tierra sí se mueve.
San Roberto Belarmino explicó a
Galileo que no había problema en cambiar la interpretación de la Biblia si el
heliocentrismo era demostrado. Lo cual ni hizo Galileo ni se consiguió
totalmente hasta el siglo XIX, cuando pudieron explicarse las objeciones al
modelo Imagen: óleo de autor desconocido, siglo XVII.
Los teólogos de la Inquisición y
Galileo se adhirieron al antiguo principio católico de que, puesto que Dios es
el autor de toda verdad, las verdades de la ciencia y las verdades de la
revelación no pueden contradecirse. En 1616, cuando
la Inquisición ordenó a Galileo que no sostuviera ni defendiera la astronomía
copernicana, no existía ninguna demostración del movimiento de la Tierra. Galileo
esperaba que hubiera tal demostración; los teólogos, no. A los teólogos de Roma
les parecía obvio que la Tierra no se movía y, puesto que la Biblia no
contradice las verdades de la naturaleza, los teólogos concluyeron que la
Biblia también afirma que la Tierra no se mueve. A la Inquisición le preocupaba
que la nueva astronomía parecía amenazar la verdad de las Escrituras y la autoridad de la
Iglesia católica para ser su auténtica intérprete.
La Inquisición no creía estar
exigiendo a Galileo que eligiera entre la fe y la ciencia. Y Galileo, en
ausencia de conocimientos científicos sobre el movimiento de la Tierra, tampoco
habría pensado que se le estaba pidiendo que hiciera tal elección. De nuevo,
tanto Galileo como la Inquisición pensaban que la ciencia era un conocimiento
absolutamente cierto, garantizado por demostraciones rigurosas. Estar convencido de que la Tierra se mueve es diferente
de saber que se mueve.
El decreto disciplinario de
la Inquisición fue insensato e imprudente. Pero la Inquisición estaba
subordinando la interpretación de las Escrituras a una teoría científica, la
cosmología geocéntrica, que acabaría siendo rechazada. ¡Someter la interpretación de las Escrituras a la teoría científica es
justo lo contrario de someter la ciencia a la fe religiosa!
En 1632, Galileo publicó su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, en
el que apoyaba el "sistema del mundo" copernicano.
Como consecuencia, Galileo fue acusado de desobedecer el mandato de 1616 que establecía la prohibición
de defender la astronomía copernicana. La orden de la Inquisición, por
desacertada que fuera, solo tiene sentido si reconocemos que la Inquisición no veía ninguna posibilidad de conflicto entre
la ciencia y la religión, entendidas ambas correctamente. Así, en 1633, la
Inquisición, para asegurarse la obediencia de Galileo, le exigió que afirmara
pública y formalmente que la Tierra no se mueve. Galileo, aunque a
regañadientes, accedió.
De principio a fin, las acciones
de la Inquisición fueron disciplinarias, no dogmáticas, aunque se
basaran en la idea errónea de que era herético afirmar que la Tierra se mueve.
Las ideas erróneas siguen siendo solo ideas; las opiniones de los teólogos no
son lo mismo que la doctrina cristiana. El error que cometió la Iglesia con
Galileo fue un error de juicio. La Inquisición se
equivocó al disciplinar a Galileo, pero la disciplina no es dogma.
EL
DESARROLLO DE LA LEYENDA DE GALILEO
La visión mítica del
asunto Galileo como capítulo central de la guerra entre ciencia y religión se
hizo prominente durante los debates de finales del siglo XIX sobre la teoría de
la evolución de Darwin.
En Estados Unidos, la obra
de Andrew Dickson White History of the Warfare of Science
with Theology in Christendom (1896) consagró lo que se
ha convertido en una ortodoxia histórica difícil de quitar. White utilizó "la persecución" de Galileo como
herramienta ideológica en su ataque a los oponentes religiosos de la evolución.
Como a finales del siglo XIX era tan obvio que Galileo tenía razón, resultaba
útil verlo como el gran campeón de la ciencia contra las fuerzas de la religión
dogmática. Los partidarios de la evolución eran vistos como los Galileos del siglo XIX; los opositores a la evolución eran
vistos como los inquisidores modernos. El asunto Galileo también se utilizó
para oponerse a las afirmaciones sobre la infalibilidad papal, afirmada formalmente por el Concilio Vaticano I en 1870.
Como observó White: ¿no habían declarado
oficialmente dos Papas (Pablo V en 1616 y Urbano
VIII en 1633) que la Tierra no se mueve?
La persistencia de la leyenda de
Galileo, y de la imagen de "guerra" entre
ciencia y religión, ha desempeñado un papel central en la concepción que el
mundo moderno tiene de lo que significa ser moderno. Incluso hoy en día, la
leyenda de Galileo sirve como arma ideológica en los debates sobre la relación entre
ciencia y religión. Precisamente por haber sido un arma tan eficaz, la leyenda ha persistido.
Por ejemplo, un debate
sobre bioética de hace varios años se basó en los mitos del
caso Galileo. En marzo de 1987, cuando la Iglesia católica publicó las condenas
de la fecundación in vitro, los
vientres de alquiler y la experimentación fetal, apareció una página de viñetas
en uno de los principales periódicos de Roma, La
Repubblica, con el titular: "In
Vitro Veritas". En una de las viñetas, dos obispos están de
pie junto a un telescopio, y en el lejano cielo nocturno, además de Saturno y
la luna, hay docenas de tubos de ensayo. Un obispo se vuelve hacia el otro, que
está delante del telescopio, y le pregunta: "Esta
vez, ¿qué hacemos? ¿Miramos o no?". La referencia histórica a
Galileo era evidente.
De hecho, en una rueda de prensa
en el Vaticano, se preguntó al entonces cardenal Joseph
Ratzinger si pensaba
que la respuesta de la Iglesia a la nueva biología no daría lugar a otro "caso Galileo". El cardenal sonrió,
quizá dándose cuenta del poder persistente -al menos en la imaginación popular- de la historia del encuentro de Galileo
con la Inquisición más de 350 años antes. El dicasterio vaticano que dirigía
entonces el cardenal Ratzinger, la Congregación para la Doctrina de la Fe, es
el sucesor directo de la Sagrada Congregación de la Romana y Universal
Inquisición.
No hay pruebas de que en 1633,
cuando Galileo accedió a la exigencia de la Inquisición de que renunciara
formalmente a la opinión de que la Tierra se mueve, murmurara en voz
baja, eppur si muove, "y sin embargo se mueve". Lo que
sigue moviéndose, a pesar de las pruebas de lo contrario, es la leyenda de que
Galileo representa la razón y la ciencia en conflicto con la fe y la
religión. Galileo y la Inquisición compartían unos primeros
principios comunes sobre la
naturaleza de la verdad científica y la complementariedad entre ciencia y
religión. A falta de conocimiento científico, al menos tal como lo entendían
tanto la Inquisición como Galileo, de que la Tierra se mueve, Galileo estaba
obligado a afirmar que no lo hacía. Por muy imprudente que fuera insistir en
tal requisito, la Inquisición no
pidió a Galileo que eligiera entre la ciencia y la fe.
Traducido por Helena
Faccia Serrano.
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